sábado, 5 de noviembre de 2016

Trigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario


Lectura orante del Evangelio: Lucas 20,27-38

“Ayúdame a instalarme en Ti como si mi alma estuviera ya en la eternidad” (Santa Isabel de la Trinidad).
Se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección. Estemos como estemos, hoy nos acercamos a Jesús en busca de vida. Dar un paso, aunque sea pequeño, ya es importante. La cercanía a Jesús prepara el encuentro con Él. Frente a las trampas y mentiras, muchas veces secretas, Jesús regala verdad y plenitud a manos llenas. Transparente y apasionado por el Reino, toca nuestras negaciones de vida y abre senderos de esperanza en nuestro camino. Aunque la realidad la podemos ver con ojos de muerte, Jesús nos ofrece una visión resucitada, de esperanza, de cambio. “Que nada pueda hacerme salir de Ti” (Isabel de la Trinidad).
‘Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?’ Jesús no permite que se ridiculice la fe en la resurrección. Más allá de elucubraciones que dejan vacío el corazón, ponemos ante Jesús esas preguntas hondas que lleva todo ser humano en las entrañas. Más allá de bromas de mal gusto, de risas irónicas que dejan el corazón reseco y a las/os pobres de la tierra sin esperanza, saboreamos con intensidad la Vida que nos ofrece Jesús. En comunión con Jesús, engendramos resurrección en nuestras redes de vida. Hay muchas situaciones que necesitan con urgencia la luz de la resurrección. Nuestra vida es plena solo en Dios, porque solo Él es el Viviente. “Que cada momento me sumerja más adentro en la profundidad de tu Misterio” (Isabel).  
‘Los que sean juzgados dignos de la vida y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán’. La vida futura la podemos esperar, pero no describir o explicar. Lo que Dios nos ha preparado, que no es un simple embellecimiento de la vida actual; supera nuestra imaginación, porque Dios nos asombra continuamente con su amor y con su misericordia. Jesús dialoga con nosotras/os y nos abre al misterio de la vida ofrecida por el Padre. Una nueva realidad, donde las/os últimas/os serán las/os primeras/os, nos espera. El amor, que ya en la tierra es señal de vida nueva, será en el cielo una fiesta sin final. No todo lo entendemos, pero un día veremos a Dios cara a cara. La fe en Jesús nos da la esperanza de aguardar expectantes su abrazo, su ternura, su mirada. “Que mi vida no sea más que una irradiación de tu Vida” (Isabel de la Trinidad).
‘No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos’. Dios es amigo de la vida, fuente inagotable de vida. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Jesús nos contagia una confianza total en el Padre. En el corazón de Dios hay mucho sitio, tiene una fiesta preparada; no se le pueden morir aquellas/os a quienes tanto ama. La muerte no puede destruir el amor a sus hijos e hijas. Dios abraza la vida, la toca, la besa, es amigo de la vida, nunca se cansa de darla a borbotones. A Dios le importamos, todo lo suyo es nuestro. En medio de la vida, comprometidos con ella, con todas las tensiones que encierra, es donde mostramos al Dios que ama la vida. “Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti, hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas” (Isabel de la Trinidad).
¡Feliz Domingo! Desde el CIPE – noviembre 2016