“El amor
no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras”
(3Moradas 1,7).
Habrá señales en el sol…, y en la tierra, angustias de las gentes. Los signos de los tiempos están ahí, delante de nuestros ojos orantes:
crisis de todo tipo, cuerpos mutilados en una tierra herida, refugiados,
inmigrantes, enfermedades, crisis de sentido, muerte, pueblos enteros
humillados por el ansia de poder... No queremos ni podemos esconderlos. En
nuestro camino parece que todo se derrumba, crece la angustia, no hay
esperanza. La humanidad pasa por una terrible noche de sentido. Pero, a pesar
de todo, nada es más fuerte que nuestra fe en Jesús. Él está en medio de nosotros,
ha apostado por nosotros. Jesucristo es el rostro de la misericordia entrañable
del Padre. Su Espíritu suscita señales de vida, que muchos acogen y convierten
en proyectos solidarios de nueva humanidad. Creemos
en ti, Jesús, y por eso confiamos, esperamos. Estamos despiertos ante ti.
Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y
gloria. La fe que más agrada a Dios es la esperanza, porque
sabe interpretar los signos como confianza y disponibilidad, tarea misionera y
compromiso. En esto consiste nuestro Adviento: en mirar al mundo, porque es
nuestro, y en mirar también a Jesús, porque es lo más nuestro, lo que se nos ha
dado y no se nos quitará. Solo hay un camino para no caer en la angustia y en
el miedo: creer en Jesús como presencia siempre renovada, esperar de Él la
salvación. La imagen más fuerte para nuestra oración es la venida de Jesús. Jesús
de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la
misericordia de Dios. Sal a nuestro encuentro,
Jesús. Mira nuestra vida con tu misericordia.
Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza
porque se acerca vuestra liberación. Hay momentos, en los
que, de un modo más intenso, estamos llamados a tener la mirada fija en la
misericordia de Jesús, cuidando la oración contemplativa. Con palabras fuertes,
esperanzadoras, Jesús nos atrae hacia Él, el Espíritu nos fortalece y consuela
en medio de las pruebas e incertidumbres de estos tiempos. ¡Qué fuerza tan
liberadora tiene este mensaje! Hay muchos finales de muerte, pero la meta
última es un final de vida, la aventura humana acabará bien porque Dios ama al
mundo y ha probado su amor con obras. Frente al pánico está el ánimo animoso
del que Dios es tan amigo; frente al cruzarse de brazos está el compromiso por
un mundo más humano. Jesús ha creído en nosotros, por eso creemos en nosotros.
Su liberación ha quedado dibujada en nuestras entrañas. Ya no es hora de andar encorvados.
Solo Tú nos liberas, Señor Jesús.
Estad en vela, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza… y podáis
estar en pie delante del Hijo del hombre. Despiertos en
medio de la noche, orantes siempre, libres para tomar opciones creyentes en
esta hora, lúcidos para dejar atrás la mente embotada. No caminamos movidos por
el miedo sino urgidos por la esperanza. Merece la pena preparar la Navidad con
el Adviento, sin frivolidad ni excesos, con esa sencilla locura de amor de
María y José y de todos los pequeños de la tierra. Siempre tenemos necesidad de
contemplar el misterio de la misericordia. Jesús, el rostro de la misericordia,
nos espera. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para
nuestra salvación. Todo lo miramos con
una clave: tu amor fiel y gratuito, Jesús. Así te esperamos. De pie. Con
alegría. Marana tha. Ven, Señor Jesús.
¡Feliz Navidad! En el
año jubilar de la misericordia - CIPE, diciembre 2015