Lectura orante del Evangelio: Lucas 3,15-16.21-22
“¡Qué
dulce es ser totalmente de Dios!” (Beata Isabel de la Trinidad).
El pueblo estaba en expectación. La búsqueda y
la expectación son sentimientos que acompañan al ser humano; si hacemos
silencio los encontramos en el corazón. La oración es una forma de esperar, de
esperar a Jesús, de estar a la espera de una presencia con el silencioso deseo
de una comunión. Cuando nos acercamos a Jesús y le seguimos, siempre ocurren cosas
nuevas. La oración, aunque sea de quietud y silenciosa, no nos deja quedarnos
con los brazos cruzados. En el encuentro con Jesús se prepara un futuro nuevo.
Incluso las crisis son oportunidades para abrir la vida a una nueva identidad. Cuando tú, Jesús, eres el Señor de nuestra
vida todo cambia.
Viene el que puede más que yo y no merezco
desatarle la correa de sus sandalias. Él les bautizará con Espíritu Santo y
fuego. En la oración aprendemos a convivir con quien es más que nosotras/os;
eso es humildad. Cuando la enfermedad nos visita y las noches se vuelven más
oscuras, recordamos que vivimos con el que es más fuerte que nosotras/os. Cuando
con valor y desprendimiento cultivamos el silencio y la entrega total a una
voluntad mayor que una/o misma/o, todo queda acogido y reconciliado en una
profunda aceptación de lo que ocurre. Lo que transforma nuestra vida en algo
nuevo no es el agua, o sea, nuestra voluntad de querer cambiar las cosas, sino
el Espiritu en el que Jesús nos bautiza y sumerge. El pecado como fracaso de la vocación humana es
quemado por el fuego del Espíritu. Orar es mirar, enamorados, la humanidad de Jesús,
en quien se nos da todo. El bautismo es un canto a una humanidad nueva, vivida
al estilo de Jesús. Te damos gracias,
Padre, por Jesús, tu Hijo amado. En Él aprendemos a conocerte y amarte.
Mientras
oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él. Jesús sale del
agua y ora. El Espíritu viene cuando oramos. Al quedar Jesús bautizado,
inundado, marcado por el Espíritu, se manifiesta en Él la humanidad nueva. Cuando
oramos experimentamos la gran suerte de tener la humanidad de Jesús delante, al
lado, dentro de nosotras/os. Ese es nuestro bautismo: ver cómo vive Jesús y
sentir la alegría de vivir como Él. ¡Jesús! Con él nuestra ley es el amor,
nuestra pasión el perdón, nuestra ambición la paz, nuestro terreno la verdad y
la justicia. Baja Espíritu Santo sobre el
mundo. Abre los ojos de la humanidad para que todos podamos conocer a Jesús.
Y vino una voz
del cielo: ‘Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto’. En esta voz
está el sí fiel del amor de Dios al mundo.
La oración, como dimensión esencial de nuestro bautismo, nos permite oír
esta voz en Jesús, en quien está Dios de forma humana y resplandece de forma
incomparable. Jesús comparte con nosotras/os esta voz y nos enseña a escuchar también
nosotras/os el amor y la predilección que el Padre nos tiene. Todo
acontecimiento de Jesús es una invitación a la fe. ¡Qué aprendizaje tan
fascinante para nosotras/os! Jesús, tú eres
nuestro amado, el predilecto de nuestro corazón. No queremos alejarnos de la
órbita de tu amor. .
Con el recuerdo gozoso de nuestro bautismo - CIPE, enero 2016