domingo, 27 de diciembre de 2015

Domingo de la Sagrada Familia



Lectura orante del Evangelio: Lucas 2,42-52
“Solo sé callar y adorar el inmenso amor de nuestro Dios” (Isabel de la Trinidad).
Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Los orantes, siguiendo a Jesús, nos perdemos para recorrer otros paisajes y encontrar en ellos al Dios de la ternura y misericordia. Porque se hace perdidizo quien anda enamorado. No vamos contra nadie, aunque nuestra pretensión de encontrar la identidad, caminando en libertad junto a Jesús, suscite interrogantes en los que nos rodean. No despreciamos ninguna institución, pero no aceptamos ningún chantaje, ni siquiera el de la angustia; sentimos dentro una llamada a recorrer los caminos originales, creativos, nuevos del Padre. Para nosotros solo Dios es el absoluto, y todo lo demás, incluida la familia, encuentra su sentido en la medida que nos ayuda a realizar esta aventura de fidelidad y creatividad a los proyectos de amor del Padre. Acogemos cada día como una oportunidad de encuentro con Aquel que nos espera. Cada día Nadie como Tú, Padre, siendo tan íntimo a nosotros, respetas nuestra libertad. Nadie da tantas posibilidades a nuestra vida. Gracias, Padre.
¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Es la primera vez que habla Jesús en el evangelio de Lucas y lo hace en clave de libertad y de pasión por el Reino. No acepta la pretensión de sus padres de buscarlo para retenerlo y meterlo en los moldes de lo socialmente correcto. Sí acepta emprender, junto con ellos y con los que escuchan la palabra de Dios, un camino nuevo de obediencia al Padre. Los orantes, mirando siempre de cerca a Jesús, aprendemos a estar en la casa y en las cosas del Padre, nos entregamos a su voluntad vivificadora. Dios nos ha dado alas para volar. Nuestra casa es el amor del Padre. Siempre es suya la iniciativa. Esta convicción es para nosotros fundamental. No importa cómo nos sintamos, tampoco si hemos fallado. Él está con nosotros amándonos. Don absoluto. Tú, Jesús, nos ayudas a ver que el amor es nuestra dignidad. Tú, Padre, te alegras de comunicarte con nosotros. Tú, Espíritu Santo, nos amas.   
Pero ellos no comprendieron lo quería decir. La Palabra se hace humanidad, pero su fuerza creadora no queda encerrada en una humanidad estrecha, sin horizontes. La Palabra de Jesús, leída, escuchada, a veces no entendida, meditada, es el suelo firme para aprender, para reconocer. Casi imperceptiblemente va dejando huella en el corazón y el entendimiento. Va tejiendo un espacio donde es posible el Encuentro con Él. Entrar en esta dinámica de libertad es esencial para que los orantes entendamos a Jesús y no apaguemos con nuestra mentalidad vieja la llama de amor viva del Espíritu. Así como Jesús crea situaciones incómodas, así la oración agita nuestra vida y la orienta hacia el proyecto del Reino. Contágianos, Jesús, la fascinante aventura de vivir como misioneros del Reino.
Su madre conservaba todo esto en su corazón. María, la madre de Jesús, entra en el corazón con una certeza muy honda: saberse guiada y sustentada por el Espíritu. La suya es una manera de estar y sentir, pensar y actuar, aprender. Decidir hacia dónde quiere mirar y qué desea ver. Qué o a Quién está buscando. Honestamente. María abre caminos desde la interioridad. Repite dentro las palabras de Jesús, recuerda su encuentro con él en el camino. Lee su propia vida como lugar donde él se manifiesta. María es símbolo de la Iglesia, que guarda la identidad de Jesús en el corazón. María no solo ve que Jesús crece en gracia, sino que siente cómo Él va creciendo dentro de Ella. Cada vez María es más de Jesús. Esto es ser orantes. Ya no somos nosotros quienes vivimos. Eres Tú quien vive en nosotros.  
                                   ¡Feliz Navidad! - CIPE, diciembre 2015

sábado, 19 de diciembre de 2015

EN NUESTRA IGLESIA UNA CELEBRACIÓN CON MUCHOS MOTIVOS…



En la Fiesta de la Inmaculada Concepción, el pasado día 8 de diciembre de 2015 al cumplirse 50 años de la Clausura del Concilio Vaticano II, el Papa Francisco abrió la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, en Roma, dando inicio al Jubileo Extraordinario de la Misericordia. De esa manera, celebramos los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II. Dimos inicio a un tiempo de gracia, un tiempo jubilar, ha sonado el jobel.

