domingo, 28 de febrero de 2016

Domingo tercero de cuaresma



Lectura orante del Evangelio: Lucas 13,1-9
“Que Jesús te enseñe la ciencia del amor en tu soledad interior” (Beata Isabel de la Trinidad).
Señor, Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a entender y orar esta Palabra que hoy nos regalas. 
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren.
Danos tu fuerza para que seamos capaces de leer los signos de los tiempos como una llamada que Tú nos haces a convertirnos y vivir como seguidores tuyos.  
Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Jesús nos invita a escuchar en todo acontecimiento una llamada de Dios a la conversión y al cambio de vida. La oración nos hace pasar de espectadores de la vida que piden a otros explicaciones de lo que sucede, a actores de la misma vida. Ante las noticias que escuchamos y vemos a diario, ¿dónde y cómo nos situamos? ¿Cómo reaccionamos ante el tsunami, el terrorismo, los refugiados, las guerras, el hambre, la trata? El Papa Francisco denuncia la globalización de la indiferencia y, a la vez, invita a tomar parte activa en el sufrimiento de las víctimas del mundo. Es hora de despertar, de ponernos de pie, de vivir comprometidamente. Cada uno, como pueda. Sintonizamos con Jesús cuando caminamos audaces en la confianza, cuando afrontamos con valentía la aventura de la vida, cuando nos hacemos cercanos a los que sufren. Jesús es un provocador de vida. Oramos y vivimos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu. Conviértenos a ti, Señor, Jesús.   
Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto de ella, y no lo encontró. La higuera y la viña son metáforas que hablan de nosotros. Jesús se dirige personalmente a cada uno. Oramos metiéndonos en esta historia. Somos como esa higuera, que el viñador ha trabajado y regado durante mucho tiempo, pero que no da fruto. Llamados a tanto, nos hemos quedado en casi nada. Invitados a ser protagonistas de una nueva creación por el amor, somos apenas espectadores de posibilidades que se nos escapan de las manos. Una oración sin frutos, ¿qué es? Una oración que tranquiliza la conciencia y justifica la comodidad, ¿qué sentido tiene? Este es un buen momento para mirarnos a nosotros con el cariño de Jesús. Nos quiere tanto que le duele que no demos fruto abundante. Señor, Jesús, ten misericordia de nosotros. . 
‘Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?’ ‘Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto’. La palabra profética de Jesús no expresa condena; está llena de esperanza de salvación. Por Él no va a quedar. ¡Qué misericordioso se muestra con nosotros! Está dispuesto a seguir amándonos hasta que demos fruto. Su misericordia recupera para nosotros todo el tiempo que hemos perdido en la vida. A nosotros nos toca reaccionar para no repetir el pasado estérilmente. La parábola queda abierta para que cada uno la termine. Nunca es tarde para volver a empezar. Esta puede ser la hora de Jesús y la nuestra. Te damos gracias, Señor, Jesús, por habernos regalado esta palabra que ilumina nuestra vida.
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sábado, 20 de febrero de 2016

