domingo, 23 de agosto de 2015

Domingo vigésimo primero del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Juan 6,60-69
“Señor mío, no os pido otra cosa en esta vida, sino que me beséis con beso de vuestra boca, y que sea de manera que aunque yo me quiera apartar de esta amistad y unión, esté siempre, Señor de mi vida, sujeta mi voluntad a no salir de la vuestra” (Conceptos del amor de Dios 3,15). 
Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso? Cuando la oración es mucho más que nuestro esfuerzo por alcanzar a un Dios que está lejos, cuando la oración es encuentro vivo con Jesús, que quiere romper nuestra muerte con su vida… ¡qué verdad es que solo podemos orar en el Espíritu! Jesús, que vive a la intemperie, confiado en el proyecto del Padre, saca al ser humano de las seguridades y lo invita a creer. Esta invitación de Jesús produce vértigo, aparece el miedo, surge la crisis. ¿Aceptar a Jesús o prescindir de Él? El dramatismo de esta página del evangelio sigue viva en muchas conciencias. ¿Puede el ser humano, sin romperse por dentro, sin renunciar a su humanidad, decirle sí a Jesús? “¡Cuán bien hacen de fiar de Su Majestad!” (Conceptos del amor de Dios 5,3).   
El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. ¿Renuncia Jesús a su proyecto cuando crece la indiferencia de los suyos? ¿Rebaja su propuesta de dar espíritu y vida a la humanidad? No; sigue adelante. Sus palabras contienen vida y no las retira. Sus palabras aclaran los grandes interrogantes que tenemos. Jesús sale a nuestro encuentro, nos roba el corazón, sigue con la decisión de entregarse por nosotros. Orar es dejarse amar por el Amor. Orar es atreverse a vivir con la alternativa que Jesús propone. ¿Creemos o no creemos en Jesús? ¡Ojalá sigamos emocionándonos con Jesús! “Haced, Señor, que no se aparten de mi pensamiento vuestras palabras” (Exclamaciones 8,1). 
¿También vosotros queréis marcharos? El panorama se ha vuelto muy sombrío. A pesar de que las palabras de Jesús son espíritu y vida, surge la crisis y muchos abandonan. El grupo de los seguidores comienza a disminuir. Quedan unos pocos. Parece el final de un sueño. Pero Jesús no persigue el éxito, ni le inquieta el fracaso. Deja marchar a su casa a quienes lo desean, pero no abandona su misión. Él es libre y en torno a Él quiere que se respiren aires de libertad. Todo lo suyo está envuelto en gratuidad. Así es su Padre. No puede ni quiere cambiar. Donde parece que todo es noche, empieza a asomarse la luz. Cuando todo parece que va a terminar, todo vuelve a ser posible. A nosotros nos sigue haciendo la misma pregunta: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ “Juntos andemos, Señor. Por donde fuereis, tengo de ir. Por donde pasareis, tengo de pasar” (C 21,6).
Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. La última palabra, radiante y valiente, es la del Espíritu. La fe es un regalo. Se asoma en Pedro y en los testigos, que siguen junto a Jesús. Nada se puede comparar con el hecho de creer en las palabras de Jesús, que no son vacías ni engañosas. Junto a Él está la vida. El abandono se cambia ahora en abrazo; la desconfianza en seguimiento. ¡Qué alegría! La fe en Jesús nace del encuentro con Él, un encuentro personal que toca el corazón y da un nuevo sentido a la existencia. ¿Por qué seguimos con Jesús? ¿Qué razones tenemos para seguir con Jesús? En medio de la crisis, pueden abrirse caminos de fe, podemos seguir confiando en sus palabras de vida. “¡Oh Señor, Dios mío, y cómo tenéis palabras de vida, adonde todos los mortales hallarán lo que desean, si lo quisiéremos buscar!” (Exclamaciones 8,1).
CIPE – agosto 2015