Lectura orante del Evangelio: Juan 20,19-23
“El
Espíritu Santo te ama” (Relaciones 13).
Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo. Acogemos con docilidad estas
palabras de Jesús, las guardamos en el corazón como un tesoro. ¡Qué hermoso es
entrar a formar parte de la historia de amor que el Padre quiere contar a la
humanidad! ¡Qué sorpresa que Jesús cuente con nosotros! ¡Qué alegría! No hay
tiempo que perder. Hoy mismo podemos ponernos en camino. Donde está el Espíritu
hay envío, movimiento, misión. “¡Vayamos a las periferias!”, nos dice el papa
Francisco. “La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no
solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del
misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia”. No vamos por propia
iniciativa, es Jesús quien nos envía, Él está siempre con nosotros. El
Espíritu, en la oración, prepara este viaje misionero, hace brotar en nuestros
corazones la alegría. Orar es amar y el amor nunca está ocioso. Los que viven en
las periferias están a la espera de los amigos de Jesús. “Que el Espíritu
Santo enamore vuestra voluntad” (Camino 27,7).
Exhaló su aliento sobre ellos. Jesús no se
guarda nada para sí, todo nos lo da. Jesús sopla su Espíritu; nosotros abrimos
los pulmones para respirar a su aire. Esto es orar. Al roce del amor del
Espíritu, nuestra arcilla queda llena de vida, nuestros huesos secos se
levantan para la alabanza y el servicio. Al aire del Espíritu, la humanidad,
tan herida por la injusticia a los más pobres, se levanta engalanada como una
novia. Frente a la corrupción y la mentira el Espíritu estrena caminos de
transparencia y de verdad. “Sea Dios
bendito por siempre, que en un punto me dio la libertad que yo, con todas
cuantas diligencias había hecho muchos años había, no pude alcanzar conmigo” (V
24,8).
Recibid el Espíritu Santo. Hemos sido
creados para recibir esta visita del Espíritu. Nuestra interioridad anhela esta
presencia amorosa y creativa. Orar es aprender a recibir al Espíritu, para
caminar y vivir empujados por sus inspiraciones; orar es gustar sus amores y
escuchar sus sonidos nuevos para una danza interminable de alabanza y de
servicio misionero. Este divino Amor todo lo trae consigo. El vacío interior lo
llena de alegría, su voz consuela en las cañadas oscuras, su fuerza anima en
las horas difíciles, su viento empuja las velas de nuestra barquilla, sus dones
enamoran, su manantial es rumor inagotable de gracia, su presencia sonora a
vida eterna sabe. “Por la bondad
de Dios, no dejaba el Espíritu de estar conmigo” (V 38,9).
A quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados. El pecado malogró el proyecto del Padre, ahora surge la reconciliación
como el más hermoso don del Espíritu. El perdón y la paz son la presencia del Espíritu
en la historia. En la fiesta del Espíritu todo se llena de alegría y libertad.
Sus dones engalanan la nueva humanidad. A los cansados les nacen pies para
correr, alas para volar. ¡Qué extraordinaria riqueza, con sus dones de verdad y
de amor, la del Espíritu! ¡Qué apasionante su presencia en nosotros y en la
historia! Caminemos “al calor del Espíritu”
(5M 2,3).
¡FELIZ
FIESTA DE PENTECOSTÉS! Desde el CIPE – mayo 2015