Domingo segundo de Cuaresma



Lectura orante del Evangelio: Lucas 9,28-36
“No nos purificamos mirando nuestra miseria, sino mirando a Cristo” (Isabel de la Trinidad).  
Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. ¿Entendemos los caminos de Dios en nuestra vida? ¿Nos entendemos a nosotros mismos? Jesús, el amigo verdadero, nos saca de situaciones sin salida y nos lleva a lo alto de la montaña, al mar adentro, al desierto, a la otra orilla… Nos invita a una experiencia fuerte de oración, para ver las cosas de otra manera. La oración ha sido siempre para Él la gran estrategia para encontrarse con el amor de su Abbá. A la luz de la oración ha discernido su vida abriéndose camino en medio de las dificultades. En la oración ha encontrado fortaleza para la misión. ¿Y nosotros? Tenemos la oportunidad de orar, de estar con Jesús, de saber quién es Él y quiénes somos nosotros. Llévanos, Jesús, contigo. Dinos quién eres para saber quiénes somos.   
Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. La oración de Jesús es una alegría, un milagro de luz, un diálogo de amor, una experiencia de comunión. En Jesús se hace visible el corazón del Padre, su energía de vida, su perdón más allá de los límites, su amor loco por nosotros. Ahí nos quiere meter Jesús: en su misterio de Hijo que ora al Padre. Pero nosotros, ciegos ante tanta luz, sordos para tales llamadas, no entendemos y nos dormimos; nos suele pasar. Nos invitas a orar en Ti y contigo, Señor. Envíanos tu Espíritu, que nos enseñe.
Dos hombres conversaban con él… hablaban de su muerte. Jesús habla con Moisés y Elías. Los dos saben lo que es orar. Han subido al monte buscando el rostro de Dios. Han hablado con Dios como con un amigo. Para Jesús son una presencia alentadora. Hablan del éxodo de Jesús, de su camino de entrega por amor. Orar es mucho más que palabras bonitas, es vida, es obediencia al proyecto del Padre, es amor entregado. Orar es ir contigo, Jesús. Que somos más amigos de contentos que de cruz.
Dijo Pedro a Jesús: ‘Maestro, qué hermoso es estar aquí’. A veces en la oración percibimos algo del misterio de Jesús. Se está bien a su lado. Nos gusta la luz. Quisiéramos atrapar esos momentos, instalar las tiendas, quedarnos. Todo está bien, pero se nos puede olvidar lo más importante: Jesús en camino hacia la cruz para dar vida. ¿Qué podemos hacer por ti, Señor Jesús, que tanto haces por nosotros?
Una voz desde la nube decía: ‘Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle’. Jesús es mucho más de lo que hace, lleva un misterio dentro, una palabra de amor. El Padre nos enseña a orar; nos invita a mirar a Jesús, a escucharlo, a estar con Él, a dejarnos amar por Él. Jesús, queremos pasar la vida escuchándote. 
Ellos guardaron silencio. Silencio, habitado por palabras que tocan el corazón. Silencio transfigurado por la luz de Jesús, que se asoma en un compromiso hacia todos los desfigurados. Silencio, que se pone en camino para entregar la vida por amor, como Jesús. Oye, Jesús, nuestro callado amor, el que se prueba en las obras.
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sábado, 13 de febrero de 2016

Domingo primero de Cuaresma



Lectura orante del Evangelio: Lucas 4,1-13
“Hago silencio para adorar a este Dios que nos ha amado de manera tan divina” (Beata Isabel de la Trinidad).  
Jesús, lleno del Espíritu Santo. Los amigos de Jesús caminamos por la vida al aire del Espíritu. Pisamos las huellas de Jesús, entramos en el desierto con Él. El Espíritu nos lleva al silencio, nos hace palpar la verdad, nos empuja más allá de las seguridades a buscar lo esencial de la vida. El Espíritu nos enseña a ser fieles a Dios en esta hora, a no desviarnos de la misión que Jesús nos ha confiado. Gracias, Espíritu Santo.
Era tentado por el diablo. Como Jesús, experimentamos la tentación del enemigo que quiere torcer nuestro camino. De mil maneras amenaza nuestra comunión con Dios, pone a prueba nuestra fidelidad. Nos deja rotos. Pero cuando todo parece que termina, aparece la Palabra creadora, que vence la nada y crea el ser. Sentimos que Jesús no ha roto con nosotros y sigue a nuestros pies entregándose y curando las heridas, notamos el beso de ternura del Padre en nuestra frente, percibimos el aliento consolador del Espíritu en los samaritanos de misericordia encontrados en los caminos. Padre nuestro, Tú no nos dejas caer en la tentación, nos libras del malo.
‘Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan’. Jugar con Dios, utilizarle para los propios intereses, eso es la tentación. No aceptar la verdad de lo que somos, pretender grandezas que nos superan, eso es la tentación. Vivir una religión sin compasión ni ternura hacia los que pasan necesidad, eso es la tentación. ¿Y la fe? La fe es la apertura al don de Dios, la confianza en Él, la vida que nace del encuentro con la Verdad que sale de su boca, el pan que se convierte en pan nuestro, pan de todos. Jesús, sé Tú nuestro apoyo y fortaleza.  
‘Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo’. Poder del mundo frente al poder de la cruz. Esclavitud y libertad, cara a cara. Gloria conseguida a costa de la dignidad de seres humanos pisoteados o plenitud de Dios que levanta al desvalido. ¿Quién nos habita en los adentros? ¿A quién adora nuestro corazón? Jesús nos señala un camino nuevo de servicio humilde y de acompañamiento fraterno a tantos que necesitan amor y esperanza. Junto a Jesús no hay gloria más grandes que la de dar la vida por los demás. Amando: así queremos adorarte, Señor Dios nuestro.    
 ‘Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti’. ¿Qué pasa cuando la tentación nos lleva a tentar a Dios? ¿Qué pasa cuando con nuestras prácticas religiosas perseguimos la ostentación y la vanagloria de querer valer en corazón ajeno? Jesús no cae en esta tentación; sigue su camino como siervo; así nos ama y nos salva. En la cruz vence todos los engaños. Nuestro mayor timbre de gloria es ir con Él, vivir como Él, amar y servir como Él. Su gloria es confiar en Dios y hacerse pequeño por amor; nuestra gloria también va por ese camino. Dios no es un objeto, es nuestro todo. La fe es la grandeza en nuestra pequeñez. Gracias, Espíritu, por decir en nosotros: Jesús, Padre, hermanos, Amén.
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sábado, 6 de febrero de 2016

