“Siempre había yo oído loar la
caridad de esta ciudad (Burgos), mas no pensé llegaba a tanto. Unos favorecían
a unos, otros a otros” (Fundaciones 31,13).
‘¿Dónde quieres que vayamos a
prepararte la cena de Pascua?’ ¿Dónde ir para
alimentar la vida? ¿Dónde encontrar las fuentes de la alegría? ¿Dónde preparemos
el encuentro con Jesús? Porque andamos necesitando algo más, algo que solo Jesús
nos puede dar. El corazón, en el silencio, lo desea; los pobres lo esperan.
Teresa lo pide para nosotros. “Que no os
veáis en este mundo sin Él… que no os falte y que os dé aparejo para recibirle
dignamente” (C 34,3).
‘¿Dónde está la habitación en que
voy a comer la Pascua con mis discípulos?’ ¿Dónde
celebrará Jesús su amor? En el corazón orante, grande como el mundo, habitado
por millones de hombres privados de pan, de justicia y de futuro. En aquellos
que cultivan un estilo de vida sencillo, que son trasparentes para reflejar a
Dios en medio de las gentes, que están dispuestos a compartir. En la tierra,
cuando es tierra común; en el pan, cuando es nuestro y de todos; en la
desnudez, cuando es vestida. En las orillas donde se oyen gemidos de hambre y
sed, en los márgenes donde se grita justicia, fuera de la tierra adonde han
sido echados los ninguneados del mundo. “Sólo quiere comunicar sus grandezas
y dar sus tesoros, a los que ve que le desean mucho, porque éstos son sus
verdaderos amigos” (C 34, 13).
Mientras comían, Jesús tomó un
pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Gestos sencillos, palabras de verdad, que salen de Jesús y hacen vivir.
La vida, bendecida, se parte y se reparte. Un derroche de amor que rompe en mil
pedazos los egoísmos más grandes y abre caminos de solidaridad. Escuela de
oración, en la que Jesús enseña a orar y a amar. “Sé de una persona que, aunque no
era muy perfecta, durante muchos años, procuraba avivar la fe para desocuparse
todo lo que podía de todas las cosas exteriores cuando comulgaba y entraba con
el Señor, pues creía verdaderamente que entraba Él en su pobre posada” (C 34,
7).
‘Tomad, esto es mi cuerpo’. Mano tendida para amar sin medida. La palabra más genuina de Jesús:
amar, darse, entregarse. Espejo donde se mira la Iglesia, cuyo nombre más
genuino es Cáritas. Silencio
asombrado para recibir y dar tanto amor escondido en el pan. Música callada
para vibrar al son de la gracia. ¡Caridad! “Compañero
nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un
momento de nosotros” (V 22,6).
Tomando una copa, pronunció la
acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Solo quien sabe que todo es gracia, puede repartir la gracia a manos
llenas. No hay cosa más bella que mirar a Jesús dándose a todos por entero. No
hay icono más precioso de Jesús que la Iglesia entregándose por entero en una
eucaristía permanente. Orar es unir el silencio de la adoración con el anuncio
del Evangelio, es aunar el amor a Jesús con la caridad hacia los más desfavorecidos.
“Nos mostró el extremo de amor que nos
tiene… No se le pone cosa delante… No sabe hablar por sí sino por nosotros” (C
33,1.4).
‘Esta es mi sangre, sangre de la
alianza, derramada por todos. Jesús da sentido a su
vida y a su muerte. Nadie le quita la vida, la da. De esta fuente bebe nuestra vida.
En esta alianza se recrea la esperanza de los pobres. Ya no es momento de
hablar; ahora toca callar, callar y obrar. Los pobres esperan la verdad de nuestra
oración. Que se haga en nosotros la eucaristía de Jesús. Amén. “Fortaleced Vos mi alma y disponedla
primero, Bien de todos los bienes y Jesús mío, y ordenad luego cómo haga algo
por Vos, que no hay ya quien sufra recibir tanto y no pagar nada… Aquí está mi
vida” (V 21,5).
¡Feliz
día del CORPUS! - CIPE – junio 2015