Lectura orante del Evangelio: Juan 4,5-42
“Cada
encuentro con Jesús nos llena de alegría y nos cambia la vida” (Papa
Francisco).
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado
junto al manantial. Entramos en esta escena encantadora. Jesús está sentado
en el brocal de un pozo. Está esperándonos, con hambre de encuentro, con sed de
amor. Metidos en mil cosas, quizás no lo vemos. Pero Jesús sabe esperar. Hoy
puede ser el día del encuentro con Él. ¿Lo intentamos? Por Él no va a quedar.
Jesús es manantial de amor en el pozo de nuestra interioridad. ¿Cómo cruzar el
umbral que nos separa de Él y de nosotros mismos? Como a la mujer de Samaría,
solo una sed honda, a menudo desconocida, nos alumbra; y un cansancio, que solo
se cura con el amor, nos ayuda a descubrir la presencia del Amigo. Nos da
confianza saber que Jesús siempre oye el deseo de los pobres. Espíritu Santo, llévanos adentro, donde nace
la luz, donde crece el amor, donde nos espera Jesús.
Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le
dice: ‘Dame de beber’. Jesús no pierde tiempo. Rápidamente inicia el
diálogo con nosotros. Sus palabras imprevisibles nos sorprenden. ¿Cómo es que
nos pide de beber a nosotros, tan sedientos de agua y de todo? ¿De dónde
sacaremos lo que nos solicita? Quizás sea ahora el momento escogido por el
Espíritu para tener un encuentro con Jesús. Si probamos a escuchar la música
escondida en su petición: ‘dame de beber’. A nosotros, marginados como la
samaritana de las fuentes de la vida, nos ofrece palabra, dignidad, confianza;
pero, antes, nos pide. Jesús, ¿qué nos
pides hoy?
‘Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te
pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva’. Muchos se han
alejado de Dios; lo ven como un extraño. Se han marchado sin haberlo conocido. Quizás
también a nosotros nos ha pasado o nos pasa. Sea como sea, el diálogo con Jesús
en nuestra interioridad puede llevarnos a ser sus amigos y recibir el agua viva
que sacia nuestra sed. ‘Si conociéramos el don de Dios’. Jesús puede
descubrirnos hoy que Dios es un misterio de bondad, una fuente de la que cada
uno bebe según tenga el vaso, una presencia amistosa y acogedora en quien
podemos confiar siempre. Es hora de dejar a un lado nuestro pequeño cántaro
para que Jesús nos llene el corazón. Con la mujer de Samaría aprendemos a ser
discípulos de Jesús, mientras dialogamos con Él acerca de las preguntas más
hondas que llevamos en los adentros. ¿Quién
eres tú, Jesús, que tienes un agua viva?
La mujer le dice: ‘Señor, dame esa agua; así no
tendré más sed’. Después de haber alimentado la vida con espejismos
de oasis inexistentes y de haber buscado agua en cisternas agrietadas, Jesús
nos ofrece la oportunidad de vivir una fe de manera confiada en el fondo de
nuestro ser. La vida es más hermosa cuando en ella está Jesús. Con Él en medio,
ya nada es lo mismo, porque en viniendo la vida ya no queda ni rastro de la
muerte. Con Jesús comienza otra danza, todo se recrea. Y de la alegría por
haber bebido el agua de su manantial, vamos a testimoniar la alegría del
encuentro con Él. El cansancio del alma deja paso a la alegría misionera: Que
todos conozcan a Jesús, que todos tengan vida y la celebren, que haya agua para
todos los pueblos de la tierra. Nuestro mundo es capaz de generar recursos para
que haya agua para todos, pero no sabe compartir. Nuestro pozo, con abundante
agua de Jesús, es ahora una fiesta de solidaridad inagotable, donde se
comparten el agua y la vida. Si te escuchamos,
Jesús, tú no te callas. Si nos abrimos a ti, Jesús, tú no nos cierras la
puerta. Si confiamos en ti, Jesús, tú nos acoges. Si nos entregamos a ti,
Jesús, tú nos sostienes. Si nos hundimos en el camino, tú, Jesús, nos levantas
y nos das a beber de tu agua viva.
Desde el CIPE os deseamos un feliz tiempo de gracia
- marzo de 2017