sábado, 20 de junio de 2015

Domingo duodécimo del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 4,35-40
“Él me dio grandísima luz” (Vida 30,4).
‘Vamos a la otra orilla’. La oración es un encuentro con Jesús en la interioridad. Esta conciencia “de que vive Dios en mí” (V 23,1) es el comienzo de la nueva vida. En lo secreto de nuestro corazón Jesús siembra energías de compasión hacia los otros. Solo entonces somos de verdad. La vida nueva de Jesús nos hace dejar la indiferencia hacia los otros para pasar a la cultura del encuentro. No oramos para poner a Jesús de nuestra parte, sino para ponernos de parte de Él. Mientras más nos unimos a Jesús, más nos llama a salir de nosotros mismos e ir a la otra orilla al encuentro del pueblo que está esperando el Evangelio. No es fácil dar este paso. A Teresa de Jesús le costó mucho entenderlo y darlo. “Sea el Señor alabado que me libró de mí” (V 23,1).
Se levantó un fuerte huracán, las olas se rompían contra la barca. El viento fuerte y el oleaje acontecen mar adentro. El miedo a ser personas nuevas se levanta como una ola que amenaza nuestra barquilla. Parece que todo está en contra de que acontezca en nosotros un nuevo nacimiento. De ahí la tentación de quedarse en tierra, en la propia orilla, pensando de nosotros como siempre lo hemos hecho, con las pautas de comportamiento que nos marca el ambiente. Teresa de Jesús supo mucho de este forcejeo cuando se sintió llamada a ser ella de verdad. “No hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa” (CE 4,1).  
‘Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?’ ¿Cómo aprender a vivir como personas a pesar de los miedos? “Comencé a temer” (V 23,2), dice Teresa. “Pues estándome sola, sin tener una persona con quien descansar, ni podía rezar ni leer, sino como persona espantada de tanta tribulación y temor de si me había de engañar el demonio, toda alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de mí” (V 25,17).
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ‘¡Silencio, cállate!’ Jesús nos empuja, nos ama de verdad. El encuentro con Él y con nosotros es un mismo proceso de liberación. Los miedos se van rompiendo a medida que crece nuestra confianza en Él. Teresa de Jesús no halló fácilmente quien la entendiera, muchos se burlan de ella, la contradicen. Sin embargo, busca quien le haga de espejo, necesita encontrar la luz en la humanidad de otros hombres y mujeres. “Está todo el medio de un alma en tratar con amigos de Dios” (V 23,4). “En todo me parecía hablaba en él el Espíritu Santo para curar mi alma, según se imprimía en ella” (V 23,16). “Dejóme consolada y esforzada, y el Señor que me ayudó para que entendiese mi condición” (V 23,18).
‘¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!’ El yo desgarrado por tantos temores y contradicciones no se siente desamparado. Alguien está cerca, no nos abandona. De esta sabiduría nueva nace la creatividad y fortaleza para ir a la otra orilla. ¿Quién es el que ha obrado este cambio? “Yo soy y no te desampararé; no temas… Heme aquí con solas estas palabras sosegada, con fortaleza, con ánimo, con seguridad, con una quietud y luz que en un punto vi mi alma hecha otra… ¡Oh, qué buen Señor y qué poderoso!... Sus palabras son obras. ¡Oh, válgame Dios, y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor!” (V 25,17-18).
                                                           FELIZ DOMINGO - CIPE – junio 2015

sábado, 13 de junio de 2015

Es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas



Domingo undécimo del tiempo ordinario
Lectura orante del Evangelio en clave teresiana: Marcos 4,26-34
“Parece quiere nuestro Señor conozca yo y todos que solo es Su Majestad el que hace estas obras… Bendita sea su misericordia, amén” (Fundaciones 29,24).
El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. ¡Qué maravilla! ¡Qué bien dicen estas parábolas lo que es la oración! Semilla y tierra abrazándose en la hondura, propio conocimiento y grandeza de Dios mirándose de cerca, Dios y hombre caminando juntos, y el Reino abriéndose paso en la historia. Aunque las noticias del mal que asola la humanidad cada vez meten más ruido y dan ganas de inhibirse, la tierra está sembrada de semillas de Evangelio. Jesús las ha sembrado. Un misterio de amor lo penetra todo. Está el Espíritu; hay esperanza. Podemos sembrar pequeñas semillas de nueva humanidad; nada se pierde; todo es gracia. ”El Reino es un alegrarse de que se alegren todos” (C 30,5).
La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. ¡Jesús, viviéndonos por dentro! Eso es orar. Un amor, que acorta las distancias. Jesús, ser que no se acaba, y nosotros, seres tan finitos, juntos. Sin saber cómo, la presencia de Jesús va creciéndonos por dentro. Con la humildad de saber que no son nuestras fuerzas, sino la fuerza de Jesús la que va embelleciendo nuestra nada. Él es el protagonista silencioso de nuestra oración. A nosotros nos toca esperar con paciencia, confianza, serenidad. ”Venga lo que viniere, dejarse en las manos de Dios” (V 20,4).
La tierra va produciendo la cosecha ella sola. Lo mejor se teje adentro. No sospechábamos que la tierra tuviera dentro tanta belleza sembrada. Es el Señor quien lo ha hecho. El silencio, habitado por una sementera fecunda, rompe a cantar. La tierra reseca se llena de flores; la esperanza, reprimida por la angustia, se levanta y camina. Todo lleva el sello de Dios. Es hora de mostrar lo que estaba escondido en el corazón. ”Sin tener que amar amáis. Engrandecéis nuestra nada” (Poesía 6).  
¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? Con un grano de mostaza. Dios, hecho a nuestra medida. El Reino de Dios, hablando nuestro lenguaje. ¡Qué fuerza tiene Dios en lo pequeño! ¡Qué belleza tienen las cosas pequeñas, los pequeños gestos, lo que parece casi nada! La oración es algo pequeño, escondido, pero tiene la fecundidad de un grano de mostaza. La oración nos lleva a valorar a los que casi no cuentan. Cuando buscamos para ellos caminos nuevos con la confianza de Jesús, entonces brota el reino. ”Determiné hacer eso poquito que era en mí” (C 1,2).
Es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas. Jesús se hace pequeño y se alegra de estar con los pequeños. Con ellos le brota la ternura, es amigo de dar. Con Jesús comienza cada día la fiesta de los detalles. No hace falta ser grandes para ser significativos. No hay altura más grande que la de ser hermanos. No hay canción más bonita que la que brota del compartir cada uno lo poquito que lleva en su mochila. Es hora de valorar las pequeñas cosas de cada día; es hora de sembrar pequeñas semillas. ”Amor saca amor” (Vida 22,14).  
                                                                                                          CIPE – junio 2015

