Lectura orante del
Evangelio: Lucas 12,49-53
“¡Oh llama de amor viva, que tiernamente
hieres de mi alma en el más profundo centro! (San Juan de la Cruz).
‘He venido a prender fuego en el
mundo’. Es la tarea principal de
Jesús, la de ayer, la de hoy y la de siempre: poner amor donde no hay amor,
dejar sembrada la tierra del conocimiento del Padre y del fuego del Espíritu,
encender corazones, apasionar vidas, enamorar. Jesús no es una cosa más entre
muchas; su novedad alcanza, su pasión renueva, su humanidad da sentido. Nuestro
corazón está hecho para Él. Hoy nos acercamos a Jesús, con los oídos limpios y
enamorados, para que su mismo fuego de amor nos queme por dentro. Queremos
caminar con la llama del amor a Jesús encendida. Ven, Espíritu. Hiérenos con
tu ternura de amor. Que ya no queremos seguir a Jesús con el corazón apagado.
‘¡Ojalá estuviera ya ardiendo!’ Este deseo de Jesús siempre está vivo:
que arda el mundo, que no se le muera la vida, ‘porque muertos son los que
tienen muerta el ama y viven todavía’ (Octavio Paz). Este deseo de Jesús de que
comience la fiesta del Espíritu es misionero: que ardan los corazones, para que
los pies callejeen llevando el Evangelio de la bondad y la ternura a la
humanidad. La oración como espacio de comodidad, como tranquilizante de
conciencias, no tiene nada que ver con el deseo apasionado de Jesús. Querer
vivir una fe que no altere nuestras costumbres ni moleste nuestra mentalidad,
es contrario al fuego del Espíritu. Nuestro centro es Dios mismo amando
sin cesar en nosotros. Sopla, Espíritu Santo, sobre nuestras brasas, aunque
estén casi apagadas. Enciende, cada día, la llama de tu amor.
‘Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué
angustia hasta que se cumpla! Jesús es el espejo en el que nos miramos para superar los miedos a
nacer de nuevo, es el bautismo que nos sumerge en su amor donde se queman
nuestras flaquezas y miserias. Quiere meternos en el abrazo abismal de la
dulzura de Dios, para que parezcamos Dios. Jesús está dispuesto a poner los
pies sobre el fuego, está decidido a afrontar la muerte para darnos vida nueva.
La oración es, muchas veces, grano de trigo que muere, decisión de meternos en
la grandeza de Dios, atrevernos a creer estas maravillas, deseo intenso de que
Jesús marque lo que somos y hacemos. Nos espera una nueva manera de vivir y
amar. Es el Señor quien lo hace. Gracias, Jesús. Tu entrega de amor nos
anima a pasar de la muerte a la vida.
‘¿Pensáis que he venido a traer al mundo
paz? No, sino división’ La palabra de Jesús es incómoda para el conformismo, molesta para la
cobardía, inquieta para la desigualdad. Pero la palabra de Jesús ¡cómo enamora
a quien tiene el corazón limpio! Jesús trae al mundo una paz que el mundo no
puede dar. La falsa paz, al verse amenazada, se vuelve violenta y quiere echar
al que viene con la paz verdadera. La oración es un camino de miradas que nos
agita por dentro. “Espero lío”, dice el papa Francisco. Queremos, hoy y
siempre, seguir a Jesús y poner la mano
en el arado del Evangelio. Danos tu paz, Señor Jesús, la que solo Tú
puedes dar.
¡FELIZ DOMINGO! Desde el CIPE – agosto 2016