Lectura orante del Evangelio: Juan 20,1-9
“Si estáis alegre, miradle resucitado; que solo
imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué
hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre! Como quien tan bien
salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo lo quiere para
vos” (C 26,4).
María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando
aún estaba oscuro. ¡Cómo madruga el amor! La sed, que el Espíritu
despierta en los adentros, nos empuja hacia la fuente, que es Jesús. La oración
enamorada tiene mucho que ver con lo que hace esta mujer, que sale de noche a
buscar al Amado. El amor es la clave para acercarnos al misterio de la
resurrección. Jesús no puede dejar de amar y nosotros no queremos vivir lejos
de su amor. “¿Esconderse? ¡Oh, que el
amor de Dios –si de veras es amor- es imposible!” (C 40,3).
“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto”. Sabíamos dónde estaba Jesús, conocíamos el modo de
encontrarle. Pero, de repente, no está donde solía. ¿Dónde lo han puesto?
Comienza aquí otra búsqueda en la noche. El Espíritu nos limpia los ojos para
asimilar, con gozo y gratitud, el amor sin límites de Jesús. Nos ayudan los
testigos. Ya no está en un lugar, nos dicen, está en el corazón de todo, dentro
de todo. Está vivo en nuestro corazón. Su resurrección trae consigo la nuestra,
su amor recrea nuestro seguimiento. Dice Teresa de Jesús: “Estoy con gran espanto… viendo cómo parece me resucitó el Señor” (V
5,11).
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del
sepulcro… Entró el otro discípulo… vio y
creyó. Todos corren en esta mañana. La podemos llamar la
maratón del amor. Buscan al que comunicó tanta vida, al que curó a los enfermos
y trató con ternura a los pobres. Buscan y encuentran, ven y creen. Después de
haberlo encontrado, ya no tiene sentido mirar hacia atrás. ¡Lo nuevo de Dios es
tan distinto a todo lo conocido! ¡Qué gran don el de la resurrección! Ahora todo
es Jesús; en Él, el Padre nos lo da todo. Él es el Señor de la vida plena y
feliz. Creemos en Él, nos fiamos de su amor, caminamos con Él. Lo decimos con
Teresa de Jesús: “Juntos andemos, Señor.
Por donde fuereis, tengo de ir. Por donde pasareis, tengo de pasar” (C 26,6).
Pues hasta entonces no habían entendido la
Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Quien
nace del Espíritu, entiende la gratuidad de Dios. ¿Qué hay que entender? Que
Jesús ya no saboreará más la muerte, porque la muerte ha sido vencida y
transformada en vida por medio del Dios, al que Jesús defendió hasta la muerte.
Que la resurrección de Jesús es la primicia de una nueva vida, una respuesta de
Dios que desborda los deseos más ardientes del corazón humano. Que Dios ha
hecho maravillas y ya es posible vivir el Evangelio y estrenar, cada día, en
nosotros la alegría de Jesús para compartirla con los más pequeñitos. La
oración es encuentro con Jesús, abrazo de vida nueva, alegría desbordante. “Miradle resucitado” (C 26,4).
¡FELIZ
PASCUA DE RESURRECCIÓN! Desde el CIPE – abril 2015