Lectura orante del Evangelio: Juan 9,1-41
“El
Señor nos espera siempre para darnos su luz y para perdonarnos” (Papa
Francisco).
Al pasar Jesús
vio a un hombre ciego de nacimiento. Un ciego no ve, pero está, en la calle, a la vista
de todos; grita, extiende la mano. Pasamos junto a él, como ante tantas
personas que sufren exclusión, discriminación y miseria. Consideramos tan
normal este paisaje que terminamos acostumbrando nuestro corazón a la
indiferencia, “globalización de la indiferencia” (Papa Francisco). Hay luz en
la fachada, pero tiniebla en el corazón. Jesús ve al ciego, se acerca a él con
compasión y ternura, inicia un diálogo liberador. No acepta la opinión generalizada
de que está así por su culpa. La presencia del ciego, las/os refugiadas/os retenidos
por alambradas, las víctimas de la injusticia… dejan al descubierto nuestra
ceguera. Nosotras/os, si no les vemos, somos más ciegos que ellas/os: ‘Tienen
ojos y no ven’. Comenzar la oración con esta humildad de saber que compartimos
cegueras es andar en verdad, es fruto del Espíritu. Jesús, ilumina nuestras oscuridades. Sé Tú nuestra luz, enciende
nuestra noche.
‘Yo soy la luz del mundo’. Jesús es
alguien único, es una novedad inaudita, una presencia de bondad en medio de
nuestro mundo. No solo da la vista al ciego del camino, sino que este encuentro
le da ocasión de desvelar su identidad: ‘soy la luz del mundo’. Jesús es luz
encendida, puesta en medio para iluminar. No hay otra noticia más fascinante que
ésta. Jesús es luz, su amor es más grande que todos nuestros pecados. Nuestra
muerte es vencida por su presencia sanadora. Con Él nos viene una plenitud
insospechada. Como curó al ciego con el barro y el agua, con el signo y la
palabra, nos puede curar ahora a nosotras/os para que seamos hijas/os del
Padre, que es luz de luz, y realicemos las obras del día. Si dejamos que realice
en nosotras/os una nueva creación. Estamos
ante ti, Jesús, como noche que espera la aurora. Tu mirar es amar: ésta es la
verdad que sostiene nuestra fe. Eres nuestra luz y salvación.
‘¿Crees tú en el Hijo del hombre?’ Un ciego en
el camino, gritando, no era problema. Un ciego que ahora ve, gracias a Jesús,
es una amenaza para la vieja mentalidad, incrédula. Un convertido a Jesús es un
peligro, una persona liberada por Jesús resulta incómoda. ¡Cuánta resistencia a
la hora de acoger la novedad! Unas/os tienen miedo, otras/os son incapaces de
alegrarse con el triunfo de la vida, otras/os expulsan o marginan a quien
camina en la verdad. ¿Y nosotras/os? ¡Cuánta ceguera disimulada en ojos que, solo
aparentemente, ven! ¿De qué sirve acaparar y presumir de fe, si no dejamos paso
a la novedad de Jesús que libera? ¿Será verdad que no queremos ver? Sea como
sea, Jesús no nos deja solas/os, nos hace la pregunta de la fe a cada uno/a:
‘¿crees tú?’ Y espera pacientemente que dejemos entrar su luz en nuestro
corazón. ¿Qué haremos? Un ciego, que no conocía la luz, porque nunca la había
visto, nos anima con su confianza, tan sencilla, a recorrer sin miedo el
proceso de la fe. Frente a todos los miedos, frente a todos los prejuicios. Espíritu
Santo, guíanos hacia la fe, llévanos a Jesús.
‘Creo, Señor’. Jesús espera nuestra respuesta
creyente. Quienes están sufriendo en las orillas de los caminos, también,
porque la fe en Jesús es siempre ternura y compasión hacia quienes están marginadas/os
por los motivos que sean. El joven, radiante de alegría, confiesa abiertamente su
fe. El que antes era ciego nos ofrece su testimonio y nos regala palabras
nuevas para decir nuestra fe: ‘Creo, Señor’. A esta fascinante aventura nos
empuja el Espíritu. Jesús nos ha abierto los ojos, nos ponemos ante Él, lo adoramos.
Por haber gozado un instante de su luz, podemos unir nuestras fuerzas para
solidarizarnos con quienes sufren dramas infinitos, en Siria por ejemplo. Madre de los creyentes, danos tu fe.
Desde el CIPE les deseamos un feliz tiempo de
gracia - marzo de 2017