Lectura
orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 1,29-39
Al anochecer, cuando se puso el sol,
le llevaron todos los enfermos y poseídos. Para los enfermos la
noche es más noche, su llanto se hace más intenso. “Qué cosa es la enfermedad,
que con salud todo es fácil de sufrir” (F 24,8). ¿Quién consolará? Jesús. A Él
se los llevan. Jesús está cerca, toca las heridas, sana los corazones afligidos.
La noche, gracias a Jesús, es tiempo de sanación y de alegría. En la
casa, donde se reúnen los discípulos de Jesús para vivir el Evangelio, se curan
heridas, se quitan sufrimientos. “Es muy
buen amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas y trabajos
y es compañía” (V 22,10).
Curó a muchos enfermos de diversos
males y expulsó muchos demonios. Dios
está a favor del hombre, lo creó para que fuera libre y pudiera comunicarse con
Él. Jesús se pone al servicio de este proyecto de salvación. Quiere quitar el
mal del mundo. Su fuerza liberadora es irresistible, alcanza la profundidad del
ser humano. “Él ayuda y da esfuerzo; nunca falta: es amigo verdadero” (V 22,6).
Es imposible querer ser amigos de Jesús sin entrar en esta corriente sanadora. “Obras quiere el Señor, y que si ves una
enferma a quien puedes dar algún alivio… te compadezcas de ella; y si tiene
algún dolor, te duela a ti” (5M 3,11).
Se levantó de madrugada, se marchó
al descampado y allí se puso a orar. La compasión
y la oración siempre van unidas, una cosa lleva a la otra. La noche de sanación
se prolonga en una madrugada orante. El Evangelio es a la vez experiencia
mística y compromiso social y misionero. “Sin momentos detenidos de diálogo
sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido” (Papa
Francisco). La soledad habitada por la presencia de Jesús y el silencio estremecido
por su Palabra nos hacen profundos, humanos, capaces de ternura. “¿Cómo
pensáis que pudiera sufrir San Pablo tan grandísimos trabajos? Por él podemos
ver qué efectos hacen las verdaderas visiones y contemplación” (7M 4,5).
Simón y sus compañeros le dijeron:
‘Todo el mundo te busca’. “Estáse ardiendo el
mundo”, grita Teresa de Jesús, “no es tiempo de tratar con Dios negocios de
poca importancia” (C 1,5). Nada más contrario a la oración que
el inmovilismo y la instalación cómoda. En la oración germina la creatividad
más apasionante, se prepara la nueva evangelización. “Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía
en mí. Fuime a una ermita con hartas lágrimas. Clamaba a nuestro Señor,
suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su
servicio” (F 1,7).
Él les respondió: ‘Vámonos a otra
parte’. ¡Es
tiempo de caminar! ¡Es tiempo de un caminar misionero! ¡Hay tantas partes donde
no se conoce la alegría de Jesús! “Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis
hacer de mí?” (P 2). Con estas palabras de Teresa de Jesús terminamos nuestra
oración y comenzamos nuestro viaje misionero. “Juntos andemos, Señor”. Hoy,
como en tiempos de Santa Teresa “son
menester amigos fuertes de Dios”.
¡Feliz
Domingo! Desde el CIPE – Febrero 2015