viernes, 25 de agosto de 2017

Domingo XXI del tiempo ordinario




Lectura orante del Evangelio: Mt 16, 13-20
“Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta:`¿Quién soy yo para ti?´ Es como si dijera: ´¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?` (Papa Francisco).  
‘¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?’ Es fácil la respuesta. Basta con mirar alrededor y responder. Los discípulos lo hacen a coro pero esa respuesta no les compromete. Lo mismo nos puede suceder a nosotras/os. Encontramos a muchas/os, escépticas/os, que miran para otra parte sin querer encontrarse con la luz de Jesús. Encontramos también, si miramos con atención, a muchas/os, incluso jóvenes que, con su alegría de seguidoras/es, ponen a Jesús ante el ser humano como horizonte de vida y de esperanza. Pero nosotras/os, ¿nos quedaremos solo en esto? La pregunta, que es un gran regalo del Espíritu para esta hora, puede ser el inicio de un encuentro con Jesús, cuyo amor por nosotras/os no acaba nunca. ¿Cuánto tiempo hace que no hacemos un alto en el camino para tener un cara a cara con Jesús, para verle y oírle más de cerca? Tú, Señor, no defraudas. Es un gozo inmenso conocerte y amarte, vivir contigo.
‘Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?’ Esta pregunta descoloca, toca el deseo de vida plena a que todo ser humano aspira. Para responder hay que mirarse a sí misma/o por dentro y escuchar la voz del Padre. Esta vez solo la contesta Pedro. Jesús, con esta pregunta tan directa e interpelante, llama a quien quiera prestarle atención dentro de sí, para iniciar un diálogo fascinante de amor. ¡Cuánto desea el Espíritu que ocurra este encuentro! Pedimos a la Virgen María que nos enseñe a responder. Decir quién es Jesús es el gozo de las/os orantes. Tú, Jesús, eres una fuente, un amor, una vida, una luz, una esperanza. Todo eso eres Tú y más.  
‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.’ Hay momentos en la vida en los que somos llamadas/os a definirnos. Lo que más nos define son las palabras de fe, cuando estas saben a verdad. Orar es escuchar al Espíritu en el corazón donde dice cosas inauditas. Lo más hermoso que puede decir el ser humano es: Jesús, Señor, Amigo. ¡Qué misterio! ¡El ser humano, dejándole a Jesús ser el Señor, poniéndole en el centro, arrimándose a su amor! Este coraje de ser seguidores de Jesús nos lo regala el Espíritu. Y quien confiesa a Jesús como señor puede ser testigo de esperanza en el mundo de hoy. Tú eres el cimiento de nuestra vida. Tú guías nuestros pasos. Tú eres nuestro horizonte, “hermosura que excede a todas las hermosuras”.    
‘Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo’. El encuentro con Jesús es una fuente de alegría inagotable. Abiertos a la gracia del Padre, movidos por el Espíritu, descubrimos y vivimos la alegría de la resurrección de Jesús, que camina con nosotras/os lleno de vida. La oración es darle tiempo y espacio al Espíritu para que nos muestre cada vez con más profundidad y belleza el misterio inagotable de Jesús. Y mirando a Jesús sabemos quiénes somos nosotras/os. Las/os demás pueden preguntarnos: ´Ustedes, que han visto al Señor, ¿qué hacen con la luz? Será la hora del testimonio. Gracias, Señor, Jesús. Nunca se agota tu amor.
Feliz verano. CIPE – Agosto 2017