sábado, 6 de junio de 2015

Domingo del Corpus



“Siempre había yo oído loar la caridad de esta ciudad (Burgos), mas no pensé llegaba a tanto. Unos favorecían a unos, otros a otros” (Fundaciones 31,13). 

‘¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?’ ¿Dónde ir para alimentar la vida? ¿Dónde encontrar las fuentes de la alegría? ¿Dónde preparemos el encuentro con Jesús? Porque andamos necesitando algo más, algo que solo Jesús nos puede dar. El corazón, en el silencio, lo desea; los pobres lo esperan. Teresa lo pide para nosotros. “Que no os veáis en este mundo sin Él… que no os falte y que os dé aparejo para recibirle dignamente” (C 34,3).  

‘¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’ ¿Dónde celebrará Jesús su amor? En el corazón orante, grande como el mundo, habitado por millones de hombres privados de pan, de justicia y de futuro. En aquellos que cultivan un estilo de vida sencillo, que son trasparentes para reflejar a Dios en medio de las gentes, que están dispuestos a compartir. En la tierra, cuando es tierra común; en el pan, cuando es nuestro y de todos; en la desnudez, cuando es vestida. En las orillas donde se oyen gemidos de hambre y sed, en los márgenes donde se grita justicia, fuera de la tierra adonde han sido echados los ninguneados del mundo. “Sólo quiere comunicar sus grandezas y dar sus tesoros, a los que ve que le desean mucho, porque éstos son sus verdaderos amigos” (C 34, 13).  

Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Gestos sencillos, palabras de verdad, que salen de Jesús y hacen vivir. La vida, bendecida, se parte y se reparte. Un derroche de amor que rompe en mil pedazos los egoísmos más grandes y abre caminos de solidaridad. Escuela de oración, en la que Jesús enseña a orar y a amar. Sé de una persona que, aunque no era muy perfecta, durante muchos años, procuraba avivar la fe para desocuparse todo lo que podía de todas las cosas exteriores cuando comulgaba y entraba con el Señor, pues creía verdaderamente que entraba Él en su pobre posada” (C 34, 7).
 
‘Tomad, esto es mi cuerpo’. Mano tendida para amar sin medida. La palabra más genuina de Jesús: amar, darse, entregarse. Espejo donde se mira la Iglesia, cuyo nombre más genuino es Cáritas. Silencio asombrado para recibir y dar tanto amor escondido en el pan. Música callada para vibrar al son de la gracia. ¡Caridad! “Compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros” (V 22,6).  

Tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Solo quien sabe que todo es gracia, puede repartir la gracia a manos llenas. No hay cosa más bella que mirar a Jesús dándose a todos por entero. No hay icono más precioso de Jesús que la Iglesia entregándose por entero en una eucaristía permanente. Orar es unir el silencio de la adoración con el anuncio del Evangelio, es aunar el amor a Jesús con la caridad hacia los más desfavorecidos. “Nos mostró el extremo de amor que nos tiene… No se le pone cosa delante… No sabe hablar por sí sino por nosotros” (C 33,1.4).     

‘Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Jesús da sentido a su vida y a su muerte. Nadie le quita la vida, la da. De esta fuente bebe nuestra vida. En esta alianza se recrea la esperanza de los pobres. Ya no es momento de hablar; ahora toca callar, callar y obrar. Los pobres esperan la verdad de nuestra oración. Que se haga en nosotros la eucaristía de Jesús. Amén. “Fortaleced Vos mi alma y disponedla primero, Bien de todos los bienes y Jesús mío, y ordenad luego cómo haga algo por Vos, que no hay ya quien sufra recibir tanto y no pagar nada… Aquí está mi vida” (V 21,5).  

                                                                       ¡Feliz día del CORPUS! - CIPE – junio 2015