sábado, 30 de enero de 2016

Domingo cuarto del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio: Lucas 4,21-30
“Vive muy cerca de Jesús, muy dentro de Él” (Beata Isabel de la Trinidad).
Todos se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: ¿No es éste el hijo de José? Orar es estar mirando a Jesús. Y a Jesús lo vemos, ungido por la fuerza del Espíritu, como presencia visible de la ternura entrañable del Padre. Salen de su boca palabras de misericordia, desecha la venganza de Dios hacia los paganos, anuncia una vida nueva para todos los pueblos. Libera y perdona, contagia el fuego del Espíritu que lleva en el corazón. “Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (Papa Francisco, MV 8). Ven, Espíritu, sobre nosotros. Envíanos profetas.  
Y Jesús les dijo: ‘Sin duda, me recitaréis aquel refrán: Médico, cúrate a ti mismo; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm’. Orar es caminar con Jesús. Él va delante, anunciando una feliz noticia para los pobres. Sus palabras son un desafío de paz para el mundo. Hace frente a las insidias de los que quieren asfixiar el Espíritu. Algunos le cierran las puertas, lo rechazan, no aceptan esa forma suya, tan peculiar, de amar. Pero Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, no se echa para atrás, no esconde su entrañable misericordia, da la vida. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (Papa Francisco, MV 1). Orar es creer en el amor de Jesús, caminar a su lado, ofrecer un oasis de misericordia a los que están heridos. Gracias, Jesús.   
Al oír esto, todos se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo… con intención de despeñarlo. Orar es optar por Jesús. A Jesús ni la admiración ni el rechazo le tuercen el camino. No es fácil esto. Parece tan débil una forma de vivir así en medio de la violencia, de la envidia, de la injusticia, de la prepotencia de quienes no quieren que el mundo se ponga del revés, al estilo del Magníficat de María; parece tan débil esto de amar por encima de todo… que solo es posible vivirlo en el Espíritu de Jesús. En Jesús “siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz” (Papa Francisco, MV 2). Siempre contigo, Jesús.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba. Orar es seguir a Jesús, que se atreve a leer la realidad desde la compasión de Dios por los últimos. Nazaret, al rechazarlo por miedo a la novedad de Dios, se queda sin profeta, sin luz para el camino. A Jesús lo vemos abriendo caminos de libertad. Lo suyo no es una huída cobarde; va hacia adelante buscando a aquellos que quieren vivir amando. Jesús no sabe vivir más que amando; a pesar del rechazo sigue amando. Porque Dios es así. Orar es alegrarnos de conocer, amar y seguir a Jesús por los caminos. “Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos” (Papa Francisco, MV 14). Gracias, Jesús, por contar con nosotros e invitarnos a tu fascinante aventura.   
CIPE – Febrero 2016

sábado, 16 de enero de 2016

Domingo segundo del tiempo ordinario



Lectura orante del Evangelio: Juan 2,1-11
“Déjate amar. El Señor te ama con locura. Cree que Él te ama a pesar de todo” (Beata Isabel de la Trinidad).
La madre de Jesús le dijo: ‘No les queda vino’. María, la madre de Jesús, la madre de la misericordia, mira con atención la vida, mira la vida con los ojos de Jesús. Descubre que en una boda, la fiesta humana por excelencia, ya no queda vino, se ha terminado la alegría, y acude a Jesús. Como una boda sin vino, así está la humanidad, llamada a una fiesta de verdad y de justicia, a un pan compartido en el gozo de la fraternidad, cuando se queda vacía, sin sentido, sin solidaridad, sin Jesús. ¿Qué hacer ante esto? Lo que hizo María: mirar, mirar y amar; mirar a Jesús. Saber mirar es saber amar. María orienta nuestra mirada hacia Jesús, que es la fuerza salvadora que necesita nuestra vida. Estamos bajo tu mirada misericordiosa, Señor Jesús.  
Jesús le contestó: ‘Mujer; déjame, todavía no ha llegado mi hora’. ¿Merece la pena poner los ojos en lo que ya no tiene vida? ¿Qué hacer cuando un estilo de vida, aun llamándose cristiano, no transmite alegría, ni respira novedad, ni lleva dentro fuego de profecía? Con María en medio, nadie está perdida/o. Con su intercesión adelanta la hora de Jesús. Sabe que Jesús no nos abandonará en la debilidad. Conoce el corazón de su hijo y está segura de que engalanará a la humanidad como a una novia recreándola con su gloria. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado. En ti, Jesús, todo habla de misericordia. Nada está falto de compasión.   
Su madre dijo a los sirvientes: ‘Hagan lo que él les diga’. María empuja a la humanidad a hacer una opción de fe en Jesús; habla con autoridad. Sabe por experiencia quién es Jesús y cuál la plenitud de vida que trae. María, la que se hizo madre al acoger la Palabra en su corazón, nos invita a hacer lo que nos diga Jesús, la misericordia encarnada. María representa a todos los que, buscando la verdad, dan el paso y se atreven a creer en los paisajes que todavía no existen. María nos introduce en la alegría de Jesús. Así nos evangeliza. María, llévanos a Jesús, afianza nuestra fe en Él.   
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía. De forma silenciosa, escondida, el agua se convierte en vino. Muchos no saben qué ha pasado. Algunos sí lo saben. La vida rezuma por los poros que ha abierto el vacío. La alegría echa fuera todos los lamentos. ¡Jesús es el autor de un signo tan prodigioso! En Él está la vida. Con Él todo cambia. Ya no podemos vivir como antes. Jesús es una fiesta que da plenitud a nuestro deseo de felicidad total. La tierra estéril queda inundada de frutos. Jesús: nuestra alegría, nuestro centro, nuestro todo.  
Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Crece Jesús en nuestro corazón. Se hace presente en medio de la vida. En el silencio de las/os sencillas/os y las/os pobres brota, como un gran don, la fe, que aprecia la novedad y descubre, sorprendida, en Jesús, los tiempos nuevos, la alianza nueva, la salvación. Cuando comienza la fe de los discípulos, ahí, siempre, está María. Amén. Señor Jesús.  
CIPE – enero 2016

