Lectura orante del Evangelio:
Lucas 2,42-52
“Solo sé callar y adorar el inmenso amor de nuestro Dios”
(Isabel de la Trinidad).
Hijo, ¿por qué nos has tratado
así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Los orantes, siguiendo a Jesús, nos perdemos para recorrer otros
paisajes y encontrar en ellos al Dios de la ternura y misericordia. Porque se
hace perdidizo quien anda enamorado. No vamos contra nadie, aunque nuestra pretensión
de encontrar la identidad, caminando en libertad junto a Jesús, suscite
interrogantes en los que nos rodean. No despreciamos ninguna institución, pero
no aceptamos ningún chantaje, ni siquiera el de la angustia; sentimos dentro
una llamada a recorrer los caminos originales, creativos, nuevos del Padre.
Para nosotros solo Dios es el absoluto, y todo lo demás, incluida la familia,
encuentra su sentido en la medida que nos ayuda a realizar esta aventura de
fidelidad y creatividad a los proyectos de amor del Padre. Acogemos cada día
como una oportunidad de encuentro con Aquel que nos espera. Cada día Nadie como Tú, Padre, siendo tan íntimo a nosotros,
respetas nuestra libertad. Nadie da tantas posibilidades a nuestra vida.
Gracias, Padre.
¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi
Padre? Es la primera vez que habla Jesús en el evangelio
de Lucas y lo hace en clave de libertad y de pasión por el Reino. No acepta la
pretensión de sus padres de buscarlo para retenerlo y meterlo en los moldes de
lo socialmente correcto. Sí acepta emprender, junto con ellos y con los que
escuchan la palabra de Dios, un camino nuevo de obediencia al Padre. Los
orantes, mirando siempre de cerca a Jesús, aprendemos a estar en la casa y en
las cosas del Padre, nos entregamos a su voluntad vivificadora. Dios nos ha
dado alas para volar. Nuestra casa es el amor del Padre. Siempre es suya la
iniciativa. Esta convicción es para nosotros fundamental. No importa cómo nos
sintamos, tampoco si hemos fallado. Él está con nosotros amándonos. Don
absoluto. Tú, Jesús, nos ayudas a ver que
el amor es nuestra dignidad. Tú, Padre, te alegras de comunicarte con nosotros.
Tú, Espíritu Santo, nos amas.
Pero ellos no comprendieron lo quería decir. La
Palabra se hace humanidad, pero su fuerza creadora no queda encerrada en una
humanidad estrecha, sin horizontes. La Palabra de Jesús,
leída, escuchada, a veces no entendida, meditada, es el suelo firme para
aprender, para reconocer. Casi imperceptiblemente va dejando huella en el
corazón y el entendimiento. Va tejiendo un espacio donde es posible el
Encuentro con Él. Entrar en esta dinámica de libertad es esencial para que los
orantes entendamos a Jesús y no apaguemos con nuestra mentalidad vieja la llama
de amor viva del Espíritu. Así como Jesús crea situaciones incómodas, así la
oración agita nuestra vida y la orienta hacia el proyecto del Reino. Contágianos, Jesús, la fascinante aventura
de vivir como misioneros del Reino.
Su madre conservaba todo esto en su corazón. María, la madre de Jesús, entra en el corazón con una certeza muy honda:
saberse guiada y sustentada por el Espíritu. La suya es una manera de estar y
sentir, pensar y actuar, aprender. Decidir hacia dónde quiere mirar y qué desea
ver. Qué o a Quién está buscando. Honestamente. María abre caminos desde la
interioridad. Repite dentro las palabras de Jesús, recuerda su encuentro con él
en el camino. Lee su propia vida como lugar donde él se manifiesta. María es
símbolo de la Iglesia, que guarda la identidad de Jesús en el corazón. María no
solo ve que Jesús crece en gracia, sino que siente cómo Él va creciendo dentro
de Ella. Cada vez María es más de Jesús. Esto es ser orantes. Ya no somos nosotros quienes vivimos. Eres
Tú quien vive en nosotros.
¡Feliz Navidad! - CIPE, diciembre 2015