Lectura orante del Evangelio:
Juan 20,19-31
“La paz de Jesús es una Persona, ¡es el Espíritu Santo! Cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede quitarnos la paz” (Papa Francisco).
Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo
a los judíos. Puertas cerradas, alambradas, muros, alarmas. Y
todo por el miedo, que se adueña del corazón y paraliza la vida. Muchos
hermanos y hermanas viven así: con las puertas de la esperanza cerradas. También
nosotras/os sentimos los efectos del miedo. Las dudas nos incapacitan para amar
al mundo y llegar al sufrimiento de las gentes. ¿Será mejor vivir encerrados? ¡Qué
vacío se siente cuando no está Jesús! ¡Qué tristeza cuando una comunidad no es
misionera! Necesitamos que alguien nos dé ánimo para salir y caminar. Abrimos la vida ante ti, Jesús. Sentir cerca
tu ánimo es vital para nosotras/os.
Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo: ‘Paz a vosotros’. El mismo Jesús toma
hoy la iniciativa, se pone en medio, viene a nuestro encuentro. Viene con los
dones de la Pascua: la paz, la alegría, la solidaridad profunda. Son los dones
para una iglesia resucitada. Todo nuestro bien consiste en aprender a recibir. Entra, Jesús, hasta el fondo y llénanos
de paz, de misericordia y compasión.
Los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. La presencia de Jesús nos quita
los miedos, abre nuestras puertas cerradas. Al ver a Jesús, se repite en nosotras/os
la experiencia de María: nuestra vida se llena de alegría. El mirar a Jesús cada
día nos consagra en la alegría. La mirada a Jesús nos hace ver los secretos de
su corazón, sana nuestros desalientos. Señor
Jesús, llena nuestra vida de alegría. Que tu fuente inunde nuestro corazón.
‘Paz a ustedes. Como el
Padre me ha enviado, así también les envío yo’. Jesús nos saluda con la
paz y nos envía a vivir una alternativa, a proponerla con valentía a la
humanidad. Jesús confía en nosotras/os. Somos discípulas/os misioneras/os,
llamadas/os a ser en el mundo lo que ha sido Jesús. Ligeros de equipaje, sin
muchos pesos ni cargas, sin muchos tesoros ni posesiones, sin muchos poderes ni
seguridades, sin muchas rutinas ni cómodas instalaciones. Solo con la presencia
de Jesús, alentada sin cesar por el Espíritu. Sin volver la vista atrás, porque
hay mucha bondad que sembrar en el mundo. Nos ponemos en camino misionero, en tu nombre, Señor.
Exhaló su aliento sobre
ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Jesús conoce nuestra
fragilidad. Por eso, nos regala su Espíritu. Será su aire quien nos acompañe en
lo secreto. “¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno, donde secretamente
solo moras!” (San Juan de la Cruz). El Espíritu Santo recrea sin cesar la
memoria de Jesús en nuestras comunidades, nos enseña a confiar en Jesús, a
ponerlo en medio de nuestras vidas, a seguirlo de cerca. Gracias al Espíritu se levanta de los miedos una iglesia resucitada,
que sabe entender por dónde le nace a la noche la aurora. Es hora de seguir
el rastro del Espíritu. Será madrugada si insistimos un poco. Ven, Espíritu Santo. Ven. .
Desde el CIPE ‘Feliz Pascua para
todos - abril de 2017