Para nuestra Iglesia Local de Sucumbíos esa fecha tiene un gran significado, pues hace 31 años fue elevada de Prefectura Apostólica a Vicariato Apostólico, y Mons. Gonzalo López fue nombrado como su primer Obispo

Todos estos motivos, muy íntimamente unidos, lo celebramos en una sencilla liturgia en la Parroquia “Divino Niño” de Lago Agrio. Con la participación de más de un centenar de personas se llevó a cabo una celebración litúrgica de la Palabra presidida pos laicas, para significar el espíritu del Concilio, que devolvió la Biblia al pueblo pobre y creyente. Al final compartimos algo, como es costumbre, y esta vez fue un rico café con empanadas.


Y es que no podíamos pasar por alto un día tan significativo, pues sin el Vaticano II y la manera como fue recibido en América Latina, no se puede entender el camino de la Iglesia de Sucumbíos (ISAMIS) durante las últimas décadas.

El Papa Juan XXIII, poco antes de comenzar el Concilio, indicaba que una de las tareas del mismo era: “renovar el rostro de Jesús resucitado, rey glorioso e inmortal, radiante en toda la Iglesia para salud, alegría y resplandor de las naciones” (Radiomensaje de Juan XXIII, 11 sept. 1962)

La Iglesia buscaba una renovación. Necesitaba abrir las puertas y las ventanas, para que entrara el aire fresco del Espíritu y renovara la vida de la Iglesia que con el correr del tiempo y por haber cerrado muchas ventanas se había quedado un poco paralizada, según reconocía el mismo Juan XXIII.


A partir de un reencuentro consigo misma (ver el documento del Concilio “Lumen Gentium” y los otros documentos) y de una nueva postura en sus relaciones con el mundo contemporáneo (ver el documento del Concilio “Gaudium et Spes”), la Iglesia se abría a otra forma de presencia y de acción evangelizadora que llegaría a afectarla hondamente.

La Iglesia quería estar presente en el mundo para hacer presente el mensaje de Jesús. Así lo decía el Concilio: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas ylas angustias de los hombres (y mujeres) de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo… La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria delgénero humano y de su historia” (GS 1)

Ese deseo y esa preocupación se vivían también, como no podía ser de otra forma, en la Iglesia Latinoamericana: “Como pastores, con una responsabilidad común, queremos comprometernos con la vidade nuestros pueblos en la búsqueda angustiosa desoluciones adecuadas a sus múltiples problemas. Nuestra misión es contribuir a la promoción integral del hombre (y la mujer) y de las comunidades del Continente” (Medellín, Mensaje a los Pueblos de América Latina)


En este contexto global y latinoamericano, la pequeña Iglesia de San Miguel de Sucumbíos vivía la fecunda década de los 70, con dos nuevos acontecimientos que configurarán un escenario muy especial. En el marco sociopolítico y económico: el boom petrolero con su carácter nacional y, la realidad eclesial con la llegada de Mons. Gonzalo como Prefecto Apostólico se ponía al frente para animar a la Iglesia Local con las luces del Vaticano II y Medellín.

Mons. Gonzalo López Marañón, se encontró con el caminar de la Iglesia Latinoamericana en la reunión de Iquitos (1971), dio inicio a las Asambleas de Misioneras/os, que iríaán marcando hitos en la búsqueda y definición de un nuevo modo de ser Iglesia. En dichas asambleas se pretendía descubrir el plan de Dios en los “signos de los tiempos”, tal como nos motivaban los Obispos en Medellín. Se quería sintonizar las voces de la Iglesia Latinoamericana que buscaba ser fiel “al plan divino, y responder a las esperanzas puestas en la Iglesia” (Ver Medellín, Mensaje a los pueblos de América Latina)

El mismo Espíritu que había hecho surgir el Concilio Vaticano II, hacia surgir ahora por todo el Continente, infinidad de pequeñas comunidades que se reunían en torno a la Palabra de Dios y encontraban ahí nuevas luces para descubrir el Plan de Dios en medio de la realidad de pecado en que estaba viviendo el pueblo; y ese mismo Espíritu iba despertando un sinfín de ministerios, hombres y mujeres, especialmente en el mundo de las/os pobres, que vivían la experiencia de la resurrección como los apóstoles luego de la muerte de Jesús, y se comprometían en la construcción de ese mundo nuevo que Jesús había proclamado: El Reino.


