Lectura
orante del Evangelio: Juan 1,29-34
“A veces perdemos el entusiasmo al
olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las
personas” (Papa Francisco).
‘Este es el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo’. Jesús es un regalo de salvación que quita
el pecado profundo del mundo, es una alegría que invita a la danza del corazón,
es una bocanada de dignidad, de compasión y ternura. Juan, que lo tenía todo
para sentirse importante debido al éxito de su bautismo, señala, con la
sorpresa y la emoción de un niño, la presencia inesperada de Jesús que viene. A
Juan, buscador de caminos para ir a Dios, se le iluminan los ojos cuando dice:
‘Éste es’. El que llamaba a todos a la conversión, se siente llamado por Jesús
al gozo. Con Jesús entra el poder del Espíritu. Sin Él todo se apaga y se
extingue. Detenemos en ti, Jesús, nuestra mirada. Tú lo eres todo. Danos tu
Espíritu.
‘Yo no lo conocía, pero
he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel’. El silencio y la
soledad, sufridas y gozadas por Juan en el desierto, le han purificado la
mirada. No es un fanático de sus ideas; está abierto a la verdad. Como hombre
libre, sin prejuicios, deja paso a Jesús, se descalza de toda pretensión de
grandeza y ocupa su sitio. Mientras en Jesús, Dios aprende a ser hombre, en
Juan, el ser humano aprende a dejar sitio a Dios en la profundidad de su
corazón. El que era voz en el desierto, se queda ahora en silencio ante la
palabra de vida que trae Jesús; la alegría y la verdad del Espíritu lo abrazan.
Con el Espíritu de Jesús entra la verdad en nuestra vida, se reafirma nuestra identidad
cristiana, nos llegan la luz y la fuerza para emprender un camino de
renovación. Nos acercamos a ti, Jesús, buscando tu amor. Te dejamos entrar
en nuestra vida. Eres nuestra fuente. Danos tu Espíritu.
‘He contemplado al
Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él’. Juan contempla al
Espíritu que baja y se posa sobre Jesús. Juan descubre a Jesús, que actúa
siempre empujado por el Espíritu y da la vida por amor hasta el fin. Ni la
mediocridad ni la pereza crecen donde está el Espíritu. Donde Él está no tienen
cabida el pesimismo, el fatalismo o la desconfianza, que secan el alma. Pero si
arde en los corazones el fuego del Espíritu, comienza una etapa más ardiente y
generosa para vivir nuestra fe en Jesús. Donde se curan las heridas, allí está
el Espíritu. Donde hay acogida a todos los inmigrantes y calor de familia para
las soledades del alma, allí está Jesús. Como baja la lluvia sobre la
tierra, así acogemos, Espíritu Santo, tu presencia. Amando a Jesús, te alegramos
a ti, Espíritu de alegría y de comunión., de vida nueva.
‘Ese es el que ha de bautizar con Espíritu
Santo’. Juan sabe que su bautismo con agua no puede cambiar el
corazón del ser humano. El corazón se cambia y se hace nuevo cuando tiene un
encuentro personal con Jesús, fruto del Espíritu. Por eso, nos pone ante Jesús.
Un corazón que no está enamorado de Jesús no convence a nadie. Bautízanos,
Señor Jesús, con tu Espíritu, el que trae posibilidades nuevas, radicales, para
tantas vidas escondidas en la noche, a la espera de amanecer.
¡Feliz Domingo! Vuestros amigos del CIPE – enero
2017