Lectura orante del Evangelio en clave teresiana:
Marcos 8,27-35
“Nunca Voz, Señor, permitáis se tenga por bueno que
quien fuere a hablar con Vos, sea solo con la boca” (C 22,1).
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Ya no se
trata solo de saber lo que dice la gente acerca de Jesús. Una pregunta, muy
directa y personal de Jesús, nos interpela. Vale la pena que nos tomemos el
tiempo necesario para responder. No bastan las palabras, tiene que ser nuestra vida
la que hable y diga, en el Espíritu de la verdad, quién es Jesús en nosotros y
para nosotros. No tengamos miedo a la verdad, aunque sea pobre. “Dios nuestro Señor no imposibilita a
ninguno para comprar sus riquezas; con que dé cada uno lo que tuviere, se contenta.
Bendito sea tan gran Dios” (5M 1,3).
Tú eres el Mesías. Si lo que decimos
de Jesús está lejos de su manera de pensar y de vivir, ¿de qué sirven las
palabras, por muy bellas que éstas sean? Si decimos que es Amado y no le
amamos, si decimos que es Señor y no está en el centro de nuestra vida,
entonces necesitamos ir más allá de un espiritualismo desencarnado, más allá de
la rutina y la superficialidad, para llegar, como pobres, al terreno del
Espíritu. En el encuentro personal con Jesús, en fidelidad al evangelio,
descubrimos quién es Él y quiénes somos nosotros. Decir quién es Jesús, es
darle la vida. “No son estas burlas para
con quien le hicieron tantas por nosotros… Démosle ya una vez la joya del todo,
de cuantas acometemos a dársela… Somos francos de presto, y después tan
escasos, que valdría en parte más que nos hubiéramos detenido en el dar” (C
32,8).
El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene
que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado
y resucitar a los tres días. ¡Qué libertad tan grande la de Jesús para decir
esto! ¡Cuánto bien nos hace, si queremos caminar con Él, no cruzar de prisa
este paisaje de la cruz! Aunque se ponga en peligro nuestro modo de vivir la
fe. Disyuntiva: pensar como los hombres o pensar como Dios. La oración es la
oportunidad de mirar a Jesús de cerca y de estrenar, mirándole en la cruz, una
nueva fe en Él. Aprovechemos este momento para renovar nuestra confianza en
Jesús como roca firme. “Si habéis de
estar hablando con tan gran Señor, es bien estéis mirando con quién habláis y
quién sois vos” (C 22,1).
El que quiera venirse conmigo, que
se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Jesús no obliga, invita. No rebaja las condiciones del seguimiento. Nos
presenta un camino pobre y crucificado, su propio camino, como paso hacia la
vida. ¿Escándalo? ¿Necedad? Puede que sí. ¿Sabiduría? ¿Amor loco de Dios? Sin
duda. En juego está perder o ganar nuestra vida, ser o no discípulos y
misioneros de Jesús. Miramos ahora nuestra cruz de cada día. Que se cumpla la
voluntad del Señor en nosotros de los modos y maneras que Él quiera. “¿Sabéis qué es ser espirituales de veras?
Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro –que es el de la
cruz, porque ya ellos le han dado su libertad- los pueda vender por esclavos de
todo el mundo, como Él lo fue: que no les hace ningún agravio ni pequeña
merced” (7M 4,8). “Poned los ojos en el
Crucificado, y haráseos todo poco” (7M 4,8).
CIPE –
septiembre 2015