Lectura orante del Evangelio: Mateo 21,33-43
“¡Oh Redentor mío, que no puede mi corazón llegar
aquí sin fatigarse mucho! ¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre han de
ser los que más os deben los que os fatiguen? ¿A los que mejores obras hacéis,
a los que escogéis para vuestros amigos, entre los que andáis y os comunicáis
por los sacramentos?” (Santa Teresa, Camino 1,3).
Había un
propietario que plantó una viña. Así comienza esta durísima, y
triste, parábola que Jesús pronunció en el templo de Jerusalén y que nosotras/os
hoy queremos orar. El propietario, el Padre, amó tanto al pueblo que le entregó
todo lo que tenía, hasta a su propio Hijo. Dio todos los pasos, no le quedó
nada por hacer. Nunca se desentendió de su viña; aquel pueblo era su pueblo. Cantó
un poema precioso a su viña. Se fue y dejó libertad y responsabilidad. A su
tiempo buscó emocionado frutos de justicia, de paz y de amor, pero no los
encontró. A quienes tanto amaba prescindieron de Él, mataron a sus profetas, a
su Hijo también lo echaron fuera y lo mataron, se hicieron dueñas/os en lugar
de servir. ¿Un fracaso total? Esto que cuenta la parábola, ¿tiene algo que ver
con nosotras/os? Sin duda. ¿Estamos produciendo en nuestros tiempos los frutos
que Dios espera: justicia para las/os excluidos, solidaridad con las/os
inmigrantes, compasión hacia quienes sufren, amor? Perdónanos, Señor.
Y ahora,
cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? ¿Qué
hará con quienes ya no quieren gustar de sus amores? ¿Qué hará con quienes ya
no desean el agua de su fuente? ¿Qué hará con quienes ya no quieren encontrar
en él el sentido de la vida? No hará nada que no tenga que ver con el amor,
porque el Padre, revelado por Jesús, es incomparablemente bueno; solo sabe amar,
solo quiere dar la vida por todas/os. Aunque merecemos el castigo, Jesús, el
heredero, nos da la salvación. Y la humanidad, sorprendida, recoge el fruto de su sangre. No respondemos a tu amor, pero Tú, Jesús,
nos esperas todavía.
La piedra que
desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Jesús
es la piedra angular. Pero en la
sociedad de lo efímero y pasajero, prescindir de Jesús, esconderse de su
rostro, está de moda. Los constructores del mundo desechan la piedra de Dios. Para
muchos, la fe en Jesús solo es un borroso recuerdo que no ocupa el corazón. Hasta
presumen de haber hecho ausencia de su amor. ¿Lo escogeremos hoy como piedra
angular de nuestras vidas, como cimiento de una iglesia evangelizadora?
¿Entraremos con él en la viña del mundo para servir? Nos acercamos a ti, Jesús. Te abrimos la puerta. Ocupa nuestro corazón.
Se les quitará
a ustedes el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Dios
sigue abriendo caminos de salvación, pero no bendice un cristianismo estéril. El
Reino se les quita a las/os violentas/os y se da a los que ofrecen paz. Jesús
da su Reino a quienes buscan la verdad, pero se lo quita a las/os cristiana/os
tibias/os. El futuro nos pedirá cuentas y las/os pobres también. ¿Dónde estará hoy
el Espíritu haciendo nacer una Iglesia más evangélica? Una Iglesia más
solidaria con quien padece la marginación, con misericordia hacia quien se
acerque a ella, más servidora desde los dones del Espíritu, haciendo presente ante el mundo en su verdadera
dimensión la Buena Noticia de Jesucristo. Señor, ayúdanos a trabajar con gusto en la Viña, para que un día
todos podamos disfrutar de sus frutos. Para alegría de Dios.
Con el deseo
de encontrar nuevos lenguajes evangélicos ante los conflictos. CIPE–octubre