Lectura orante
del Evangelio: Juan 1,1-18
“Todo
lo hago con Él” (Beata Isabel de la Trinidad).
En el principio ya existía la Palabra. Nuestra vida está
llena de sentido, porque una Palabra de amor nos habita y no se cansa de amarnos.
Al escucharla nos hacemos conscientes de la cercanía de Dios. El Espíritu nos
capacita para acoger y agradecer este don. La Palabra, leída, escuchada,
meditada, guardada en la interioridad,.., se convierte en suelo firme de
nuestra fe, en agua viva que sacia nuestra sed. Casi imperceptiblemente va
dejando su huella en el entendimiento y en el corazón; va tejiendo un espacio
donde es posible el encuentro con Dios. Mirándonos en el espejo de la Palabra
vamos descubriendo cómo se relaciona Dios con nosotros. El rostro de la Palabra
es Jesús. Él nos espera dentro para darnos el abrazo de su misericordia. En lo más hondo de nuestro pozo está tu
Palabra llamándonos a la vida.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
La iniciativa del encuentro es de la Palabra. Se hace humanidad, echa
raíces en nuestra tierra, hace suyo todo lo nuestro, se hace pobre, nos ama
desde abajo y desde dentro. A la Palabra no le ha quedado nada por hacer.
Jesús, palabra hecha carne, camina a nuestro lado, entrelazando lo divino con
lo humano, acariciando las heridas, haciéndose inteligible de los más perdidos.
Nosotros cultivamos una interioridad sana para acogerle. Eso implica ser
conscientes sinceramente de nosotros mismos, de lo que estamos sintiendo,
deseando, pensando, sin miedo a lo que podamos descubrir. Vivimos confiadamente
nuestra verdad, porque somos conocidas/os y amadas/os por Jesús. Él, don
absoluto, está con nosotras/os amándonos. Nosotras/os aceptamos que escriba su
compasión y su ternura en nuestra historia. ¡Gracias,
Jesús, por
hacerte carne en nosotros!
Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo
único del Padre. Solo Jesús nos descubre el corazón del Padre y nos
muestra su rostro. Necesitamos recuperar la humanidad de Jesús. Cuando lo miramos
humano y nos dejamos mirar por Él, se hace luz en nuestro interior pues su
mirada clarifica todo aquello que guarda el corazón y la mente. Cuando miramos
a Jesús, descubrimos en Él a un amigo junto al que se va gestando nuestro ser
más verdadero. Cuando nos acercamos a Jesús, nuestros horizontes estrechos se
dilatan, nos crece la esperanza. Cuando seguimos a Jesús de cerca, día tras
día, experimentamos el abrazo de su misericordia. Al mirarnos a nosotras/os,
tan amadas/os, nos quedamos asombradas/os. Al poner en el centro a Jesús
ponemos en el centro a todo ser humano, especialmente a los más pequeñitos. Ven, Espíritu Santo, danos capacidad para
percibir el amor de Jesús.
De su plenitud todos hemos recibido gracia tras
gracia. Al poner los pies en el territorio de Jesús, descubrimos que Dios quiere
para nosotras/os la plenitud; ésta es su alegría. Resuenan muy fuerte sus
palabras invitándonos a recibir una gracia que nunca se acaba. Sus
misericordias nunca se agotan. Así nos va naciendo el Reino por dentro. La
oración es un momento privilegiado para recibir su gracia, para confiar en su
entrega. Si no nos implicamos, nuestra relación con Jesús se debilita, se
vuelve tibia y volvemos nosotras/os a ser el centro del mundo. Cada día es una
oportunidad para recomenzar una y otra vez. Aquí descubrimos la infinita
paciencia de Jesús y aprendemos a ser pacientes con nosotras/os y con las/os
demás. Quienes más disfrutan de la vida son quienes dejan su seguridad en la
orilla y se apasionan por el estilo de vivir de Jesús, quienes multiplican
abrazos de bienaventuranza a las/os que viven perdidos en las periferias. Abrimos nuestro corazón y te recibimos, porque
todo nuestro bien consiste en aprender a recibir de Ti.
Feliz
Año Nuevo desde el CIPE – enero de 2016