Sin duda fue un momento de gracia muy especial para la Iglesia de América Latina, un kairós, una presencia fuerte del Espíritu que llenó de alegría, de gozo, de esperanza, de vida y también de martirio, especialmente a los pobres del Continente.

Recordar ahora esos momentos llenos del Espíritu, de la mano del Papa Francisco que nos habla de una Iglesia Madre, cuya “viga maestra es la misericordia” a la que invita a salir hacia las “periferias geográficas y existenciales”, es como recordar y vivir los inicios de la Iglesia en Corinto, Éfeso, Antioquia… cuando leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles y las Cartas dePablo.

Por eso la opción de ISAMIS de renovarse y relanzarse como Iglesia Comunidad de Comunidades comprometida en la construcción del Reino, tiene más vigencia que nunca pues se inscribe dentro de ese mismo Espíritu.

Ha sonado el jobel. Es jubileo. ¡Es tiempo de gracia y misericordia!

sábado, 12 de diciembre de 2015

Domingo tercero de Adviento



Lectura orante del Evangelio: Lucas 3,10-18
“Llevas en tu interior un pequeño cielo donde ha puesto su morada el Dios del amor” (Beata Isabel de la Trinidad).    
Entonces, ¿qué hacemos? En estos nuevos tiempos que nos toca vivir nos preguntamos qué es lo que tenemos que hacer o cómo tenemos que ser, qué nos tiene preparado el Espíritu, a qué nos empuja. Buscamos luz. Buscamos a aquellos, en cuyas vidas percibimos el perfume del Espíritu. Los profetas, con su vida y palabra, son como la antesala de la oración. Ellos pasan, pero dejan fuego y preguntas en el corazón que apuntan al compromiso. Con su palabra apasionada dan un vuelco a estilos de vida acomodados; incomodan pero señalan la Verdad; invitan a caminar. ¿En dónde están esos profetas? ¿En dónde están esos hombres y mujeres que despiertan del letargo y encienden motivaciones hondas para vivir? Nos detenemos un momento para descubrirlos. ¿Qué nos dicen? “El alma más débil es la que más motivos tiene para esperar” (Beata Isabel de la Trinidad).  
‘El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo’. Estemos como estemos, nos ponemos en camino. Abrimos el corazón para acoger las propuestas de los profetas de hoy. Dios nos da posibilidades a todas/os. Nunca es tarde para volver a empezar cuando el camino emprendido era un atajo equivocado que no llevaba a ningún lugar. Los profetas nos señalan cosas concretas: que compartamos con los/as pobres; siempre hay algo en nuestros armarios que podemos compartir con las/os necesitadas/os, siempre hay algo en nuestros frigoríficos repletos para aliviar a quienes tienen muy poco. Que no robemos ni usemos la violencia. Que tomemos en serio las propias responsabilidades. Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de quienes sufren.  Hacemos una pausa para ver qué podemos compartir ahora mismo. ¿A qué nos empuja, hoy, el Espíritu Santo? El amor no es una palabra abstracta, es vida concreta. Seamos un oasis de misericordia para abrazar a las/os necesitadas/os. “No dejemos nunca de amar” (Beata Isabel de la Trinidad).  
Él tomó la palabra y dijo a todos: ‘Yo les he bautizado con agua; pero viene el que puede más que yo y no merezco desatarle la correa de sus sandalias’. ¿Quién llenará de alegría nuestro corazón? ¿Quién nos salvará de nuestra nada? ¿Quién dará respuesta a la inquietud honda que llevamos en la interioridad? Los profetas, hechos a andar en verdad, lo señalan: ‘Viene alguien que es más y puede más’. En ese pondremos los ojos. Nuestra dolencia de amor solo se cura con su presencia y su figura. Él es el rostro de la misericordia. “Vivamos en el centro de nuestra alma donde él habita. Y entonces, hagamos lo que hagamos, viviremos en intimidad con Él” (Beata Isabel de la Trinidad).    
Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego. La venida de Jesús es gratuita, sorprendente, fruto del amor que Dios nos tiene. Su corazón es misericordia. “Entremos por su puerta y dejemos atrás todos los miedo y dudas que nos lo impiden” (Papa Francisco). Jesús nos bautiza con el Espíritu Santo; Él nos compromete en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano. Así queremos vivir la Navidad. “No nos purificamos mirando a nuestra miseria, sino mirando a Cristo que es todo él pureza y santidad” (Beata Isabel de la Trinidad).  
¡Feliz Navidad en el Jubileo de la Misericordia! - CIPE, diciembre 2015