Lectura
orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 1,21-28
“¿Quién más amigo de dar (que Jesús) si tuviese a quién?” (F
2,7).
¿Qué es esto? La
actuación de Jesús, llena del Espiritu vivificador, suscita asombro. El
silencio, al ser tocado por la palabra de Jesús, se llena de música liberadora.
La interioridad queda llena de la bondad de Jesús. Se asombra Teresa: “¡Qué
cosa de tanta admiración, quien hinchiera mil mundos y muy mucho más con su
grandeza, encerrarse en una cosa tan pequeña! A la verdad, como es Señor,
consigo traer la libertad y como nos ama, hácese a nuestra medida” (C 28,11).
Pero también asombra a Teresa y le duele que no queramos encontrarnos con Jesús
y pasemos de largo ante su amor. “¿Qué es esto, Señor? Ahora, no se quiere ver.
¡Oh, qué mal tan incurable!... ¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío,
que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis
salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad” (E
8,2-3). ¿Nos quedaremos al margen de tanta gracia? El consejo de Teresa es claro: “Miradle… No os pido más de que le miréis”
(C 26,3).
Este enseñar con autoridad es nuevo. Jesús
entra en la sinagoga de Cafarnaúm, enseña curando, libera del mal que se le
había metido dentro a un pobrecillo. Lo hace con autoridad, no con
autoritarismo. La buena noticia, que trae Jesús, hace lo que dice, es creadora
de nueva humanidad. Los que estaban presentes ven esta novedad; quedan
maravillados. ¿Le damos ahora a Jesús el poder de sanar y la capacidad de sorprendernos?
¿Acogemos su grandeza en nuestra debilidad? “¡Oh grandeza de Dios! ¡Y cómo
mostráis vuestro poder en dar osadía a una hormiga! ¡Y cómo, Señor mío, no
queda por Vos el no hacer grandes obras los que os aman!” (F 2,7). Espíritu,
danos esa forma nueva de enseñar que tiene Jesús. “¡Oh qué buen Señor y qué poderoso! Sus palabras son obras” (V 25,18).
Hasta a los espíritus inmundos les
manda y le obedecen. Jesús comunica
Espiritu y vida. “Heme aquí con solas estas palabras sosegada, con fortaleza, con
ánimo, con seguridad, con una quietud y luz que en un punto vi mi alma hecha
otra” (V 25,18). Ante Jesús los malos espíritus retroceden. Este
es el camino que enseña a sus amigos: mandar, en su nombre, que salgan los
males de la vida, luchar contra todo lo que destruye la dignidad del ser humano.
“¿Quién es éste que así le obedecen todas mis potencias y da luz en tan gran
oscuridad en un momento, y hace blando un corazón que parecía piedra?” (V
25,19). La palabra de Jesús quitan los miedos, libera: “No entiendo estos miedos: ‘¡demonio! ¡demonio!’, adonde podemos decir:
‘¡Dios! ¡Dios!, y hacerle temblar”’ (V 25,22).
Su fama se extendió enseguida por
todas partes. ¿Cómo
se puede cortar al perfume su camino? ¿Acaso pueden las aguas torrenciales
apagar el amor? Los que creen en Jesús anuncian la buena nueva por todas partes,
no se pueden callar. “Sea Dios alabado y
entendido un poquito más y gríteme todo el mundo” (7M 1,2). Donde
están los amigos de Jesús hay una humanidad nueva: “Todo lo bueno aman, todo lo
bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se
juntan siempre y los favorecen y defienden. No aman sino verdades” (C 40,3). “Bendito sea y alabado el Señor, de donde
nos viene todo el bien que hablamos y pensamos y hacemos. Amén” (C 42,7).
¡Feliz
Domingo! Desde el CIPE – Febrero 2015