Lectura orante del Evangelio: Lucas 20,27-38
“Ayúdame a instalarme en Ti como si mi
alma estuviera ya en la eternidad” (Santa Isabel de la Trinidad).
Se acercaron a Jesús unos saduceos, que
niegan la resurrección. Estemos como estemos, hoy nos acercamos a Jesús en busca de vida. Dar un
paso, aunque sea pequeño, ya es importante. La cercanía a Jesús prepara el encuentro
con Él. Frente a las trampas y mentiras, muchas veces secretas, Jesús regala
verdad y plenitud a manos llenas. Transparente y apasionado por el Reino, toca
nuestras negaciones de vida y abre senderos de esperanza en nuestro camino. Aunque
la realidad la podemos ver con ojos de muerte, Jesús nos ofrece una visión
resucitada, de esperanza, de cambio. “Que
nada pueda hacerme salir de Ti” (Isabel de la Trinidad).
‘Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál
de ellos será la mujer?’ Jesús no permite que se ridiculice la fe en la resurrección. Más allá de
elucubraciones que dejan vacío el corazón, ponemos ante Jesús esas preguntas
hondas que lleva todo ser humano en las entrañas. Más allá de bromas de mal
gusto, de risas irónicas que dejan el corazón reseco y a las/os pobres de la
tierra sin esperanza, saboreamos con intensidad la Vida que nos ofrece Jesús.
En comunión con Jesús, engendramos resurrección en nuestras redes de vida. Hay
muchas situaciones que necesitan con urgencia la luz de la resurrección.
Nuestra vida es plena solo en Dios, porque solo Él es el Viviente. “Que cada momento me sumerja más adentro en
la profundidad de tu Misterio” (Isabel).
‘Los que sean juzgados dignos de la vida y
de la resurrección de entre los muertos, no se casarán’. La vida futura
la podemos esperar, pero no describir o explicar. Lo que Dios nos ha preparado,
que no es un simple embellecimiento de la vida actual; supera nuestra
imaginación, porque Dios nos asombra continuamente con su amor y con su
misericordia. Jesús dialoga con nosotras/os
y nos abre al misterio de la vida ofrecida por el Padre. Una nueva realidad,
donde las/os últimas/os serán las/os primeras/os, nos espera. El amor, que ya
en la tierra es señal de vida nueva, será en el cielo una fiesta sin final. No
todo lo entendemos, pero un día veremos a Dios cara a cara. La fe en Jesús nos
da la esperanza de aguardar expectantes su abrazo, su ternura, su mirada. “Que mi vida no sea más que una irradiación
de tu Vida” (Isabel de la Trinidad).
‘No es Dios de muertos sino de vivos:
porque para él todos están vivos’. Dios es amigo de la vida,
fuente inagotable de vida. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Jesús nos contagia una confianza total en
el Padre. En el corazón de Dios hay mucho sitio, tiene una fiesta preparada; no
se le pueden morir aquellas/os a quienes tanto ama. La muerte no puede destruir el amor a sus hijos e hijas. Dios
abraza la vida, la toca, la besa, es amigo de la vida, nunca se cansa de darla
a borbotones. A Dios le importamos, todo lo suyo es nuestro. En medio de la
vida, comprometidos con ella, con todas las tensiones que encierra, es donde
mostramos al Dios que ama la vida. “Sumérgete
en mí para que yo me sumerja en Ti, hasta que vaya a contemplar en tu luz el
abismo de tus grandezas” (Isabel de la Trinidad).
¡Feliz Domingo! Desde el CIPE – noviembre
2016