Domingo quinto del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio: Lucas 5,1-11
“Voy a perderme en Él” (Beata Isabel de la Trinidad)
‘Rema mar adentro y echad las redes para pescar’. Jesús nos invita a tener un encuentro con Él en la interioridad. Nos llama desde el mar a los que buscamos la seguridad en la orilla, para que entremos y gocemos de la belleza del abandono confiado y nos atrevamos a vivir la vida de forma creativa. No tiene en cuenta nuestra pequeñez ni nuestra vulnerabilidad; le agrada la audacia de la fe y de la entrega. Su palabra, desafío a ir más allá de lo que hacemos y vivimos, merece confianza. Entremos en la interioridad y vayamos sin miedo a su encuentro. Jesús, tú, nos invitas a crecer como personas, a volar como las águilas. Gracias por tu amor.   
‘Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes’. Hemos trabajado y no hemos visto el fruto. Parece esto una legítima excusa para abandonar. ¿Qué sentido tiene ir al encuentro con Jesús desde el fracaso, con las manos vacías? Al ver la desproporción entre la propuesta de Jesús y nuestra nada, preferiríamos quedarnos en la orilla. ¡Tantas veces hemos probado lo que dan de sí nuestras fuerzas! Pero cuando todo parecía terminar, comienza el camino de la fe, que nos invita a salir de nuestros límites. La palabra de Jesús es más fuerte que todas nuestras razones. Su luz rompe nuestra noche, su valentía aleja nuestros miedos. Si Tú lo dices, echaremos las redes.    
Hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. La generosidad de Jesús es desbordante. ¡Quién más amigo de dar que Él! Su palabra nunca defrauda. Solo aguarda nuestra fe en Él para mostrar su derroche de amor. Su plenitud revienta nuestros esquemas. Su grandeza no avasalla nuestra libertad. Nos lleva al asombro. Salimos a buscarte en la noche y Tú vienes al encuentro con tu amor. Gracias, Señor.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: ‘Apártate de mí, Señor, que soy un pecador’. La presencia salvadora de Jesús deja al descubierto nuestro pecado. ¡Somos tan vulnerables! ¿Qué hacer? Es comprensible la actitud de Pedro. Nos dan ganas de huir y de escapar de la presencia de Jesús. No somos dignos. Pero Jesús no ha venido a alejar sino a acercar y llamar a los perdidos. La santidad del Padre, que Él anuncia, es el colmo de la bondad y la ternura, de la misericordia. Gratuitamente, nos abre su corazón y nos abraza. Dios es así. ¿Cómo puede el Bien hacernos mal? Jesús, puestos a tus pies, reconocemos nuestro pecado.  
Jesús dijo a Simón: ‘No temas: desde ahora, serás pescador de hombres’. Al asombro le sigue la llamada de Jesús a colaborar en su Reino. ‘No temas’. El estar con Él nos ha hecho nuevos, hermanos. Su poder nos da la fuerza para ser misioneros de su libertad, perdonadores de los pecados que destrozan la vida y ahuyentan la alegría. Jesús nos envía, como cirios de luz en la vida cotidiana, a crear una nueva humanidad a base de misericordia. Nosotros, ponemos sus pies en sus pisadas, vamos con Él. Te damos gracias, Jesús; sin ti, nuestra vida no sería lo que es. ¡Qué gran amigo eres!     
CIPE – Febrero 2016