Lectura orante del Evangelio:
Mateo 10,37-42
“Hay que hacerse pequeño para escuchar a
Dios” (Papa Francisco).
El
que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. ¿Cómo oraremos estas palabras de Jesús, tan
radicales y extrañas a primera vista? ¡Ven, Espíritu Santo y danos tu luz para
entender y vivir el Evangelio! Hay algo que está por encima de lo demás,
incluida la familia: amar a Jesús, o sea la realización de la persona según el
proyecto del reino de Dios y su justicia. Amar a la familia y luchar por ella
no significa someterse a ella como si fuera algo absoluto e intocable. Todo es
relativo menos Dios. Tomamos decisiones vitales para no renunciar a la vida. La
opción por Jesús, el amor a Él, pone todo, también a la familia, en su sitio;
esta libertad crítica es lo mejor para nosotras/os, para la familia, y para el
proyecto de familia universal querida por Dios. Gracias, Jesús. ¡Cuánta luz y vida tienen tus palabras!
El que no carga con su cruz y me
sigue, no es digno de mí. Otra palabra difícil de entender y vivir. Otra
palabra llena de vida para nosotras/os y para los demás. Con Santa María, nos
disponemos a estar largo rato con la Palabra, hasta que nos vaya desvelando
toda su luz. ¿Cómo queremos seguir a Jesús, el crucificado por amor a nosotras/os,
el crucificado por estar cerca y llevar consuelo a las/os crucificadas/os, si
huimos de la cruz? ¿Cómo queremos estar con las/os crucificadas/os y no vernos
un día, como Jesús, crucificadas/os? Ser cristianas/os no es buscarnos un Dios
a nuestra medida, no es buscar cruces ni cargarlas sobre las/os
demás. Ser amigos de Jesús es acoger el instante de gracia
para amar, aunque conlleve sufrir, gritar, callar. ¿Por qué no dar el paso
hacia el Amor? ¿Por qué no dar la vida aquí y ahora? La alegría brota de la
entrega total. Perder la vida por ti,
Jesús, es encontrarte. Juntos andemos, Señor.
El que dé a beber, aunque no sea
más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, no perderá su recompensa. Jesús nos pone siempre mirando al que tiene
necesidad. Se identifica con los pequeños de la tierra. El Espíritu prepara en nosotros,
en la oración, cosas buenas para los pequeños, hace germinar en el corazón esos
gestos que cambian la historia de cada día. Un vaso de agua fresca dado a los
pequeños no deja de ser visto por el Padre. En el fondo de la vida hay alguien
que bendice, acoge y recompensa a los donantes de vida. Un pequeño detalle de
gratuidad ofrecido, aquí y ahora, ¡cuánta alegría suscita! Es como un oleaje de
vida que llega hasta las orillas del mundo. Dar no seca el agua de nuestro
pozo, la desborda. Solo el amor, recibido y dado, hace que la vida merezca la
pena. Jesús, tú eres un vaso de agua
fresca para nuestra sed. ¡Bendito y alabado eres, Señor!
Feliz Domingo – CIPE, julio 2017