Lectura orante del Evangelio:
Lucas 15,11-32
“El Padre es todo Amor” (Beata Isabel de la Trinidad).
La parábola es como la vida misma. Una/o puede entrar o quedarse fuera.
La parábola nos abre las puertas para que entremos dentro de ella. La parábola
habla de nosotras/os. El final de la parábola queda abierto, porque lo tiene
que terminar cada quien. La parábola hace preguntas profundas, descubre lo que
hay en el corazón, nos coloca ante la ternura del Padre.
Ven, Espíritu Santo. Enséñanos el maravilloso camino de la fraternidad,
ayúdanos a vivir en comunidades acogedoras, con más ternura que recelo hacia quienes
buscan al Padre entre interrogantes y son buscadas/os por Él con una pasión de
amor infinita.
‘Me pondré en camino, adonde está
mi padre’. Un hijo se alejó del cariño del Padre. Le pidió la
herencia y se olvidó de él. Pensó que fuera viviría mejor, pero el engaño le
llevó a perder la dignidad y la identidad. Esto es el pecado. Pero al Padre no
se le terminó el amor; la ausencia del hijo se lo acrecentó. Un día, fruto de
esas secretas decisiones del corazón, el hijo se puso en camino hacia el pan
porque tenía hambre. Así se teje esta maravillosa historia de amor y libertad,
perla preciosa de las parábolas, dicha por Jesús a los que murmuraban que fuera
amigo de los pecadores y se sentara a comer con ellos. Nos ponemos en camino hacia Ti.
Cuando todavía estaba lejos, su
padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello y se puso
a besarlo. El hijo, de camino, ya no recordaba el cariño del
Padre, ya no le conocía. Pero el Padre salía cada mañana para mirar el
horizonte, porque tenía el corazón trastornado por la ausencia de su hijo; no
podía dejar de considerarlo como suyo. Y un día, el mejor de los días, lo vio
de lejos, el corazón le dio un vuelco, se conmovió y corrió hacia él, porque el
amor siempre ve más allá y corre más. El Padre supo esperar sin manipular la
libertad del hijo, pero, al encontrarlo, lo levantó de la nada colmándolo de
besos. Padre, ¿qué podemos decirte? Solo
gracias. Tanto nos esperas. Gracias. Gracias.
‘Padre, he pecado contra el cielo
y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. El hijo, al entrar en el pecado, donde una/o no es nada ni merece nada
porque lo ha perdido todo, entró en la misericordia entrañable del Padre, donde
todo vuelve a ser posible. No nos purificamos mirando y remirando nuestros
pecados, sino poniendo nuestros ojos en el que nos hace buenas/os. Padre, abrazados por tu misericordia, el
pecado huye, tu gracia nos recrea. Gracias.
‘Celebremos un banquete; porque
este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos
encontrado’. El Padre se lleva una alegría increíble y quiere
gritar su alegría a todo el mundo; todo lo prepara como para una fiesta de
bodas. No piensa más que en celebrar, en tirar la casa por la ventana. La
misericordia se hace don, derroche. Y todo, porque su hijo ha vuelto a la vida.
Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. El que gastó su vida, se encuentra
con las frescas mañanas del Padre entre las manos. Bendito y alabado seas, Padre.
‘Hijo, tú siempre estás conmigo,
y todo lo mío es tuyo… Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba
muerto y ha revivido’. El hermano mayor no quiere
entrar. La fiesta por ése que ha vuelto le desconcierta. El que siempre ha
estado dentro de la casa, se queda fuera. No sabe amar. Quien se cree bueno,
clasifica y excluye. Cuando el Padre sale a persuadirlo, solo sabe exigir y
denigrar al hermano. Está lejos del corazón del Padre, que acoge a todas/os,
ama a todas/os, invita a todas/os. Gracias,
Señor Jesús, por mostrarnos al Padre.
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