sábado, 9 de enero de 2016

Domingo del Bautismo del Señor



Lectura orante del Evangelio: Lucas 3,15-16.21-22
“¡Qué dulce es ser totalmente de Dios!” (Beata Isabel de la Trinidad).  
El pueblo estaba en expectación. La búsqueda y la expectación son sentimientos que acompañan al ser humano; si hacemos silencio los encontramos en el corazón. La oración es una forma de esperar, de esperar a Jesús, de estar a la espera de una presencia con el silencioso deseo de una comunión. Cuando nos acercamos a Jesús y le seguimos, siempre ocurren cosas nuevas. La oración, aunque sea de quietud y silenciosa, no nos deja quedarnos con los brazos cruzados. En el encuentro con Jesús se prepara un futuro nuevo. Incluso las crisis son oportunidades para abrir la vida a una nueva identidad. Cuando tú, Jesús, eres el Señor de nuestra vida todo cambia.  
Viene el que puede más que yo y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego. En la oración aprendemos a convivir con quien es más que nosotras/os; eso es humildad. Cuando la enfermedad nos visita y las noches se vuelven más oscuras, recordamos que vivimos con el que es más fuerte que nosotras/os. Cuando con valor y desprendimiento cultivamos el silencio y la entrega total a una voluntad mayor que una/o misma/o, todo queda acogido y reconciliado en una profunda aceptación de lo que ocurre. Lo que transforma nuestra vida en algo nuevo no es el agua, o sea, nuestra voluntad de querer cambiar las cosas, sino el Espiritu en el que Jesús nos bautiza y sumerge. El pecado como fracaso de la vocación humana es quemado por el fuego del Espíritu. Orar es mirar, enamorados, la humanidad de Jesús, en quien se nos da todo. El bautismo es un canto a una humanidad nueva, vivida al estilo de Jesús. Te damos gracias, Padre, por Jesús, tu Hijo amado. En Él aprendemos a conocerte y amarte.
Mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él. Jesús sale del agua y ora. El Espíritu viene cuando oramos. Al quedar Jesús bautizado, inundado, marcado por el Espíritu, se manifiesta en Él la humanidad nueva. Cuando oramos experimentamos la gran suerte de tener la humanidad de Jesús delante, al lado, dentro de nosotras/os. Ese es nuestro bautismo: ver cómo vive Jesús y sentir la alegría de vivir como Él. ¡Jesús! Con él nuestra ley es el amor, nuestra pasión el perdón, nuestra ambición la paz, nuestro terreno la verdad y la justicia. Baja Espíritu Santo sobre el mundo. Abre los ojos de la humanidad para que todos podamos conocer a Jesús.  
Y vino una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto’. En esta voz está el sí fiel del amor de Dios al mundo. La oración, como dimensión esencial de nuestro bautismo, nos permite oír esta voz en Jesús, en quien está Dios de forma humana y resplandece de forma incomparable. Jesús comparte con nosotras/os esta voz y nos enseña a escuchar también nosotras/os el amor y la predilección que el Padre nos tiene. Todo acontecimiento de Jesús es una invitación a la fe. ¡Qué aprendizaje tan fascinante para nosotras/os! Jesús, tú eres nuestro amado, el predilecto de nuestro corazón. No queremos alejarnos de la órbita de tu amor. . 
                                Con el recuerdo gozoso de nuestro bautismo - CIPE, enero 2016