jueves, 30 de marzo de 2017

UN DÍA COMO HOY HACE 50 AÑOS



EVOCAR LA MEMORIA…
Hacemos presentes las palabras del Papa Francisco en su homilía en Monza, en su visita pastoral a Milán, el 25 de  marzo pasado:
“…Ante el desconcierto de María, ante nuestros desconciertos,
tres son las claves que el Ángel nos ofrece para ayudarnos a aceptar la misión que nos es confiada…
EVOCAR LA MEMORIA… PERTENENCIA LA PUEBLO DE DIOS… POSIBILIDAD DE LO IMPOSIBLE…
Como ayer, Dios continúa buscando aliados,
continúa buscando hombres y mujeres capaces de creer,
capaces de hacer memoria,
de sentirse parte de su pueblo para cooperar con la creatividad del Espíritu.”
En esta sintonía les compartimos este artículo escrito por Luis Yanza, líder social ex-dirigente del Frente de Defensa de la Amazonía y de la Asamblea de Afectados por Texaco; autor de libro “UDAPT VS. CHEVRON: las voces de las víctimas”.





UN DÍA COMO HOY HACE 50 AÑOS
29 marzo 2017
Luis Yanza*

Un día como hoy, hace cincuenta años, brotó petróleo en la Amazonía Ecuatoriana. Fuel el 29 de marzo de 1967 cuando, del pozo Lago Agrio número 1 (luego de  45 días de perforación), emergió el denominado “oro negro” que, según las expectativas de aquella época, conduciría al país hacia el “progreso” para salir del subdesarrollo. Fue la culminación de más de cuatro décadas de intentos por localizar este preciado recurso en el “Oriente”, como se lo denominaba a la región Amazónica (en Ecuador).
Los esfuerzos para explorar y extraer petróleo habían empezado en el año 1923 con la compañía The Leonard, pero no obtuvo resultados satisfactorios. Luego, en 1937, la compañía Anglo Saxo Petroleun continuaría la búsqueda en una concesión de 10 millones de hectáreas. Sin embargo, dos años más tarde, la petrolera traspasó el área concesionada a la compañía ShellOil Co., la cual se asoció con la Standard Oil Company. A estas dos el gobierno de entonces, el dictador Federico Páez, le otorgó una concesión de más de cuatro millones de hectáreas en las que realizaron actividades de exploración durante once años. La Shell abandonó el país en 1950 al no tener resultados alentadores, pues, de los pozos que había perforado obtuvo crudo extra pesado, casi asfalto, que para la época no era rentable ya que no existía tecnología para extraerlo.
Una década después dos nuevas compañías presentaron sus propuestas para continuar explorando en las mismas zonas antes concesionadas. Estas eran la Texaco y la Gulf que, unidas  en consorcio, firmaron un contrato con el Estado Ecuatoriano, en marzo de 1964, para explorar y extraer petróleo en una concesión de cerca de un millón y medio de hectáreas. Texaco y Gulf exploraron en las áreas que no habían sido intervenidas por las compañías que les antecedieron, es decir en el nororiente amazónico que en esos años pertenecía a las jurisdicciones del cantón Putumayo y la provincia de Napo. 
Los resultados se verían tres años después cuando, el miércoles 29 de marzo de 1967, desde la profundidad del suelo amazónico emergió petróleo en cantidades comerciales y calidad rentable. Era el tan preciado y esperado “oro negro”, aquel que cambiaría el rumbo económico del Ecuador, pues, de un país cuya economía dependía de las exportaciones de productos primarios agrícolas se pasaría a un país dependiente de las exportaciones petroleras.
Han transcurrido cincuenta años desde aquel día. Cada actor social, político e institucional puede hacer las lecturas que mejor convenga a sus intereses y realidades. Seguramente no todo será negativo; tampoco todo lo que ha generado el petróleo es positivo. No obstante, en las zonas donde aún se lo extrae las realidades son tan distintas de las del resto país. Aquí se convive con el dolor, la angustia y la muerte derivadas de las consecuencias negativas que produce la extracción petrolera. Mucho se ha escrito y se ha hablado acerca de esta realidad, una realidad en la que los derechos son quebrantados, y no solamente de las personas que viven en esas zonas, sino la Naturaleza misma está siendo vulnerada en sus derechos. Entonces, estos cincuenta años debería ser la ocasión propicia para reflexionar acerca de lo que ha significado medio siglo de “era petrolera” en la vida de los ecuatorianos y ecuatorianas, en particular de quienes residimos en las provincias de Orellana y Sucumbíos. Esta reflexión debería conducirnos a hacer un balance que permita trazar una estrategia integral e inclusiva para enfrentar los desafíos del futuro, un futuro en el que el petróleo ya no debe ser el recurso del cual dependan nuestras vidas.
Pero qué pena que el momento político electoral en que vive el país nos distraiga de estos temas fundamentales. De todas maneras, ante la falta de iniciativas y propuestas de los actores políticos, para enfrentar los retos de un Ecuador post-petrolero, corresponde a la sociedad civil organizada ser la protagonista, a través de la reflexión y la acción colectiva, para incidir en las decisiones que deben adoptar los actores institucionales públicos en cuanto se refiere a  pensar y actuar estratégicamente, es decir, pensar y actuar con visión a futuro, aquel futuro en el que la vida del Ecuador ya no dependerá de la renta petrolera porque, al ser un recurso no renovable, se habrá agotado. Y lo peor: se habrán destruido también  los recursos naturales de los cuales podría haber dependido el futuro del país.
 Agradecemos a Luis Yanza. Les invitamos a dejarnos afectar como pueblo de Dios, por las  invitaciones del Papa Francisco también desde la POSIBILIDAD DE LO IMPOSIBLE y el concepto de ecología integral de la Laudato si en su número 139:
“…Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones
de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales.
No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental.
 Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza,
para devolver la dignidad a los excluidos
y simultáneamente para cuidar la naturaleza.”







