domingo, 9 de agosto de 2015

Domingo décimo noveno del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Juan 6,41-51
“El verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado” (Fundaciones 5,17).
Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado. Metidos en el ajetreo de la vida, entretenidos en cosas que no unifican ni dan paz al corazón, con un deseo de plenitud escondido en los adentros, así nos sentimos en no pocos momentos. ¿Cómo encontrar el camino hacia las fuentes? ¿Quién nos dará la mano? El Padre de Jesús y nuestro viene a nuestro encuentro. Orar es oír su llamada en la interioridad. La atracción hacia Jesús es regalo de la bondad del Padre. Nuestro granito de arena, tantas veces llevado por el viento de acá para allá, se siente hoy empujado hacia Jesús. Después de tanta búsqueda, ¡qué gozo hacernos perdidizos de todo y ser alcanzados por su amor! ”Todo ha de venir de su mano. Sea bendito por siempre jamás” (Fundaciones 5,17). 
Y yo le resucitaré el último día. La presencia de Jesús dentro de nosotros no es una presencia pasiva, sino transformante. Jesús propicia caminos nuevos en los desiertos, hace manar fuentes en la estepa, es creador de la mañana. Jesús se muestra dador de vida, resucitador. Rompe la muerte para que la vida tenga la última y definitiva palabra. No es una ley la que dirige nuestra vida, es el amor de Jesús el que guía nuestros pasos. “¡Oh Jesús mío!, ¡quién pudiera dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros mil mundos y sin cuento mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma, según con la majestad que os representáis, que no es nada para ser Vos señor de ello” (Vida 28,8).  
El que cree, tiene vida eterna. Acallando toda desconfianza que surge en nuestro interior, abrimos los dinteles de nuestra puerta para que entre la vida y todo lo inunde por completo. Nos quedamos con la eternidad entre las manos. Nuestra vida queda vestida de fiesta. Creer en Jesús es ver cómo se crea en nosotros lo infinito. “Acá no hay sentir, sino gozar. Se goza un bien, adonde junto se encierran todos los bienes” (Vida 18,1).
Yo soy el pan de vida. Jesús: siempre relacionado con la Vida de nuestra vida. Jesús:   alegría, ternura, belleza, pan de vida. Jesús: verdad honda, canto de libertad. Jesús: historia más real que todos nuestros fracasos. Su Yo nos sale al encuentro para que no gastemos la vida alimentando un estúpido culto a nuestro yo. En su eucaristía ya no cabe la muerte; en ese vivo pan podemos gustar sus amores y quedar envueltos en la gratuidad más absoluta. “Se me representó Cristo, y parecíame que me partía del pan y me lo iba a poner en la boca” (Relaciones 26,2).   
El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Nada se ha hecho sin una gran pasión. La carne entregada de Jesús se convierte en fuente de vida para el mundo. Alimentados de Él, podemos remar mar adentro, entrar sin miedo en la espesura del amor y del servicio. Es hora de caminar, de no matar la primavera con las dudas. María es la eucaristía en la que Jesús nos da la vida. “Hele aquí sin pena, lleno de gloria, esforzando a los unos, animando a los otros, compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros” (Vida 22,6).

Feliz fiesta de la Asunción de Nuestra Señora - CIPE – agosto 2015