Lectura orante del Evangelio: Jn 8, 1-11
“El
abismo de tu miseria atrae el abismo de su misericordia” (Beata Isabel de la
Trinidad).
Le traen una mujer sorprendida en adulterio. Estamos ante
una pieza maestra de la vida, una joya de la misericordia. Para los letrados y
fariseos lo importante es que el sistema funcione, aunque éste sea radicalmente
injusto. Se creen superiores y mejores que nadie; lo suyo es condenar, controlar.
Los débiles siempre son culpables. Jesús es otra cosa; sale a buscar lo
perdido, a levantar lo caído. Como amigos de Jesús no anhelamos una santidad
postiza ni una superioridad nefasta, que hacen más que daño que provecho. La
oración verdadera no busca culpables sino cómo rehacer la vida poniendo ternura
y misericordia en las heridas. Como Jesús. Sánanos,
Señor.
‘La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras: tú, ¿qué dices?’ Una mirada fría, con odio, agresiva, pretendidamente
amparada en la ley, quiere la muerte. Jesús tiene otra mirada. Su vida es un
canto a la misericordia; su pretensión: curar los males. Jesús se acerca a las/os
pecadoras/es, come con ellas/os, goza perdonando. La gracia no rechaza, no
apedrea. La santidad no margina ni condena. La luz entra en la oscuridad y la
vence. El agua penetra en la tierra agrietada y la fecunda. ¿Cuándo aprenderemos, Jesús, a no usar la
violencia? Concédenos, Señor, tu mirada de perdón.
‘El que esté sin pecado que tire la primera
piedra’. Jesús no trivializa el pecado, basta mirar la cruz para entenderlo. Pero
todo pecado pide misericordia. Tras un silencio tenso, Jesús abre camino a
situaciones sin salida; salvar al/la pecador/a es su pretensión. ¿Por qué nos
consideramos justas/os cuando todas/os necesitamos el perdón? ¿Quiénes somos
para juzgar a las/os demás? ¡Qué mal sabemos tratar el pecado de las/os otras/os!
La oración nos ayuda a entender estas verdades y a retornar a los caminos de
Jesús. ¿Dónde se nos ha perdido la
novedad de tu Evangelio? Ayúdanos a encontrarla.
Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio de pie. Después de
todo el ruido condenatorio, solo quedan dos seres humanos que se miran: la mujer
rota y Jesús, misericordia que levanta. Entre Jesús y la mujer se ha abierto un
espacio de dignidad. Cuando Jesús está en medio, todo huele a perdón. Ha venido
a salvar. Una mirada de amor se abre camino, el desierto se hace transitable,
se hace posible lo imposible. Orar es acoger la mirada de Jesús, entrar en su
corazón abierto, donde lo viejo deja paso a lo nuevo. Míranos, Señor, que también nosotras/os necesitamos tu mirada.
‘Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te
ha condenado?’ Ella contestó: ‘Ninguno, Señor’. Jesús dijo: ‘Tampoco yo te
condeno’. ¡Con qué facilidad perdona Jesús! ¡Con qué alegría ve la belleza
escondida y la saca a la luz! Perdonando, crea futuro. Lo de atrás queda
borrado. Solo el encuentro con Jesús queda, imborrable, en el corazón. ‘Tampoco
yo te condeno’, mensaje corto en palabras, pero que llega al hondón del alma.
Es hora de correr hacia la vida. El perdón es la alegría que hay que anunciar: ‘Tampoco
yo te condeno’. Gracias, Jesús. Tu perdón
es una fiesta.