Domingo segundo de Pascua
Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Juan 20,19-31
“Buen Maestro nuestro, dadnos algún remedio cómo
vivir sin mucho sobresalto en guerra tan peligrosa” (C 40,1).
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos. El miedo llama a la puerta y, casi sin darnos
cuenta, se nos mete en el corazón. Así vivimos muchas veces: con miedos dentro,
sin que la resurrección de Jesús toque nuestra vida. Sin embargo, cuando sale
la fe se levanta, el miedo desaparece, y entra dentro el Señor Jesús, que
también está a la puerta llamando. Esto es la oración: dejar que la luz de
Jesús entre en nuestra noche y ponga en fuga los miedos. “Si el alma se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno”
(C 41,5).
Entró Jesús, se puso en medio, y les dijo: ‘Paz a
vosotros’. Jesús toma la iniciativa de acercarse, y el
encuentro con Él nos cambia radicalmente la vida. Su llegada es inesperada,
gratuita, sorprendente, inexplicable para nosotros. Se pone en medio y nos
regala la paz. La oración es un encuentro con Jesús vivo, que deja, como
señales, una paz y alegría profundas. “Dejemos
a su voluntad el dar” (C 42,4).
Los discípulos se llenaron de alegría al ver al
Señor. Jesús resucitado llena el corazón de alegría.
Nuestro corazón, tan hondo, tan profundo, tan misterioso, comienza la danza al
ver al Señor. La paz y la alegría, amasadas en los trabajos de cada día,
cambian los miedos en valentía, el vacío en plenitud, la mente estrecha en
mente amplia de donde nace, en libertad, un cantar nuevo. “Solo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará… ¡Con qué majestad,
qué victorioso, qué alegre!” (C 26,4).
Jesús repitió: ‘Paz a vosotros’. Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo. El encuentro con Jesús deja unas huellas de paz en
el alma, que no se pueden esconder. Jesús nos regala una nueva identidad: ser
testigos. “Estas cosas son de Dios” (R 1,24). El envío misionero siempre es fruto
de un encuentro con Jesús. Con la paz y la alegría decimos que hemos visto al
Señor. No solo hablamos de Él, sino que le dejamos ver en nuestras vidas. Al
creer y vivir con Jesús, vencemos el mal del mundo. “Ayuda Dios a los que por
Él se ponen a mucho” (R 1,14). Quedamos, como dice Teresa de Jesús, con “un gran gozo interior… con mucha más paz… y
sin ninguna enemistad con los que nos hacen mal” (7M 3,7).
Y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Jesús
nos regala el don del Espíritu. ¡Qué riqueza la del Espíritu! Nos hace vivir en
una interioridad habitada, en una soledad sonora. Mantiene en nosotros la
capacidad de soñar a pesar de todo. Estrena cada mañana la confianza creativa
en los demás. Nos reúne en comunidad y mantiene vivo en nosotros el recuerdo de
Jesús. Jesús, al darnos el Espíritu, “nos da abundosamente a beber de la fuente
de agua viva” (C 42,5). “Y hechos una
cosa con el Fuerte por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se nos
ha de pegar fortaleza” (7M 4,10).
¡FELIZ PASCUA
DE RESURRECCIÓN! Desde el CIPE – abril 2015