Lectura orante del Evangelio: Lucas 4,1-13
“Hago silencio para adorar a este Dios que nos ha
amado de manera tan divina” (Beata Isabel de la Trinidad).
Jesús, lleno del Espíritu Santo. Los amigos de
Jesús caminamos por la vida al aire del Espíritu. Pisamos las huellas de Jesús,
entramos en el desierto con Él. El Espíritu nos lleva al silencio, nos hace
palpar la verdad, nos empuja más allá de las seguridades a buscar lo esencial
de la vida. El Espíritu nos enseña a ser fieles a Dios en esta hora, a no
desviarnos de la misión que Jesús nos ha confiado. Gracias, Espíritu Santo.
Era tentado por el diablo. Como Jesús,
experimentamos la tentación del enemigo que quiere torcer nuestro camino. De
mil maneras amenaza nuestra comunión con Dios, pone a prueba nuestra fidelidad.
Nos deja rotos. Pero cuando todo parece que termina, aparece la Palabra
creadora, que vence la nada y crea el ser. Sentimos que Jesús no ha roto con
nosotros y sigue a nuestros pies entregándose y curando las heridas, notamos el
beso de ternura del Padre en nuestra frente, percibimos el aliento consolador
del Espíritu en los samaritanos de misericordia encontrados en los caminos. Padre nuestro, Tú no nos dejas caer en la
tentación, nos libras del malo.
‘Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se
convierta en pan’. Jugar con Dios, utilizarle para los propios
intereses, eso es la tentación. No aceptar la verdad de lo que somos, pretender
grandezas que nos superan, eso es la tentación. Vivir una religión sin
compasión ni ternura hacia los que pasan necesidad, eso es la tentación. ¿Y la
fe? La fe es la apertura al don de Dios, la confianza en Él, la vida que nace
del encuentro con la Verdad que sale de su boca, el pan que se convierte en pan
nuestro, pan de todos. Jesús, sé Tú
nuestro apoyo y fortaleza.
‘Si tú te arrodillas delante de mí, todo será
tuyo’. Poder del mundo frente al poder de la cruz. Esclavitud y libertad, cara
a cara. Gloria conseguida a costa de la dignidad de seres humanos pisoteados o
plenitud de Dios que levanta al desvalido. ¿Quién nos habita en los adentros?
¿A quién adora nuestro corazón? Jesús nos señala un camino nuevo de servicio
humilde y de acompañamiento fraterno a tantos que necesitan amor y esperanza. Junto
a Jesús no hay gloria más grandes que la de dar la vida por los demás. Amando: así queremos adorarte, Señor Dios
nuestro.
‘Si eres
Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Encargará a los
ángeles que cuiden de ti’. ¿Qué pasa cuando la tentación nos lleva a tentar a
Dios? ¿Qué pasa cuando con nuestras prácticas religiosas perseguimos la
ostentación y la vanagloria de querer valer en corazón ajeno? Jesús no cae en
esta tentación; sigue su camino como siervo; así nos ama y nos salva. En la
cruz vence todos los engaños. Nuestro mayor timbre de gloria es ir con Él,
vivir como Él, amar y servir como Él. Su gloria es confiar en Dios y hacerse
pequeño por amor; nuestra gloria también va por ese camino. Dios no es un
objeto, es nuestro todo. La fe es la grandeza en nuestra pequeñez. Gracias, Espíritu, por decir en nosotros: Jesús,
Padre, hermanos, Amén.