Lectura orante del
Evangelio: Juan 3,16-18
“La Trinidad es el rostro con el que Dios se ha revelado a sí mismo, no desde lo alto de un trono, sino caminando con la humanidad” (Papa Francisco).
Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. El amor es la intimidad
de Dios y allí donde hay amor allí está Dios. El Padre no ha encontrado otra
manera mejor de decirnos que nos quiere que enviándonos a su Hijo. Solo merece
la pena creer en el amor. Ante una entrega como esta, nos quedamos sin
palabras, nos brota el asombro adorador. Siendo omnipotente, nos ama con
omnipotencia; siendo sabio, nos ama con sabiduría; siendo infinitamente bueno,
nos ama con bondad. En el colmo de la entrega nos dice: “Soy tuyo y para ti, y
gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti” (San Juan de la
Cruz). ¿Cómo se puede dar tanto? ¡Bendito
seas, Padre, por siempre jamás! ¡Qué cosa es el amor que nos tienes! Confiamos
en ti.
Para
que no perezca ninguno de quienes creen en él. Jesús nos muestra el
amor dándonos al Padre. Es tan amigo de amar que no se le pone cosa por delante
para hacernos el bien: se hace pequeño, se junta con nosotras/os, se hace
nuestro amigo, se viste de nuestra tierra; y todo, para amarnos con locura y
hacernos descubrir que somos hijos/as de tal Padre. Por perdida que esté
nuestra vida, Jesús nos dice que el Padre nos quiere y abraza con ternura
entrañable, nos consuela en los caminos y nos da la vida que no tiene fin, nos
ama. ¿Cómo no creer? ¿Cómo no abrir de par en par el corazón a la Trinidad, que
busca su morada en nuestra interioridad? ¡Bendito
seas por siempre, Jesús, Señor nuestro! ¡Quién puede hacer las maravillas que
Tú haces!
Sino
que tengan vida eterna. El Espíritu Santo nos muestra el amor,
encendiendo en nuestro corazón una llama de amor viva. Él hace posible que
podamos comunicarnos con el Padre y con el Hijo, que solo saben amarnos. Así
nos enamora de la Trinidad y de la vida siempre nueva que se nos regala. No se
le ve, pero se percibe su perfume, se escucha su rumor en el hondón del alma. Cuando
descubrimos su presencia amorosa y dejamos que actúe y guíe nuestra vida, quedan
fuera el miedo y el interés, aparece el amor confiado. ¡Bendito seas por siempre, Espíritu
Santo! Todo lo tuyo sabe a vida verdadera. Tu presencia es alegría.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo. Dios envió a su hijo para amar. Sin merecerlo, nos inunda con su amor. Nunca hubiéramos podido imaginar esta historia de amor loco tocando nuestra tierra. Estremecidos ante el amor excesivo de la Trinidad, nos brota el canto, la alabanza, la adoración, el callado amor, el servicio gratuito; aprendemos a ser con la Iglesia misterio de comunión y de acogida, donde toda persona, especialmente pobre y marginada pueda encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada. Con toda la creación, con María y todos los santos, con la humanidad entera vibramos al son de la gracia. La Santa Trinidad nos alienta a vivir el amor recíproco y la belleza del Evangelio. Gracias a la Trinidad somos en los acontecimientos cotidianos levadura de comunión, consuelo y misericordia. ¡Gloria a ti, Padre, gloria a ti, Hijo, gloria a ti, Espíritu Santo! Amén.
Feliz fiesta de
la Trinidad – CIPE, junio de 2017