Lectura orante del Evangelio: Juan 20,19-31
“Pacifica mi
alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor” (Isabel de la Trinidad).
Entró Jesús, se puso en medio y
les dijo: ‘Paz a vosotros’. Es Jesús resucitado quien
toma la iniciativa. Tiene la vida en plenitud y la quiere dar. Todo es gracia. Se
presenta en medio de nosotras/os y nos da la paz. Él que nos fascinó por su
bondad y compasión, ahora está dentro de nosotras/os, invitándonos a la vida.
No estamos huecas/os. Jesús mana dentro de nosotras/os como un manantial
inagotable. Ponemos ante Él nuestros miedos. Soltamos nuestras inquietudes y
acogemos el regalo de su paz. ¡Señor, Jesús, gracias
por hacerte presente en nuestras vidas!
Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. ¿Dónde está
nuestra alegría? La oración es abrirse al gozo de ver al Señor, de mirarlo resucitado
dentro de nosotras/os. Creer en Él es crear el espacio para acoger su
presencia. Ante Jesús pierden fuerza las desesperanzas y tristezas, nuestros
vacíos se colman de sentido. Jesús, acogemos
tu presencia en nuestro corazón. Te hacemos sitio en nuestra pequeñez. Nos
alegramos contigo.
‘Si no veo…,
no lo creo’. Todos caminamos con incertidumbres y dudas. Cuando la comunidad se reúne
para celebrar a Jesús resucitado; animada por el Espíritu, es un espacio de
acompañamiento y cuidado mutuo de la fe. Uno de los discípulos no está con
todos, se ha distanciado de la comunidad, no se fía del testimonio de las/os
hermanas/os, no sabe ver en ellas/os a Jesús, pone condiciones, su fe está en
peligro. ¿Cómo comunicar la alegría de haber visto al Señor a quienes se han
alejado? Jesús, hazte presente en
nuestras dudas, cura con tu misericordia nuestras heridas.
‘No seas
incrédulo sino creyente’. Lo que mejor cura las dudas es el encuentro
personal con Jesús. La incredulidad, gracias a Jesús, también es espacio para
la fe y apertura a la Palabra que enamora. Nada está perdido. Jesús, que es
Vida, busca el encuentro con nuestra tierra reseca. La primavera sorprende y
espabila los inviernos. Cada una/o de nosotras/os ha de decidir, con un corazón
humilde y sincero, cómo quiere vivir. Contigo,
Jesús, es posible el milagro de nuestra vida.
¡Señor mío,
Dios mío! La muerte de Jesús en la cruz golpeó la fe de sus discípulos, pero no
la destruyó. Con casi nada, el Espíritu pone de pie una nueva creación. El que
no creía, cree ahora con una fe nueva, tiene fuerza para testimoniar su fe en
medio de las/os hermanas/os con una confesión de fe impresionante. ¿Nos
decidimos a vivir el misterio de la vida confiando en el Amor como última
realidad de todo? Creemos en ti, Jesús
crucificado y resucitado.
Dichosos los
que crean sin haber visto. Dichosas/os quienes creen en Jesús. Dichosas/os quienes
acogen el testimonio de otras/os creyentes. Dichosos quienes, más allá de las
cómodas certezas, buscan caminos de verdad, de belleza, de amor. Quien busca
creer es ya creyente. Dichosas/os nosotras/os si nos decidimos a vivir con
Jesús. Dichosas/os nosotras/os si salimos a celebrar la vida de Jesús con el
pueblo. Gracias, Jesús. Aleluya.
¡Feliz Pascua
de Resurrección! CIPE – Abril 2016