domingo, 26 de marzo de 2017

Domingo cuarto de Cuaresma



Lectura orante del Evangelio: Juan 9,1-41
“El Señor nos espera siempre para darnos su luz y para perdonarnos” (Papa Francisco).
Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Un ciego no ve, pero está, en la calle, a la vista de todos; grita, extiende la mano. Pasamos junto a él, como ante tantas personas que sufren exclusión, discriminación y miseria. Consideramos tan normal este paisaje que terminamos acostumbrando nuestro corazón a la indiferencia, “globalización de la indiferencia” (Papa Francisco). Hay luz en la fachada, pero tiniebla en el corazón. Jesús ve al ciego, se acerca a él con compasión y ternura, inicia un diálogo liberador. No acepta la opinión generalizada de que está así por su culpa. La presencia del ciego, las/os refugiadas/os retenidos por alambradas, las víctimas de la injusticia… dejan al descubierto nuestra ceguera. Nosotras/os, si no les vemos, somos más ciegos que ellas/os: ‘Tienen ojos y no ven’. Comenzar la oración con esta humildad de saber que compartimos cegueras es andar en verdad, es fruto del Espíritu. Jesús, ilumina nuestras oscuridades. Sé Tú nuestra luz, enciende nuestra noche.
‘Yo soy la luz del mundo’. Jesús es alguien único, es una novedad inaudita, una presencia de bondad en medio de nuestro mundo. No solo da la vista al ciego del camino, sino que este encuentro le da ocasión de desvelar su identidad: ‘soy la luz del mundo’. Jesús es luz encendida, puesta en medio para iluminar. No hay otra noticia más fascinante que ésta. Jesús es luz, su amor es más grande que todos nuestros pecados. Nuestra muerte es vencida por su presencia sanadora. Con Él nos viene una plenitud insospechada. Como curó al ciego con el barro y el agua, con el signo y la palabra, nos puede curar ahora a nosotras/os para que seamos hijas/os del Padre, que es luz de luz, y realicemos las obras del día. Si dejamos que realice en nosotras/os una nueva creación. Estamos ante ti, Jesús, como noche que espera la aurora. Tu mirar es amar: ésta es la verdad que sostiene nuestra fe. Eres nuestra luz y salvación.  
‘¿Crees tú en el Hijo del hombre?’ Un ciego en el camino, gritando, no era problema. Un ciego que ahora ve, gracias a Jesús, es una amenaza para la vieja mentalidad, incrédula. Un convertido a Jesús es un peligro, una persona liberada por Jesús resulta incómoda. ¡Cuánta resistencia a la hora de acoger la novedad! Unas/os tienen miedo, otras/os son incapaces de alegrarse con el triunfo de la vida, otras/os expulsan o marginan a quien camina en la verdad. ¿Y nosotras/os? ¡Cuánta ceguera disimulada en ojos que, solo aparentemente, ven! ¿De qué sirve acaparar y presumir de fe, si no dejamos paso a la novedad de Jesús que libera? ¿Será verdad que no queremos ver? Sea como sea, Jesús no nos deja solas/os, nos hace la pregunta de la fe a cada uno/a: ‘¿crees tú?’ Y espera pacientemente que dejemos entrar su luz en nuestro corazón. ¿Qué haremos? Un ciego, que no conocía la luz, porque nunca la había visto, nos anima con su confianza, tan sencilla, a recorrer sin miedo el proceso de la fe. Frente a todos los miedos, frente a todos los prejuicios. Espíritu  Santo, guíanos hacia la fe, llévanos a Jesús.   
‘Creo, Señor’. Jesús espera nuestra respuesta creyente. Quienes están sufriendo en las orillas de los caminos, también, porque la fe en Jesús es siempre ternura y compasión hacia quienes están marginadas/os por los motivos que sean. El joven, radiante de alegría, confiesa abiertamente su fe. El que antes era ciego nos ofrece su testimonio y nos regala palabras nuevas para decir nuestra fe: ‘Creo, Señor’. A esta fascinante aventura nos empuja el Espíritu. Jesús nos ha abierto los ojos, nos ponemos ante Él, lo adoramos. Por haber gozado un instante de su luz, podemos unir nuestras fuerzas para solidarizarnos con quienes sufren dramas infinitos, en Siria por ejemplo. Madre de los creyentes, danos tu fe.  
Desde el CIPE les deseamos un feliz tiempo de gracia - marzo de 2017