viernes, 21 de abril de 2017

Domingo segundo de Pascua




Lectura orante del Evangelio: Juan 20,19-31

“La paz de Jesús es una Persona, ¡es el Espíritu Santo! Cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede quitarnos la paz” (Papa Francisco).

Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Puertas cerradas, alambradas, muros, alarmas. Y todo por el miedo, que se adueña del corazón y paraliza la vida. Muchos hermanos y hermanas viven así: con las puertas de la esperanza cerradas. También nosotras/os sentimos los efectos del miedo. Las dudas nos incapacitan para amar al mundo y llegar al sufrimiento de las gentes. ¿Será mejor vivir encerrados? ¡Qué vacío se siente cuando no está Jesús! ¡Qué tristeza cuando una comunidad no es misionera! Necesitamos que alguien nos dé ánimo para salir y caminar. Abrimos la vida ante ti, Jesús. Sentir cerca tu ánimo es vital para nosotras/os.   
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: ‘Paz a vosotros’. El mismo Jesús toma hoy la iniciativa, se pone en medio, viene a nuestro encuentro. Viene con los dones de la Pascua: la paz, la alegría, la solidaridad profunda. Son los dones para una iglesia resucitada. Todo nuestro bien consiste en aprender a recibir. Entra, Jesús, hasta el fondo y llénanos de paz, de misericordia y compasión.   
Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. La presencia de Jesús nos quita los miedos, abre nuestras puertas cerradas. Al ver a Jesús, se repite en nosotras/os la experiencia de María: nuestra vida se llena de alegría. El mirar a Jesús cada día nos consagra en la alegría. La mirada a Jesús nos hace ver los secretos de su corazón, sana nuestros desalientos. Señor Jesús, llena nuestra vida de alegría. Que tu fuente inunde nuestro corazón.  
‘Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también les envío yo’. Jesús nos saluda con la paz y nos envía a vivir una alternativa, a proponerla con valentía a la humanidad. Jesús confía en nosotras/os. Somos discípulas/os misioneras/os, llamadas/os a ser en el mundo lo que ha sido Jesús. Ligeros de equipaje, sin muchos pesos ni cargas, sin muchos tesoros ni posesiones, sin muchos poderes ni seguridades, sin muchas rutinas ni cómodas instalaciones. Solo con la presencia de Jesús, alentada sin cesar por el Espíritu. Sin volver la vista atrás, porque hay mucha bondad que sembrar en el mundo. Nos ponemos en camino misionero, en tu nombre, Señor.   
Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Jesús conoce nuestra fragilidad. Por eso, nos regala su Espíritu. Será su aire quien nos acompañe en lo secreto. “¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno, donde secretamente solo moras!” (San Juan de la Cruz). El Espíritu Santo recrea sin cesar la memoria de Jesús en nuestras comunidades, nos enseña a confiar en Jesús, a ponerlo en medio de nuestras vidas, a seguirlo de cerca. Gracias al Espíritu se levanta de los miedos una iglesia resucitada, que sabe entender por dónde le nace a la noche la aurora. Es hora de seguir el rastro del Espíritu. Será madrugada si insistimos un poco. Ven, Espíritu Santo. Ven. .
Desde el CIPE ‘Feliz Pascua para todos - abril de 2017

domingo, 16 de abril de 2017

Domingo de Resurrección






Lectura orante del Evangelio: Juan 20,1-9
“Siempre estaremos con el Señor. Esa es la certeza total de la esperanza cristiana” (Papa Francisco).
María Magdalena fue al sepulcro al amanecer. Así comienza esta hermosa fiesta de luz. Una mujer, imagen de la Iglesia y de cada uno/a de nosotros/as, lleva en su corazón el amor a su Señor. No se queda encerrada en sí misma, triste y sin esperanza. Busca a su Señor en el amanecer, sale de madrugada. El amor no la deja dormir. Cuando buscamos al Señor, ya no es tarde para el Reino, es madrugada. Y el amor de Dios, que ha madrugado más, nos tiene preparado otro perfume, otra alegría. Tú, Señor, nunca nos defraudas. ¡Aleluya!
‘Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto’. Muchas cosas no las sabemos, nos pasa como a María Magdalena. Pero en vez de permitir que la oscuridad y los miedos atraigan nuestra mirada o que la búsqueda de los paraísos de esta tierra apaguen nuestra búsqueda -cuánta gente se plantea vivir estos días ajena a los deseos hondos del corazón-, el Espíritu nos anima a buscar el rastro de Jesús: ‘Despierta tú, que duermes, y el Señor te alumbrará’. Padre, que has levantando a tu hijo Jesús de la muerte y lo has colocado como Señor. ¡A Ti la gloria y el poder por los siglos! ¡Aleluya!
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Para entrar en el misterio de Jesús hay que salir, buscar, esperar. La salida es la actitud de quien se arriesga a seguir las corazonadas del Espíritu. La búsqueda es la luz que nos acompaña hasta que amanece. La esperanza, que nunca defrauda, nos lleva a poner a Dios, y no a nuestros problemas, en el centro de la vida. ¿Cómo puede retener el sepulcro al que es la Vida? Jesús está vivo para siempre. Un reguero imparable de alegría riega ya la tierra y la fecunda con los dones de la resurrección. La boca se nos llena de cantares. ¡Aleluya!
Vio y creyó. La aceptación humilde de los signos nos lleva a Jesús: el sepulcro vacío, las vendas, el testimonio de la Iglesia, la alegría de los creyentes con María a la cabeza. ‘La mañana celebra tu resurrección y se alegra con claridad de Pascua. Se levanta la tierra, como un/a joven discípulo/a en tu búsqueda, sabiendo que el sepulcro está vacío’. Con el discípulo amado nos atrevemos a creer, a pasar de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la libertad, del pecado a la amistad con Dios. La fe es nuestro traje de fiesta para vivir la alegría de la resurrección de Jesús. Por la fe celebramos a Jesús, el Señor, el hombre nuevo que nos renueva, a nosotros/as y a toda la creación. Señor, Jesús, ya estás para siempre con nosotros/as. Tú resucitas nuestra fe. Es hora de escuchar de nuevo la alegría de tu Evangelio y de anunciarla como discípulos/as misioneros/as. ¡Aleluya!
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos. ¿Qué hay que entender? Que Cristo resucitado obra ya en el corazón, como señor del ser humano. Que hemos sido convocados/as a participar, no a mirar desde fuera, del gozo de su resurrección. Que estamos de fiesta, invitados/as a la fiesta más grande: la Pascua, la del Señor y la nuestra. Que el mejor testimonio que podemos dar de la resurrección es llevar una vida de resucitados/as, pasar por este mundo haciendo el bien sin hacernos cómplices de una cultura de la muerte. El futuro del ser humano es un futuro de gloria. Es la hora de llevar el mensaje consolador de Jesús a los conflictos del mundo. Miradle resucitado; que solo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre!” (Santa Teresa de Jesús, Camino 26,5). ¡Aleluya!
Desde el CIPE ‘Feliz Pascua para todos - abril de 2017