Lectura orante del Evangelio: Marcos 12,38-44
“El
alma que de veras a Dios ama, no empereza hacer cuanto puede por hallar al Hijo
de Dios, su Amado; y aun después que lo ha hecho todo, no se satisface ni
piensa que ha hecho nada” (Juan de la Cruz, CB 3,1).
‘¡Cuidado con los escribas!’ También en
nuestra oración puede haber falsedad. ¡Cuidado! También puede haber vanidad,
afán de ostentación, orgullo. ¡Cuidado! También puede ser una excusa más para
alimentar el ego. ¡Cuidado! Es increíble la facilidad con que nos consideramos
mejores, superiores, primeros/as, y la facilidad con que marginamos y
despreciamos a otros/as como malos/as, últimos/as, perdedores/as, indignos/as.
Una oración así es falsa y, además, hace daño. Dios dispersa a los soberbios/as.
Una religión sin fe es un peligro que siempre nos acecha y que tiene muchos/as
adeptos/as. Ven Espíritu, Señor. Ayúdanos
a andar en verdad. Enséñanos a orar en verdad.
Jesús sentado enfrente del cepillo del templo,
observaba a la gente que iba echando dinero. La cosa va de miradas. ¡Cuánto
hacemos para mirarnos! ¡Cuánto para ser mirados y admirados! El mundo tiene
ojos para mirar apariencias. La mirada de Jesús es otra cosa, no es neutral, va
a contracorriente, desmonta nuestras mentiras y tinglados espirituales de
dominio sobre los otros/as, saca a la luz la verdad que esconde nuestro
corazón. La oración es dejar que Jesús, sentado en nuestra interioridad, nos
mire. Jesús, nos ponemos confiadamente a
la luz de tu mirada.
Muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una
viuda pobre y echó dos reales. Tintineo sonoro de las monedas de oro frente al sonido
imperceptible de dos reales de bronce. Dominio de la escena de quienes creen
que dan y hacen más que nadie frente a la abajada invisibilidad de quienes no
cuentan, ni valen, ni dan. Oración de un ego tan ensalzado, incapaz de ver al
tú frente a la oración de una mujer pobre que da su pobreza. ¿Qué mira Jesús? ¿En
quién pone los ojos? Mira a quienes nadie mira, levanta del polvo a los/as
pequeños/as, alza de la basura al pobre, a la pobre, abraza a quienes no son
nada. Míranos, Jesús, con tu mirada de
amor; esta será nuestra inesperada riqueza.
Os aseguro que esa pobre viuda ha echado… más que
nadie. Una pobre, que no está sentada en la cátedra, enseña a vivir el
Evangelio. Una mujer, de fe sencilla y corazón generoso, es la que más se
parece a Jesús. Una viuda desamparada, al darse del todo al Todo de una forma
callada, dice que Dios quiere ser Todo en todos/as. Una insignificante que ama
es lo mejor de la Iglesia, es espejo para los que oramos y nos tenemos por
entendidos/as en las cosas de Dios. ¡Cuánto
necesitamos a pobres y sencillos para creer en Ti, para conocerte y amarte a
Ti!
Los demás han echado de lo que les sobra, pero
ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir. O jugar a dar
sin dar ni darnos por entero o dejar que sea el corazón creyente quien hable; o
acumular en la estrechez de miras o compartir ampliando los horizontes del
corazón; o engañar a Dios o confiar totalmente en Él viviendo una generosidad
sin límites. Gracias, Jesús, por los que
aman de verdad.