Domingo cuarto de Adviento
Lectura
orante del Evangelio en clave teresiana: Lucas 1,26-38
“¿Qué gozo no dará el verte? (Santa
Teresa, Poesía 21)
Alégrate. Es la primera palabra que nos
dice el Espíritu cuando vamos a orar. Lo que escuchó
la Virgen María, nos lo dice a todos: ‘Alegraos’. Dios, que es gozo pleno, nos
enamora con la alegría. Nuestra vocación más honda es la alegría. La Navidad,
que es “alegrarse de que tengamos tal Señor” (Conc 1,2), es el mejor tiempo
para “acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad… y alegrarse con
Él en sus contentos” (Conc 12,2). Ante el Niño Dios, no se sabe cómo encubrir
el gozo (cf F 27,20). Teresa de Jesús que, en medio de las dificultades, nunca
le perdió el rastro a la alegría, nos invita a “andar con alegría y libertad”
(V 13,1). “Cuando considero en cómo decís
que son vuestros deleites con los hijos de los hombres, mucho se alegra mi
alma” (E 7,1-2).
Llena de gracia. “Ha
aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre. Jesús es el amor
hecho carme” (Papa Francisco). En el lienzo de la
pequeñez de María, el Espíritu pinta a Jesús, “la hermosura que excede a todas
las hermosuras” (P 6), “de quien recibimos todo” (V 22,6). La Virgen, en su
gratuidad, nos ofrece al que lleva dentro para que nos sepamos amados y lo
adoremos. ¡Somos tan amados, que no nos lo podemos ni imaginar! Nuestra
interioridad, morada de Jesús, como un río de belleza que nos nace dentro, ¡qué
maravilla! ¿Cómo responderemos a tanto amor? ¿Cómo le alabaremos? “Aquí querría el alma que todos viesen y
entendiesen su gloria para alabanza de Dios, y que la ayudasen a ella y darles
parte de su gozo porque no puede tanto gozar” (V 16,3).
El Señor está contigo. El
Señor está con María, está con nosotros. “De tal manera ha querido juntarse con
la criatura que, así como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar
Él de ella” (7M 2,3). La Navidad es el tiempo para “entender el particular cuidado
que Dios tiene de comunicarse con nosotros y andarnos rogando que nos estemos
con Él” (7M 3,9). “Aquel acuerdo de que tengo compañía dentro de mí es gran
provecho… porque Su Majestad se dará a sentir cómo está allí” (C 29,5). El
Señor nos junta con su grandeza. “Juntáis
quien no tiene ser con el Ser que no se acaba; sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada” (P 6). “¡Oh grandeza de Dios, y cuál sale una alma
de aquí, de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios y tan junta
con Él!” (5M 2,7).
Aquí está la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra. Lo más importante es dejarnos hacer por la
Palabra, como María. Para eso es la oración. “Siempre oímos cuán buena es la
oración, y no se nos declara más de lo que podemos nosotros; y de cosas que obra
el Señor en un alma declárase poco” (1M 2,7). Decir ‘hágase’ es entrar en el
silencio y la soledad, porque esta obra “pasa con tanta quietud y tan sin ruido
todo, que me parece es como en la edificación del templo de Salomón, adonde no
se había de oír ningún ruido… Solo Él y el alma se gozan con grandísimo
silencio” (7M 3,11). “Bien es
procurar más soledad para dar lugar a este Señor y dejar a Su Majestad que obre
como en cosa suya; y cuanto más, una palabra de rato en rato, suave, como quien
da un soplo en la vela” (C 31,7). “Vamos todos juntos a ver el
Mesías, pues vemos cumplidas ya las profecías” (P 17).
Los que formamos el equipo del CIPE os deseamos:
¡Feliz Navidad! - diciembre 2014