Lectura
orante del Evangelio en clave teresiana: Juan 1,6-8.19-28
“Cristo es mío y todo para mí” (San Juan de la
Cruz, Oración de alma enamorada).
Juan venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. Escuchamos más a gusto a los testigos
que a los que enseñan. Juan da testimonio, se coloca como un signo en medio de
las gentes. ¡Qué dignidad tan grande la de ser testigos de Dios! ¡Qué alegría
vivir la vida como signo de Dios! La oración de mirada nos enseña a ser signos
de Dios, a reflejar su ternura y su bondad. “¡Oh
grandeza de Dios! ¡Y cómo mostráis vuestro poder en dar osadía a una hormiga!...
Como nunca nos determinamos, sino llenos de temores y prudencias humanas, así,
Dios mío, no obráis Vos vuestras maravillas y grandezas. ¿Quién más amigo de
dar, si tuviese a quién?” (F 2,7).
¿Tú quién eres? Él confesó sin
reservas: ‘Yo no soy el Mesías’. “El propio conocimiento es el pan con que
todos los manjares se han de comer” (V 13,15). La alegría nace de la verdad. “¡Bienaventurada
alma que la trae el Señor a entender verdades!” (V 21,1). Juan no es el Mesías,
pero Jesús sí es para Juan. Jesús es para todos. “Mi Amado es para mí y yo soy
para mi Amado” (P 3), canta Teresa. Somos de Jesús. “Es alma suya. Es Él que la
tiene ya a cargo, y así le luce” (V 21,10). “Acuérdense
de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de
ofenderle, que Su Majestad de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden
agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir” (V 19,15).
Yo soy la voz que grita en el
desierto: ‘Allanad el camino del Señor’. Juan es una voz, solo
dice lo que la Palabra dice. Para Teresa de Jesús también es vital “no engañar
en las cosas de Dios” (F pro 3). Cuando se pregunta “¿qué tales habremos ser?” (C
4,1) responde proponiendo pistas de luz: “Andar en verdad… caminar con alegría
y libertad… amar mucho y un ánimo animoso para ir hacia adelante pase lo que
pase (cf C 4,4.21,2). Esta es nuestra tarea en el Adviento: Ser voz de Jesús,
voz de los que no tienen voz, voz que denuncia los caminos torcidos que dejan
sin sitio a los más pobres, voz enamorada. ¿Hay vocación más bella para el ser
humano? ”¡Oh Señor! Si me
dieras estado para decir a voces esto!” (V 21,2).
En medio de vosotros hay uno que no
conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo. Juan no se cansa de hablar de
Jesús. Cuando uno ama a Jesús, nunca se cansa de hablar de Él. “Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más
aún, el camino, la verdad y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que
satisface nuestra hambre y nuestra sed… ¡Jesucristo! Recordadlo: él es el
objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene
hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos” (Beato Pablo
VI). Tampoco Teresa se cansa de hablar de Jesús, lo tiene en el corazón, de él
habla su boca. “De hablar u oír de Él nunca me cansaba” (V 8,12). “¿De dónde me
vinieron a mi todos bienes sino de Vos?” (V 22.4). Oramos: Ponte ante Cristo.
Acostúmbrate a enamorarte de su humanidad. Tráele siempre contigo. Habla con
Él. Pídele por tus necesidades. Alégrate con Él en tus alegrías. No hables con
Él oraciones compuestas, sino palabras que te salgan del corazón... Quédate a
solas con Él. Ámale. (cf V 12,2. 19,2).
“¡Oh Jesús y Señor mío! ¡Qué nos vale aquí vuestro amor!” (V 14,2).
Maranatha, Ven, Señor, Jesús CIPE – diciembre 2014