Lectura orante
del Evangelio: Mateo 24,37-44
“Estoy sobre la palma de tu mano,
jugando como un niño;
no la quites, Señor, fuera de ella
ha tendido la nada sus abismos” (Pablo
Fernández).
Cuando venga el Hijo
del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Ninguna crisis
puede detener el empuje del Espíritu que invita a los pueblos de la tierra a
caminar al encuentro con Dios. El adviento es camino hacia un encuentro:
‘Quiero ver a Dios’ (Beato María Eugenio). La fidelidad del Señor recrea el
horizonte de la esperanza, colma de alegría nuestro vacío profundo. En este
viaje nos acompaña la Virgen María, una sencilla muchacha del pueblo, que lleva
en su corazón toda la esperanza de Dios. ‘Ahora
es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a
tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia’ (Papa Francisco).
Cuando menos lo
esperaban llegó el diluvio. Es verdad que,
en un instante, nuestras seguridades pueden resquebrajarse dejándonos en el
vacío. Pero es más verdad que somos infinitamente amadas/os por Dios; más allá
de todo lo que pasa y se muda, estamos en sus manos amorosas. El Señor es fiel,
nunca decepciona. Pensemos y sintamos esta belleza. En el adviento abramos el
corazón a la confianza de ser amadas/os por Dios. Su amor nos precede
siempre, nos acompaña y permanece junto a nosotros a pesar de nuestro pecado’
(Papa Francisco).
‘Estén en vela, porque no saben qué día
vendrá su Señor’. El Señor, camino y meta de nuestra peregrinación, es la belleza de nuestra
esperanza, siempre nos espera. Si sentimos la mano amorosa del Padre que acoge
y abraza, el adviento será un tiempo nuevo que nos permitirá alcanzar nuestro
ser más verdadero. El Espíritu, con su cercanía de amigo, nos empuja a ir más
allá de nuestras incertidumbres. Jesús, que viene como aurora, ahuyenta nuestra
noche y nos da el sentido de la vida. La oración nos permite estar en vela mirando
que este mundo, tan lleno de contradicciones, sigue siendo el mundo que Dios
ama. Es hora de despertar, de ir más allá de nuestros intereses y abrir bien
los ojos para consolar a quienes sufren. ‘Volvamos
los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios” (Papa Francisco).
‘Estén preparados’. El Espíritu es experto
en suscitar esperanzas en el aquí y ahora. El momento presente es digno
recipiente de gracia gratuita y solidaria. La oración nos ayuda a desentrañar
la presencia de Jesús que se acerca y trae la alegría. Un pequeño deseo de Dios
que crece en el corazón, una pequeña llama de amor viva al Señor, un pan
compartido con las/os pobres, mirar, escuchar, acompañar y curar las heridas de
quienes sufren: todo eso y mucho más es oración. Dejémonos guiar por María en
este tiempo de espera y vigilancia activa. ‘Querer
acercarse a Jesús implica hacerse prójimo de las/os hermanas/os, porque nada es
más agradable al Padre que un signo concreto de misericordia’ (Papa Francisco).
¡Feliz Adviento! Desde el CIPE – noviembre 2016