Lectura orante del Evangelio:
Lucas 4,21-30
“Vive muy cerca de Jesús, muy
dentro de Él” (Beata Isabel de la Trinidad).
Todos se admiraban de
las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: ¿No es éste el hijo de
José? Orar es estar mirando a Jesús. Y a Jesús lo vemos,
ungido por la fuerza del Espíritu, como presencia visible de la ternura
entrañable del Padre. Salen de su boca palabras de misericordia, desecha la
venganza de Dios hacia los paganos, anuncia una vida nueva para todos los
pueblos. Libera y perdona, contagia el fuego del Espíritu que lleva en el corazón.
“Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona
gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo
único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores,
hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el
distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es
falto de compasión” (Papa Francisco, MV 8). Ven, Espíritu, sobre nosotros. Envíanos profetas.
Y Jesús les dijo:
‘Sin duda, me recitaréis aquel refrán: Médico, cúrate a ti mismo; haz también
aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm’. Orar es caminar con Jesús. Él va delante, anunciando una feliz noticia
para los pobres. Sus palabras son un desafío de paz para el mundo. Hace frente
a las insidias de los que quieren asfixiar el Espíritu. Algunos le cierran las
puertas, lo rechazan, no aceptan esa forma suya, tan peculiar, de amar. Pero Jesús,
lleno de la fuerza del Espíritu, no se echa para atrás, no esconde su
entrañable misericordia, da la vida. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. Él
envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva
su amor. Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona
revela la misericordia de Dios” (Papa Francisco, MV 1). Orar es creer en el amor de Jesús, caminar a su lado, ofrecer un oasis
de misericordia a los que están heridos. Gracias,
Jesús.
Al oír esto, todos se pusieron
furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo… con intención de
despeñarlo. Orar es optar por Jesús. A Jesús ni la admiración
ni el rechazo le tuercen el camino. No es fácil esto. Parece tan débil una
forma de vivir así en medio de la violencia, de la envidia, de la injusticia,
de la prepotencia de quienes no quieren que el mundo se ponga del revés, al
estilo del Magníficat de María; parece tan débil esto de amar por encima de
todo… que solo es posible vivirlo en el Espíritu de Jesús. En Jesús “siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia.
Es fuente de alegría, de serenidad y de paz” (Papa Francisco, MV 2). Siempre contigo, Jesús.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba. Orar es seguir a Jesús, que se atreve a leer la realidad desde la
compasión de Dios por los últimos. Nazaret, al rechazarlo por miedo a la
novedad de Dios, se queda sin profeta, sin luz para el camino. A Jesús lo vemos
abriendo caminos de libertad. Lo suyo no es una huída cobarde; va hacia
adelante buscando a aquellos que quieren vivir amando. Jesús no sabe vivir más
que amando; a pesar del rechazo sigue amando. Porque Dios es así. Orar es
alegrarnos de conocer, amar y seguir a Jesús por los caminos. “Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a
ser compasivos con todos” (Papa Francisco, MV 14). Gracias, Jesús, por contar con nosotros e invitarnos a tu fascinante
aventura.
CIPE – Febrero 2016