Lectura orante del Evangelio: Lucas 9,28-36
“No nos purificamos mirando nuestra miseria, sino
mirando a Cristo” (Isabel de la Trinidad).
Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo
alto de una montaña, para orar. ¿Entendemos los caminos de Dios en nuestra vida?
¿Nos entendemos a nosotros mismos? Jesús, el amigo verdadero, nos saca de
situaciones sin salida y nos lleva a lo alto de la montaña, al mar adentro, al
desierto, a la otra orilla… Nos invita a una experiencia fuerte de oración,
para ver las cosas de otra manera. La oración ha sido siempre para Él la gran
estrategia para encontrarse con el amor de su Abbá. A la luz de la oración ha
discernido su vida abriéndose camino en medio de las dificultades. En la oración
ha encontrado fortaleza para la misión. ¿Y nosotros? Tenemos la oportunidad de
orar, de estar con Jesús, de saber quién es Él y quiénes somos nosotros. Llévanos, Jesús, contigo. Dinos quién eres
para saber quiénes somos.
Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus
vestidos brillaban de blancos. La oración de Jesús es una alegría, un milagro de
luz, un diálogo de amor, una experiencia de comunión. En Jesús se hace visible
el corazón del Padre, su energía de vida, su perdón más allá de los límites, su
amor loco por nosotros. Ahí nos quiere meter Jesús: en su misterio de Hijo que
ora al Padre. Pero nosotros, ciegos ante tanta luz, sordos para tales llamadas,
no entendemos y nos dormimos; nos suele pasar. Nos invitas a orar en Ti y contigo, Señor. Envíanos tu Espíritu, que
nos enseñe.
Dos hombres conversaban con él… hablaban de su
muerte. Jesús habla con Moisés y Elías. Los dos saben lo que es orar. Han subido
al monte buscando el rostro de Dios. Han hablado con Dios como con un amigo. Para
Jesús son una presencia alentadora. Hablan del éxodo de Jesús, de su camino de
entrega por amor. Orar es mucho más que palabras bonitas, es vida, es
obediencia al proyecto del Padre, es amor entregado. Orar es ir contigo, Jesús. Que somos más amigos de contentos que de
cruz.
Dijo Pedro a Jesús: ‘Maestro, qué hermoso es estar
aquí’. A veces en la oración percibimos algo del misterio de Jesús. Se está
bien a su lado. Nos gusta la luz. Quisiéramos atrapar esos momentos, instalar
las tiendas, quedarnos. Todo está bien, pero se nos puede olvidar lo más
importante: Jesús en camino hacia la cruz para dar vida. ¿Qué podemos hacer por ti, Señor Jesús, que tanto haces por nosotros?
Una voz desde la nube decía: ‘Este es mi Hijo, el
escogido, escuchadle’. Jesús es mucho más de lo que hace, lleva un
misterio dentro, una palabra de amor. El Padre nos enseña a orar; nos invita a
mirar a Jesús, a escucharlo, a estar con Él, a dejarnos amar por Él. Jesús, queremos pasar la vida escuchándote.
Ellos guardaron silencio. Silencio, habitado
por palabras que tocan el corazón. Silencio transfigurado por la luz de Jesús, que
se asoma en un compromiso hacia todos los desfigurados. Silencio, que se pone
en camino para entregar la vida por amor, como Jesús. Oye, Jesús, nuestro callado amor, el que se prueba en las obras.
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