domingo, 26 de abril de 2015

Domingo cuarto de Pascua Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Juan 10,11-18


“Quiérenos tornar a él y, como buen pastor, con un silbo tan suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos” (4M 3,2).

 Yo soy el buen Pastor.

Cuando Jesús dice Yo soy, está revelándonos su amor más entrañable, está poniendo la piedra angular sobre la que se levanta nuestra dignidad y belleza. Que Jesús sea el buen Pastor es una garantía de vida para nosotros. Sabemos quién nos guía, quién nos cuida, de quién nos podemos fiar. “Veía que, aunque era Dios, que era hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres” (V 37,5).

El buen pastor da la vida por las ovejas.

Jesús resucitado quiere darnos la vida en plenitud. Es el buen pastor que da la vida. Jesús siempre es amigo de dar y de darse por entero. Todo lo que tiene y es, lo pone en nuestras manos. Nadie nos da tanto, nadie nos quiere tanto. Orar es aprender a recibir la vida de Jesús. “¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois gran Emperador en Vos mismo, que espanta mirar esta majestad; mas más espanta, Señor mío, mirar con ella vuestra humildad y el amor que mostráis a una como yo” (V 37,6).

Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen.

Jesús no está lejos, vive con nosotros. Nos conoce, se interesa por nosotros. Le importamos mucho más de lo que podemos imaginar. No solo nos atrae como un modelo o nos marca los caminos como un faro en el puerto, sino que nos ama a cada uno de forma personal. La llamada a tratar de amistad con Él, a estar con quien sabemos que nos ama, es fruto de la resurrección. Cuando oramos, se renueva la relación íntima con Él, escuchamos su voz, lo conocemos cada vez mejor, nos alimentamos de su pan de vida. “Puedo tratar como con amigo, aunque es señor” (V 37,5).

Yo doy mi vida por las ovejas.

El amor de Jesús no tiene límites, porque nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Su entrega llega al don generoso de la propia vida. Su totalidad de amor sale al encuentro de nuestro vacío total. No se guarda nada para sí, todo lo que el Padre le da lo comunica gratuitamente, a todos nos entrega el Espíritu. Quien se fía de Él, no queda defraudado. “Ni hay saber ni manera de regalo que yo estime en anda, en comparación del que es oír sola una palabra dicha de aquella divina boca, cuánto más tantas” (V 37,4).

Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente.

Jesús entrega conscientemente la vida, la pone en nuestras manos en total gratuidad. Todo lo que Él hace por nosotros, es para que volvamos al camino, con libertad y alegría, para dar la vida como Él. Ser de los suyos es vestir de justicia al pobre, trabajar por el Reino. “De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced! Quedé con un provecho grandísimo” (V 37,4).

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! Desde el CIPE – abril 2015