Lectura orante del Evangelio: Juan 18,33-37
“¡Oh Hijo del Padre Eterno,
Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo! ¿Qué dejasteis en el mundo?
¿Qué pudimos heredar de Vos vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío,
sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que
pasar el trabajoso trago de la muerte? En fin, Dios mío, que los que
quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no nos
conviene huir del padecer. Vuestras armas son cinco llagas” (Fundaciones 10,
11).
Preguntó
Pilato a Jesús: ‘¿Eres tú el rey de los judíos?’ Pilato, un
hombre escéptico, pregunta a Jesús si es rey. Nosotros, que caminamos tras los
pasos de Jesús y que queremos aprender de su manera de vivir, tan sorprendente,
nos preguntamos quién es el rey de nuestra vida, quién ocupa el centro de
nuestro corazón. Vueltos a Jesús, con la alegría de la fe, le decimos que
queremos estar y vivir con Él. Creemos en
ti, Jesús. Te amamos. Tú eres nuestro Rey. Tú eres Señor de nuestras vidas.
Jesús le
contestó: ‘Mi reino no es de este mundo’. El reino de Jesús no se impone
desde fuera con la fuerza y el poder, con la injusticia y la mentira; se abre
camino en el corazón y se hace presente en medio de las gentes como un perfume
de alegría y un destello de verdad que no tendrán fin. El trono del reino de
Jesús es la cruz; de ahí nace la misericordia para con los débiles, la salud
para los enfermos, la dignidad para los excluidos, el pan para los hambrientos.
Jesús, tu Reino no es de este mundo, pero
es de nuestro corazón. ¡Qué gozo tan grande vivir contigo, Señor Jesús!
‘Con que, ¿tú
eres rey?’ ¿Es posible que un pobre crucificado, que siempre estaba con los pobres
y los últimos, sea rey? ¿Es posible que un condenado a muerte se muestre tan
libre? ¿Es posible que un despojado de todo, desnudo, siga revistiéndonos de dignidad?
¿Es posible que, sin empuñar armas, solo con sus palabras, con la verdad y
coherencia de vida, abra caminos de salvación? Sí, es posible. Ningún poder
puede apagar la voz de Jesús. Ningún escepticismo puede borrar su amor. Gracias, Señor, Rey de nuestras vidas. En la
cruz muestras tu amor, tu grandeza. ¡Gloria a ti, Señor!
‘Tú lo dices:
soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser
testigo de la verdad’. Jesús y nosotros, cara a cara. Verdad y mentira,
frente a frente. El testigo de la verdad, digno de nuestra fe, convocándonos a
vivir en la verdad, alentándonos a no engañar en las cosas de Dios. El reino de
Jesús, como fuente de nuestra dignidad; su entrega crucificada, como
sorprendente manifestación de la realiza del ser humano, de todo ser humano. ¡Qué tarea tan fascinante! Ser, junto a ti,
Jesús, testigos de verdad. Y así caminar como testigos alegres de tu verdad.
‘Todo el que es de la verdad, escucha mi voz’. La oración es
una escuela de verdad. Nos acercamos a Jesús. Nos espera en la cruz. Ahí está
su gloria. De su pecho abierto nace la paz para todo con conflicto. Lo miramos
detenidamente, aprendiendo lo que es el amor. Bebemos de su fuente. El Espíritu
pone en sintonía nuestro deseo hondo de verdad con la verdad limpia de Jesús. “¡Qué
grandes son tus grandezas!
¡Feliz fiesta
del Señorío de Cristo!- noviembre 2015