Hermanos y hermanas queridos:
Porque
la muerte –ésta es nuestra fe- no tiene
la última palabra. La Palabra
–primera y última- es Amor. Y El Amor siempre se deja oír. “La Verdad padece pero no perece”, decía
Teresa de Jesús. Y Gonzalo -como Jesús- dijo con su muerte y su vida “voluntariamente entregada a la muerte”
su más profunda verdad.
Nosotras, carmelitas
descalzas que respondimos al llamado misionero de Gonzalo, nuestro hermano
Obispo (al que aprendimos a amar como un Padre y un amigo), para integrarnos a
la Iglesia de ISAMIS como Carmelo orante, iniciando una comunidad de oración en
Puerto Libre al estilo de Teresa de Jesús, hemos vivido el amor y la pasión,
oscura y purificadora, de esa Iglesia maravillosamente fiel al Concilio
Vaticano II, al magisterio latinoamericano que brotó de su Espíritu y
documentos (Medellín, Puebla, Santo Domingo y, últimamente, Aparecida). Viviendo
a la distancia y en la fe, lo que hubiéramos ejercitado allí: el silencio
amoroso y orante ante el Señor y sus “insondables
caminos de justicia”, aún en medio de la iniquidad más profunda, y la
comprensión, la acogida y el sostén amoroso a los hermanos que permanecieron
fieles a Dios en el servicio sin condiciones a su Pueblo y en esta pasión de Amor y de dolor, que
sinceramente admiramos y presentamos a Jesús.
Hemos creído –y
afirmado en cuanta ocasión se dio- que solamente
la identificación “hasta el fin” con
Jesús, de Gonzalo y de ISAMIS (sus miembros, los que se profesan sus hijos,
sus misioneros consagrados al Evangelio sin restricciones) puede explicar tanto
sufrimiento como el que han sido destinados.
No idealizamos a
ISAMIS. Admiramos profundamente la valentía y el amor tesonero y fiel, de
quienes han construido una Iglesia maravillosa que hemos conocido muy bien, en
circunstancias tan difíciles y adversas, permaneciendo a través de las décadas,
abriendo caminos de Evangelio en la selva y en los corazones; comprometiendo a
cada creyente en el servicio eclesial y fraterno, tesoneramente fieles a su
llamado misionero. El Papa Francisco
expresó, apenas elegido, que prefería “una Iglesia quebrada a una Iglesia
replegada en sí misma”. No hay –pensamos- debilidad o error que puedan aducirse
a la desproporción abismal con lo que ISAMIS y sus misioneros han dado
amorosamente de sí. Solamente la
ignorancia profunda de la realidad y los hechos, puede explicar semejante
confusión.
La Iglesia de San
Miguel de Sucumbíos inicia una nueva etapa –que acompañamos profundamente y nos sentimos comprometidas en la oración
con toda el alma- “dando al olvido lo que
queda atrás y corriendo hacia la meta: su vocación en Cristo Jesús”. Para
lo cual, estamos ciertas, sabe y conoce muy bien cuál es esa vocación y esa meta a la que fue llamada. Y sólo Jesús y su evangelio despiertan y explican su
amor constante y su pasión encendida. Jesús y la pasión por su Reino. Esta fue
–a nuestro modo de ver- la certeza de Gonzalo.
Quisiéramos ofrecer
un testimonio (entre muuuchos) de esto que afirmamos. Cuando Mons. Gonzalo pasó
despidiéndose de nosotras, en su camino
de destierro hacia España (así se lo vimos vivir, con gran dignidad y muy sosegadamente…lo
cual no se improvisa), compartió en la homilía de una misa celebrada en la
intimidad con nosotras algo que no olvidaremos, y sólo la santidad es capaz de
afirmar de la manera humilde y convencida con que lo hizo:
“Sé muy bien por qué llevo estas
cadenas. Por la posibilidad de que cada persona sea considerada protagonista en
la Iglesia. Por la capacidad de los indígenas a autodeterminarse. Por la
dignidad de las mujeres. Por el derecho a crecer de cada hombre y de cada
familia. Por la alegría de vivir en comunidad de todos los miembros de la
Iglesia. Por una Iglesia de todos y para todos que camine según el Evangelio
con los dos pies, la fe y la dignidad del hombre. La humanidad que vino a
anunciar Jesús.”
Hermanos y hermanas queridos, estamos con ustedes. No
desfallezcan. Jesús está entre ustedes. Gonzalo con su santidad “hasta el fin” los guía hacia El. Y el Padre
Obispo Celmo , que Gonzalo tanto respetó –también “hasta el fin”- es heredero
de su espíritu, porque Gonzalo, con su muerte, lo ganó para él.
Nuestra Señora, la Mamita del Cisne, los ilumine con su
ternura.
Un abrazo inmenso de
sus hermanas carmelitas de
Caucete-Sucumbíos+.