Lectura
orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 9,2-10
“Quien más le entiende más le ama y le alaba” (Vida
37,2).
Jesús se transfiguró delante de ellos. También
nosotros, como los discípulos, estamos a falta de un encuentro transfigurador
con Jesús. Él lo sabe y nosotros lo intuimos al ver “la bajeza de un alma
cuando no anda Dios siempre obrando en ella” (V 37,7). Cuando Jesús quiere,
porque la iniciativa es suya, nos lleva al monte para tener una experiencia
fuerte de su luz. Allí, descalzos de nuestra mentalidad, en silencio y soledad,
abre nuestro corazón a su alegría. La luz que sale por todos sus poros nos toca
y nos sana. “¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quien supiera ahora representar la
majestad que tenéis!...Espanta mirar esta majestad; mas más me espanta, Señor
mío, mirar con ella vuestra humildad y el amor que mostráis a una como yo” (V
37,6). “De ver a Cristo me quedó
imprimida su grandísima hermosura” (V 37,4).
Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: ‘Maestro,
¡qué bien se está aquí!’ Cuando el Señor se muestra, quedamos desconcertados.
No sabemos lo que decimos, es el corazón, “con gran gozo interior” (V 38,11),
el que habla. “Algunas veces desatina tanto el amor… todo me lo sufre el Señor.
¡Alabado sea tan buen Rey!” (V 37,9). El encuentro de Jesús, “hermosura que
excede a todas las hermosuras” (P 8), nos “hace entender qué cosa es andar un
alma en verdad delante de la misma Verdad” (V 40,3), nos libera de toda atadura
extraña a nuestra vocación de hijos amados. “Después
que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me
pareciese bien ni me ocupase… con poner un poco los ojos en la imagen que tengo
en mi alma, he quedado con tanta libertad” (V 37,4).
Salió una voz de la nube: ‘Este es mi Hijo amado;
escuchadlo’. Acogemos con inmenso gozo este testimonio del
Padre. Jesús es todo para nosotros. “¡Oh
riqueza de los pobres!” (V 38,21). “Sea bendito por siempre, que tanto da y tan
poco le doy yo. Porque ¿qué hace, Señor mío, quien no se deshace toda por Vos?
¡Y qué de ello, qué de ello, qué de ello –y otras mil veces lo puedo decir-, me
falta para esto!” (V 39,6). Escuchar a Jesús, ¡qué maravilla! “Ni hay saber ni
manera de regalo que yo estime en nada, en comparación del que es oír sola una
palabra dicha de aquella divina boca, cuánto más tantas” (V 37,4). “¡Oh
Grandeza y Majestad mía! ¿Qué hacéis, Señor mío todopoderoso?” (V 40,4). ¿Cómo
responder a tanto amor? “Comenzóme a crecer la afición de estar más
tiempo con Él” (V 9,9).
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie
más que a Jesús. “Los ojos en Él” (V 35,14). Solo Jesús, solo con
Jesús, icono bello del amor, dador de sentido, amigo y compañero en cuya fuente
se renueva nuestra identidad. “Con mirar vuestra persona, se ve luego que es
solo el que merecéis os llamen Señor” (V 37,6). “En todo se puede tratar y
hablar con Vos como quisiéremos” (V 37,6). Y con Jesús, todos sus amigos, todos
los pequeñitos de la tierra. Mirarle a Él, que va delante, nos alegra. Mirar a
los pobres, nos acerca cada vez más a Jesús. Esta es la música que da alas a
nuestros pies para anunciar la alegría del Evangelio: “Juntos andemos” (C 26,6).
La Cuaresma: un camino hecho con
Jesús. ¡Feliz aventura! CIPE – marzo 2015