Lectura orante del Evangelio: Juan 20,19-23
“Pensemos en el Espíritu Santo, hablemos con Él” (Papa
Francisco).
Jesús se puso
en medio y les dijo: ‘Paz a vosotros’.
Y así, ensanchando nuestros corazones con el don de la paz, Jesús nos regala su
Espíritu para que saboreemos la vida por dentro, más allá del ajetreo, y no
vivamos en la ausencia de quien sabemos nos ama. Con las manos abiertas,
confiadas, recibimos al Espíritu de Jesús. En nuestra interioridad, más allá de
la corteza de la vida, en el silencio, el Espíritu de Jesús quiere ser en
nosotros torrente de aguas vivas. El Espíritu de Jesús nos enseña a colocar a
Dios dentro de nosotros y no fuera. ¡El Espíritu de Jesús!: gracia y alegría,
fortaleza y esperanza, vida entregada y comunión, viento fuerte para el
testimonio, voz sinfónica para la alabanza, novedad sin sombras, paz confiada,
esperanza para el mundo, siempre amor. Danos,
Señor, tu Espíritu.
Y los discípulos
se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús nos regala su Espíritu: plenitud
de la Pascua, y el Espíritu de Jesús mantiene vivo el recuerdo de Jesús en las
comunidades cristianas y nos capacita para vivir la experiencia interior del
misterio de Dios. Cuando el Espíritu de Jesús nos invade, nuestra vida se llena
de alegría. Sin alegría, ninguna vida se justifica. El Espíritu de Jesús es el
gozo profundo de los pobres. Parece un sueño; el Espíritu de Jesús cambia
nuestra suerte: el fracaso lo cambia en fecundidad, la sequedad en huerto
regado, la siembra en cosecha abundante; puede transformar nuestra vida, por
muy perdida que esté. ¡Qué alegría contar con esta esperanza! El Espíritu de
Jesús, amor derramado en los corazones, no quiere ser visto, sino ser en
nosotros el ojo que ve, la bondad que cura, el servicio a los pobres y
enfermos, la entrega que da sentido a la vida dejándolo todo vestido de gracia.
El Espíritu de Jesús es el Evangelio encarnado en nosotros. ¿Le haremos hueco
en nuestro corazón? Sin él no es posible seguir a Jesús ni vivir el Evangelio. El
agua duerme en la hondura de nuestro pozo; ¡dichosos quienes oyen su rumor! Danos, Señor, tu Espíritu.
Exhaló su
aliento sobre ellos. Jesús, soplando sobre cada uno de nosotros, nos da
su Espíritu. ¡Qué gesto tan lleno de amor, tan orante! Jesús nos da a aquel que
le ha empujado por los caminos para estrenar el Evangelio acercando la bondad
del Padre a los pobres. Ahora, el Espíritu de Jesús es el aire que empuja nuestra
vida y, en su aspirar sabroso, delicadamente nos enamora; susurra en nuestros
labios el nombre de Jesús y recrea en el corazón la confianza inquebrantable en
el Abbá. El Espíritu de Jesús, con sus dones, convierte nuestra vida en una
fiesta de servicio a la humanidad más dolorida, nos hace oír la música para
danzar el gozo de Dios junto a hermanas y hermanos en las plazas de todos los
pueblos. ¡Vaya lujo vivir cada día con el Espíritu de Jesús! ¡Cuánto lo
necesitamos para que en nuestros corazones no se apague la experiencia interior
de Dios! Danos, Señor, tu Espíritu.
Recibid el
Espíritu Santo. A Jesús no le queda ya nada por darnos. Con el don
de su Espíritu nos lo da todo. ‘Recibidlo’, nos dice. En recibirlo nos va la
vida. El Espíritu de Jesús es todo lo contrario a la mediocridad espiritual. La
lentitud en el esfuerzo es contraria al Espíritu de Jesús. El Espíritu de Jesús
es el corazón de la oración y de la vida; testimonia que somos hijos del Padre
y nos empuja a seguir y amar a Jesús, pone perfume y estrena melodías, abre
caminos misioneros y hace vivir más allá de toda muerte, fortalece las manos
para el bien y suscita alabanzas por el exceso de su don, invita a la
intercesión y compromete a tejer, junto con otros, una nueva túnica para los
pobres. Gracias al Espíritu de Jesús tomamos la vida agradecidamente. Con María oramos: Danos, Señor, tu Espíritu.
Feliz fiesta del Espíritu Santo –
CIPE, junio de 2017