Lectura orante del Evangelio: Mt 11,25-30
“Pequeños
pero fuertes en el amor de Dios, todos los cristianos estamos llamados a cuidar
la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (Papa Francisco).
Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí,
Padre, así te ha parecido mejor. Tenemos
delante uno de los textos más hermosos del Evangelio, ¡una gran noticia! Nos
presenta la gratuidad desbordante de Dios. No importa que seamos pequeñas/os.
Al revés, el hecho de serlo es garantía para que el Padre nos revele las cosas
del Reino. La pequeñez atrae la mirada de Dios, por eso, ser pequeñas/os es una
ocasión para confiar. Miramos a María, la humilde sierva, y, en ella, a las/os
pequeñas/os de la tierra, para descubrir el rostro del Padre y, así, aprender a
vivir y a orar. Entramos en la alabanza y en la acción de gracias de Jesús. Nos
llena de alegría que Dios sea así. ¡Qué hermosa palabra, la de ‘gracias’, para orar y para vivir la
relación con las/os demás y con la creación! Quien experimenta el cuidado
amoroso del Padre, puede tomar la vida agradecidamente. Quien mira a las/os
pequeñas/os, puede descubrir el Evangelio de Jesús y maravillarse ante el
Padre. María, Madre del Evangelio
viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotras/os. Amén.
Aleluya.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre,
y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar. ¡Qué forma tan bella de hablar de Dios! ¡Qué
diferente a como a veces lo imaginamos! ¡Qué palabras tan audaces las de Jesús!
El Padre es el que entrega, el que nunca se cansa de dar. Todo viene de Él.
¿Quién más amigo de dar que Él? Es como una fuente de toda santidad y belleza,
de toda dignidad y de todo don. Cuando nos ponemos en sintonía con Jesús,
cuando lo miramos y acogemos su amistad, nos revela al Padre, nos hace conocer
la Bondad. Entonces, nos unimos al Magnificat de María para engrandecer a Dios.
María, haz que nuestra memoria rebose de
las maravillas de Dios.
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les aliviaré. Hay muchas/os cristianas/os que viven su fe con cansancio, con agotamiento.
No saben adónde llamar para encontrar alivio. Quizás nos pase también a nosotras/os.
No conocemos la liberación y alegría que nos regala Dios, no nos dejamos
perdonar. Jesús sale al paso para comunicar el misterio del Padre a las/os
cansadas/os y agobiadas/os. Y lo hace mostrándose humano, compasivo, cercano,
entrañable. Nos mete en su alegría, nos regala el Espíritu. El verdadero
descanso es cosa de Dios, que mira al corazón. ¿Tendrán estas palabras de Jesús
cabida en nosotras/os, tan hechas/os a vivir la vida de prisa, con el agobio siempre
encima? ¿Nos moverán a ser también
alivio para las personas cansadas y agobiadas que encontramos en el camino? María, atenta a nuestros cansancios, acércanos
a Jesús para que aprendamos su apasionante modo de vivir.