Domingo sexto de Pascua
Lectura orante del Evangelio: Juan 15,9-17
“Cuando tantos
corazones junta Dios en una cosa,
se entiende se ha de servir de ella” (Fundaciones
28,10).
Como el Padre me ha
amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Jesús solo sabe amar y ¡cómo nos ama! Su amor es tan impresionante, que
saca amor donde no lo hay. El encuentro con Jesús, con su estilo de amar al ser
humano, nos lleva a optar por Él. Creemos en el amor de Jesús, porque solo su
amor es digno de fe. Orar es permanecer en el amor de Jesús, y estar amándole. “No es posible que pierda memoria el alma
que ha recibido tanto de Dios, de muestras de amor tan preciosas, porque son
vivas centellas para encenderla más en el que tiene a nuestro Señor” (6Moradas
7,11).
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros
como yo os he amado. Jesús no puede
pedirnos otra cosa más que amor, amor a Él y amor a todos. En el amor está
nuestra alegría y nuestra plenitud. Pero nosotros encontramos mil razones para
justificar el no amar. Dice Teresa de Jesús que “somos tan caros y tan tardíos
del darnos del todo a Dios” (Vida 11,1), que nunca nos determinamos a amar.
Jesús espera pacientemente nuestro amor. Nos regala el Espíritu para que
encienda en nuestra interioridad una llama de amor viva. Orar es oír el sonido
del amor en el corazón y aprender a amar como Jesús. La oración “no está en pensar mucho, sino en amar
mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced” (4Moradas 1,7).
Os he hablado de esto
para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. El amor y la alegría van juntos. “La verdadera santidad es la alegría”
(Papa Francisco). Jesús vive en el amor del Padre, y de esa fuente le brota la
alegría. La tristeza, la ansiedad, la amargura nos atormentan a menudo, pero
Jesús nos regala su Espíritu, que es la alegría. El gozo profundo, que nace de
la conciencia honda de ser amados por Jesús, es un elemento central de nuestra
fe. Quien conoce y ama a Jesús supera el cansancio de la fe y una felicidad
interior lo recorre por dentro. Orar es dejarnos tocar por el gozo de Jesús. “Procúrese andar con alegría y libertad”
(Vida 13,1).
A vosotros os llamo
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. El amor de Jesús nunca está ocioso. Está en continuo movimiento. Busca
el bien de las personas. Crea una atmósfera de comunicación a su alrededor. Da
vida. Orar es tratar de amistad con quien sabemos es nuestro amigo. Orar es acoger
con gozo lo que Jesús desea comunicarnos. “Con
tan buen amigo presente, todo se puede sufrir; él ayuda y da esfuerzo, nunca
falta; es amigo verdadero” (Vida 22,6).
Soy yo quien os he
elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto. Mirando a Jesús, descubrimos que el fruto de la vida es el amor. Hemos
sido creados y elegidos, a imagen y semejanza de Dios, para amar. El amor es
nuestra vocación y nuestra misión. Quien ama como Jesús, pasa por este mundo
haciendo el bien, aprende a mirar a los demás con compasión y ternura. Orar es
atreverse a amar. “Toda la memoria se le
va en cómo más contentarle y en qué o por dónde mostrará el amor que le tiene”
(7Moradas 4,6).
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! Desde el CIPE – mayo 2015