lunes, 9 de octubre de 2017

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario




Lectura orante del Evangelio: Mateo 21,33-43
“¡Oh Redentor mío, que no puede mi corazón llegar aquí sin fatigarse mucho! ¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre han de ser los que más os deben los que os fatiguen? ¿A los que mejores obras hacéis, a los que escogéis para vuestros amigos, entre los que andáis y os comunicáis por los sacramentos?” (Santa Teresa, Camino 1,3).
Había un propietario que plantó una viña. Así comienza esta durísima, y triste, parábola que Jesús pronunció en el templo de Jerusalén y que nosotras/os hoy queremos orar. El propietario, el Padre, amó tanto al pueblo que le entregó todo lo que tenía, hasta a su propio Hijo. Dio todos los pasos, no le quedó nada por hacer. Nunca se desentendió de su viña; aquel pueblo era su pueblo. Cantó un poema precioso a su viña. Se fue y dejó libertad y responsabilidad. A su tiempo buscó emocionado frutos de justicia, de paz y de amor, pero no los encontró. A quienes tanto amaba prescindieron de Él, mataron a sus profetas, a su Hijo también lo echaron fuera y lo mataron, se hicieron dueñas/os en lugar de servir. ¿Un fracaso total? Esto que cuenta la parábola, ¿tiene algo que ver con nosotras/os? Sin duda. ¿Estamos produciendo en nuestros tiempos los frutos que Dios espera: justicia para las/os excluidos, solidaridad con las/os inmigrantes, compasión hacia quienes sufren, amor? Perdónanos, Señor.   
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? ¿Qué hará con quienes ya no quieren gustar de sus amores? ¿Qué hará con quienes ya no desean el agua de su fuente? ¿Qué hará con quienes ya no quieren encontrar en él el sentido de la vida? No hará nada que no tenga que ver con el amor, porque el Padre, revelado por Jesús, es incomparablemente bueno; solo sabe amar, solo quiere dar la vida por todas/os. Aunque merecemos el castigo, Jesús, el heredero, nos da la salvación. Y la humanidad, sorprendida,  recoge el fruto de su sangre. No respondemos a tu amor, pero Tú, Jesús, nos esperas todavía.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Jesús es la piedra angular. Pero en la sociedad de lo efímero y pasajero, prescindir de Jesús, esconderse de su rostro, está de moda. Los constructores del mundo desechan la piedra de Dios. Para muchos, la fe en Jesús solo es un borroso recuerdo que no ocupa el corazón. Hasta presumen de haber hecho ausencia de su amor. ¿Lo escogeremos hoy como piedra angular de nuestras vidas, como cimiento de una iglesia evangelizadora? ¿Entraremos con él en la viña del mundo para servir? Nos acercamos a ti, Jesús. Te abrimos la puerta. Ocupa nuestro corazón.  
Se les quitará a ustedes el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Dios sigue abriendo caminos de salvación, pero no bendice un cristianismo estéril. El Reino se les quita a las/os violentas/os y se da a los que ofrecen paz. Jesús da su Reino a quienes buscan la verdad, pero se lo quita a las/os cristiana/os tibias/os. El futuro nos pedirá cuentas y las/os pobres también. ¿Dónde estará hoy el Espíritu haciendo nacer una Iglesia más evangélica? Una Iglesia más solidaria con quien padece la marginación, con misericordia hacia quien se acerque a ella, más servidora desde los dones del Espíritu, haciendo presente ante el mundo en su verdadera dimensión la Buena Noticia de Jesucristo. Señor, ayúdanos a trabajar con gusto en la Viña, para que un día todos podamos disfrutar de sus frutos. Para alegría de Dios.   
Con el deseo de encontrar nuevos lenguajes evangélicos ante los conflictos. CIPE–octubre