Lectura orante del Evangelio en
clave teresiana: Juan 6,60-69
“Señor mío, no os pido otra cosa
en esta vida, sino que me beséis con beso de vuestra boca, y que sea de manera
que aunque yo me quiera apartar de esta amistad y unión, esté siempre, Señor de
mi vida, sujeta mi voluntad a no salir de la vuestra” (Conceptos del amor de
Dios 3,15).
Este modo de hablar es
inaceptable, ¿quién puede hacerle caso? Cuando la oración es
mucho más que nuestro esfuerzo por alcanzar a un Dios que está lejos, cuando la
oración es encuentro vivo con Jesús, que quiere romper nuestra muerte con su
vida… ¡qué verdad es que solo podemos orar en el Espíritu! Jesús, que vive a la
intemperie, confiado en el proyecto del Padre, saca al ser humano de las
seguridades y lo invita a creer. Esta invitación de Jesús produce vértigo,
aparece el miedo, surge la crisis. ¿Aceptar a Jesús o prescindir de Él? El
dramatismo de esta página del evangelio sigue viva en muchas conciencias.
¿Puede el ser humano, sin romperse por dentro, sin renunciar a su humanidad,
decirle sí a Jesús? “¡Cuán bien hacen de
fiar de Su Majestad!” (Conceptos del amor de Dios 5,3).
El Espíritu es quien da vida; la
carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. ¿Renuncia Jesús a su proyecto cuando crece la indiferencia de los suyos?
¿Rebaja su propuesta de dar espíritu y vida a la humanidad? No; sigue adelante.
Sus palabras contienen vida y no las retira. Sus palabras aclaran los grandes
interrogantes que tenemos. Jesús sale a nuestro encuentro, nos roba el corazón,
sigue con la decisión de entregarse por nosotros. Orar es dejarse amar por el
Amor. Orar es atreverse a vivir con la alternativa que Jesús propone. ¿Creemos
o no creemos en Jesús? ¡Ojalá sigamos emocionándonos con Jesús! “Haced, Señor, que no se aparten de mi
pensamiento vuestras palabras” (Exclamaciones 8,1).
¿También vosotros queréis
marcharos? El panorama se ha vuelto muy sombrío. A pesar de que las palabras de Jesús
son espíritu y vida, surge la crisis y muchos abandonan. El grupo de los
seguidores comienza a disminuir. Quedan unos pocos. Parece el final de un
sueño. Pero Jesús no persigue el éxito, ni le inquieta el fracaso. Deja marchar
a su casa a quienes lo desean, pero no abandona su misión. Él es libre y en
torno a Él quiere que se respiren aires de libertad. Todo lo suyo está envuelto
en gratuidad. Así es su Padre. No puede ni quiere cambiar. Donde parece que
todo es noche, empieza a asomarse la luz. Cuando todo parece que va a terminar,
todo vuelve a ser posible. A nosotros nos sigue haciendo la misma pregunta:
‘¿También vosotros queréis marcharos?’ “Juntos
andemos, Señor. Por donde fuereis, tengo de ir. Por donde pasareis, tengo de
pasar” (C 21,6).
Señor, ¿a quién vamos a acudir?
Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. La última palabra, radiante y valiente, es la del Espíritu. La fe es un
regalo. Se asoma en Pedro y en los testigos, que siguen junto a Jesús. Nada se
puede comparar con el hecho de creer en las palabras de Jesús, que no son
vacías ni engañosas. Junto a Él está la vida. El abandono se cambia ahora en abrazo; la desconfianza en
seguimiento. ¡Qué alegría! La fe en Jesús nace del encuentro con Él, un
encuentro personal que toca el corazón y da un nuevo sentido a la existencia. ¿Por
qué seguimos con Jesús? ¿Qué razones tenemos para seguir con Jesús? En medio de
la crisis, pueden abrirse caminos de fe, podemos seguir confiando en sus
palabras de vida. “¡Oh Señor, Dios mío, y
cómo tenéis palabras de vida, adonde todos los mortales hallarán lo que desean,
si lo quisiéremos buscar!” (Exclamaciones 8,1).
CIPE – agosto 2015