sábado, 19 de diciembre de 2015

EN NUESTRA IGLESIA UNA CELEBRACIÓN CON MUCHOS MOTIVOS…



En la Fiesta de la Inmaculada Concepción, el pasado día 8 de diciembre de 2015 al cumplirse 50 años de la Clausura del Concilio Vaticano II, el Papa Francisco abrió la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, en Roma, dando inicio al Jubileo Extraordinario de la Misericordia. De esa manera, celebramos los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II. Dimos inicio a un tiempo de gracia, un tiempo jubilar, ha sonado el jobel.

Para nuestra Iglesia Local de Sucumbíos esa fecha tiene un gran significado, pues hace 31 años fue elevada de Prefectura Apostólica a Vicariato Apostólico, y Mons. Gonzalo López fue nombrado como su primer Obispo

Todos estos motivos, muy íntimamente unidos, lo celebramos en una sencilla liturgia en la Parroquia “Divino Niño” de Lago Agrio. Con la participación de más de un centenar de personas se llevó a cabo una celebración litúrgica de la Palabra presidida pos laicas, para significar el espíritu del Concilio, que devolvió la Biblia al pueblo pobre y creyente. Al final compartimos algo, como es costumbre, y esta vez fue un rico café con empanadas.


Y es que no podíamos pasar por alto un día tan significativo, pues sin el Vaticano II y la manera como fue recibido en América Latina, no se puede entender el camino de la Iglesia de Sucumbíos (ISAMIS) durante las últimas décadas.

El Papa Juan XXIII, poco antes de comenzar el Concilio, indicaba que una de las tareas del mismo era: “renovar el rostro de Jesús resucitado, rey glorioso e inmortal, radiante en toda la Iglesia para salud, alegría y resplandor de las naciones” (Radiomensaje de Juan XXIII, 11 sept. 1962)

La Iglesia buscaba una renovación. Necesitaba abrir las puertas y las ventanas, para que entrara el aire fresco del Espíritu y renovara la vida de la Iglesia que con el correr del tiempo y por haber cerrado muchas ventanas se había quedado un poco paralizada, según reconocía el mismo Juan XXIII.


A partir de un reencuentro consigo misma (ver el documento del Concilio “Lumen Gentium” y los otros documentos) y de una nueva postura en sus relaciones con el mundo contemporáneo (ver el documento del Concilio “Gaudium et Spes”), la Iglesia se abría a otra forma de presencia y de acción evangelizadora que llegaría a afectarla hondamente.

La Iglesia quería estar presente en el mundo para hacer presente el mensaje de Jesús. Así lo decía el Concilio: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas ylas angustias de los hombres (y mujeres) de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo… La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria delgénero humano y de su historia” (GS 1)

Ese deseo y esa preocupación se vivían también, como no podía ser de otra forma, en la Iglesia Latinoamericana: “Como pastores, con una responsabilidad común, queremos comprometernos con la vidade nuestros pueblos en la búsqueda angustiosa desoluciones adecuadas a sus múltiples problemas. Nuestra misión es contribuir a la promoción integral del hombre (y la mujer) y de las comunidades del Continente” (Medellín, Mensaje a los Pueblos de América Latina)


En este contexto global y latinoamericano, la pequeña Iglesia de San Miguel de Sucumbíos vivía la fecunda década de los 70, con dos nuevos acontecimientos que configurarán un escenario muy especial. En el marco sociopolítico y económico: el boom petrolero con su carácter nacional y, la realidad eclesial con la llegada de Mons. Gonzalo como Prefecto Apostólico se ponía al frente para animar a la Iglesia Local con las luces del Vaticano II y Medellín.

Mons. Gonzalo López Marañón, se encontró con el caminar de la Iglesia Latinoamericana en la reunión de Iquitos (1971), dio inicio a las Asambleas de Misioneras/os, que iríaán marcando hitos en la búsqueda y definición de un nuevo modo de ser Iglesia. En dichas asambleas se pretendía descubrir el plan de Dios en los “signos de los tiempos”, tal como nos motivaban los Obispos en Medellín. Se quería sintonizar las voces de la Iglesia Latinoamericana que buscaba ser fiel “al plan divino, y responder a las esperanzas puestas en la Iglesia” (Ver Medellín, Mensaje a los pueblos de América Latina)

El mismo Espíritu que había hecho surgir el Concilio Vaticano II, hacia surgir ahora por todo el Continente, infinidad de pequeñas comunidades que se reunían en torno a la Palabra de Dios y encontraban ahí nuevas luces para descubrir el Plan de Dios en medio de la realidad de pecado en que estaba viviendo el pueblo; y ese mismo Espíritu iba despertando un sinfín de ministerios, hombres y mujeres, especialmente en el mundo de las/os pobres, que vivían la experiencia de la resurrección como los apóstoles luego de la muerte de Jesús, y se comprometían en la construcción de ese mundo nuevo que Jesús había proclamado: El Reino.


Sin duda fue un momento de gracia muy especial para la Iglesia de América Latina, un kairós, una presencia fuerte del Espíritu que llenó de alegría, de gozo, de esperanza, de vida y también de martirio, especialmente a los pobres del Continente.

Recordar ahora esos momentos llenos del Espíritu, de la mano del Papa Francisco que nos habla de una Iglesia Madre, cuya “viga maestra es la misericordia” a la que invita a salir hacia las “periferias geográficas y existenciales”, es como recordar y vivir los inicios de la Iglesia en Corinto, Éfeso, Antioquia… cuando leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles y las Cartas dePablo.

Por eso la opción de ISAMIS de renovarse y relanzarse como Iglesia Comunidad de Comunidades comprometida en la construcción del Reino, tiene más vigencia que nunca pues se inscribe dentro de ese mismo Espíritu.

Ha sonado el jobel. Es jubileo. ¡Es tiempo de gracia y misericordia!