Lectura orante del Evangelio: Juan 20,1-9
“Siempre estaremos con el Señor. Esa es
la certeza total de la esperanza cristiana” (Papa Francisco).
María Magdalena fue al sepulcro al amanecer. Así comienza esta hermosa fiesta de luz. Una
mujer, imagen de la Iglesia y de cada uno/a de nosotros/as, lleva en su corazón
el amor a su Señor. No se queda encerrada en sí misma, triste y sin esperanza.
Busca a su Señor en el amanecer, sale de madrugada. El amor no la deja dormir.
Cuando buscamos al Señor, ya no es tarde para el
Reino, es madrugada. Y el amor de Dios, que ha madrugado más, nos tiene
preparado otro perfume, otra alegría. Tú,
Señor, nunca nos defraudas. ¡Aleluya!
‘Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han
puesto’. Muchas cosas no las
sabemos, nos pasa como a María Magdalena. Pero en vez de permitir que la
oscuridad y los miedos atraigan nuestra mirada o que la búsqueda de los
paraísos de esta tierra apaguen nuestra búsqueda -cuánta gente se plantea vivir
estos días ajena a los deseos hondos del corazón-, el Espíritu nos anima a
buscar el rastro de Jesús: ‘Despierta tú, que duermes, y el Señor te
alumbrará’. Padre, que has levantando a tu hijo Jesús de la muerte y lo has
colocado como Señor. ¡A Ti la gloria y el poder por los siglos! ¡Aleluya!
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.
Para entrar en el misterio de Jesús
hay que salir, buscar, esperar. La salida es la actitud de quien se arriesga a
seguir las corazonadas del Espíritu. La búsqueda es la luz que nos acompaña
hasta que amanece. La esperanza, que nunca defrauda, nos lleva a poner a Dios,
y no a nuestros problemas, en el centro de la vida. ¿Cómo
puede retener el sepulcro al que es la Vida? Jesús está vivo para siempre. Un
reguero imparable de alegría riega ya la tierra y la fecunda con los dones de
la resurrección. La boca se nos
llena de cantares. ¡Aleluya!
Vio y creyó. La
aceptación humilde de los signos nos lleva a Jesús: el sepulcro vacío, las
vendas, el testimonio de la Iglesia, la alegría de los creyentes con María a la
cabeza. ‘La mañana
celebra tu resurrección y se alegra con claridad de Pascua. Se levanta la
tierra, como un/a joven discípulo/a en tu búsqueda, sabiendo que el sepulcro
está vacío’. Con el discípulo amado nos
atrevemos a creer, a pasar de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la
libertad, del pecado a la amistad con Dios. La fe es nuestro traje de fiesta
para vivir la alegría de la resurrección de Jesús. Por la fe celebramos a
Jesús, el Señor, el hombre nuevo que nos renueva, a nosotros/as y a toda la
creación. Señor, Jesús, ya estás para siempre con
nosotros/as. Tú resucitas nuestra fe. Es hora de escuchar de nuevo la alegría de
tu Evangelio y de anunciarla como discípulos/as misioneros/as. ¡Aleluya!
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había
de resucitar de entre los muertos. ¿Qué hay que entender? Que Cristo resucitado obra ya en el corazón, como
señor del ser humano. Que hemos sido convocados/as a participar, no a mirar desde fuera, del gozo
de su resurrección. Que estamos de fiesta, invitados/as a la fiesta más grande:
la Pascua, la del Señor y la nuestra. Que el mejor testimonio que podemos dar
de la resurrección es llevar una vida de resucitados/as, pasar por este mundo
haciendo el bien sin hacernos cómplices de una cultura de la muerte. El futuro
del ser humano es un futuro de gloria. Es la hora de llevar el mensaje
consolador de Jesús a los conflictos del mundo. “Miradle
resucitado; que solo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué
claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre!” (Santa Teresa de Jesús, Camino 26,5). ¡Aleluya!
Desde el CIPE ‘Feliz Pascua para
todos - abril de 2017