Lectura orante del Evangelio: Marcos 16,15-20
“Es imposible tener
ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios” (V 10,6).
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda
la creación. Jesús nos confía el Evangelio a nosotros, sus
amigos, para que lo leamos y oremos en grupo. Nos envía para que anunciemos su
victoria sobre el mal y la muerte. En las palabras de Jesús se respira novedad,
victoria, alegría y mucha confianza. Oramos y cantamos mientras vamos de camino.
El horizonte es el mundo entero, que está con sed de amor y espera, más que
nunca, oír habla de Dios y volver a Él para encontrar el verdadero sentido de la
vida. Dice Teresa de Jesús de María de Briceño, a la que conoció en Santa María
de Gracia: “Holgábame de oírla cuán bien
hablaba de Dios” (V 3,1).
El que crea y
se bautice se salvará. Solo el amor de Jesús es digno de ser una propuesta
de fe liberadora para el ser humano. El Evangelio de Jesús, oferta de Dios a
los hombres, tiene tal fuerza salvadora que, con él en las entrañas, todo
comienza de nuevo. El Evangelio toca el corazón, viene acompañado de la
alegría, salva de la soledad de no amar ni ser amados, invita a un diálogo de
amistad con Jesús. “No me parece os
quedó a Vos nada por hacer para que fuera toda vuestra” (V 1,8). “Sea bendito por siempre, que tanto me
esperó” (Prólogo de Vida, 2).
A los
que crean les acompañarán estos signos. La fe en Jesús se muestra en una
manera de vivir, que humaniza este mundo. La fe se asoma en los signos que
Jesús hacía por los caminos. Nuestro tiempo necesita ver, encarnados en los
creyentes, los signos de Dios. Cuando los orantes se han hecho a base de
Evangelio y han sido alcanzados por la victoria de Jesús, son una presencia
significativa en medio de las gentes, elaboran, con creatividad y belleza,
nuevas respuestas a los nuevos problemas, promueven la cultura de la vida,
especialmente allí donde la dignidad humana está más escondida por la
enfermedad, el asilamiento, la pobreza. “No
entiendo estos miedos: ‘¡demonio! ¡demonio!, adonde podemos decir: ‘¡Dios! ¡Dios!...
¡Bendito sea el Señor que tan de veras me ha ayudado!” (V 25,22).
Después de hablarles, el Señor Jesús, ascendió al
cielo y se sentó a la derecha de Dios. Los orantes
nos vestimos de fiesta para celebrar con toda la Iglesia el triunfo de Jesús,
su ascensión a los cielos. Con la presencia del Espíritu, estrenamos nuestra
hora para continuar viviendo el Evangelio día a día. No estamos solos. Jesús
nunca nos abandona. No hay comunión más amable que la de Jesús con el Padre en
el Espiritu. Esta comunión es nuestro hogar, nuestra fuerza, nuestra meta; en
ella se renueva el sentido de nuestra vida. Esta comunión alienta nuestro
caminar y nos espera; la oración bebe de esa fuente. “Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos
hizo tantas mercedes… que amor saca amor” (V 22,14). .
¡FELIZ FIESTA DE LA ASCENSIÓN! Desde el CIPE – mayo 2015