sábado, 31 de diciembre de 2016

Domingo de Santa María, Madre de Dios

Lectura orante del Evangelio: Lucas 2,16-21
“Padre mío, me pongo en tus manos” (Carlos de Foucauld).   
Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño, acostado en el pesebre. La lentitud en el esfuerzo es contraria al Espíritu. Comenzamos el año buscando, corriendo hacia el Misterio. El amor nos espera. Tenemos prisa por fijar la mirada en Jesús, verdad entera y alegría desbordante para el ser humano. María y José, cuyas vidas están totalmente orientadas hacia Jesús, nos muestran el camino. Sin ellos nos perdemos. José y María enriquecen nuestra vivencia cristiana, nos llevan siempre a Jesús. Jesús, José y María, bendecid al mundo con la paz.  
Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. José y María, oyentes de la Palabra, oyen también lo que dicen los pastores, lo que proclaman, admirados, los pobres. Tienen el oído abierto para oír relatos de salvación gozosa que ha provocado el nacimiento de Jesús. José y María nos enseñan hoy a compartir en grupo la fe y el amor a Jesús, nos invitan a ser discípulos misioneros. Nuestra fe se recrea escuchando la fe de los demás, compartiendo. Jesús, José y María, bendecid al mundo con el diálogo.      
Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. José y María, que guardan el amor a Jesús en el corazón, son quienes mejor cuidan nuestra fe para que ésta no se apague. Si las huellas de la fe se han borrado de nuestro corazón, José y María son los llamados a encender de nuevo el fuego del amor a Jesús. Es hora de acogerlos en nuestra vida, de contar con ellos. Jesús, José y María, bendecid al mundo con la unidad.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído. Después de abrirse y compartir, vuelven los pastores a sus majadas dando gloria a Dios. El encuentro con Jesús, José y María nos colma la vida de alegría. No es para menos. La bondad de Dios ha aparecido en su Hijo, en Él se ha mostrado cercano, entrañable, desbordante de ternura, humano. Jesús, José y María, bendecid al mundo con la alegría.
Y le pusieron por nombre Jesús. José y María ponen a su hijo el nombre de Jesús. José y María son padre y madre de todos los creyentes. Nos dan su fe. Al darnos a Jesús, nos regalan la vida. En este nombre, en Jesús, está significado todo lo que Dios regala a la humanidad. En Jesús somos salvados, bendecidos, amados, hijos, hermanos. Podemos vivir como Él, amar como Él, ponernos el delantal para servir como Él, trabajar por la paz. Con Jesús, todo es posible. ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!
¡Feliz Año! Vuestros amigos del CIPE – enero 2017

sábado, 24 de diciembre de 2016

Domingo de Navidad




Lectura orante del Evangelio: Juan 1,1-18
No puede haber tristeza cuando nace la vida” (San León Magno).
Por medio de la Palabra se hizo todo. La Navidad es la fiesta de la comunicación y del encuentro, una fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artilugios de nuestra sociedad de consumo. Viene Dios con su Palabra creadora y nosotras/os abrimos el corazón a la alegría. Nuestra respuesta orante al misterio de Dios es el silencio adorador y, de vez en cuando, la repetición de las palabras de María: ‘hágase en mí”. Silencio, palabra y mirada al Niño de Belén: Palabra eterna del Padre por la que todo ha sido creado. “Ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste” (San Juan de la Cruz).
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. Jesús es vida, faro que ilumina el camino de los hombres y mujeres de todo tiempo. Jesús es derroche de amor que llena nuestro cántaro vacío. Todo nuestro bien consiste en aprender a recibir. Tenemos motivos para el júbilo radiante: Dios se ha hecho hombre y ha venido a vivir con nosotras/os. Ya nunca estaremos solas/os. “Que bien sé yo la fonte que mana y corre aunque es de noche” (San Juan de la Cruz).  
A cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.  Viene Dios a su tierra y a su casa. Se acerca como niño, pequeño, frágil e indefenso. ¿Estará nuestro corazón tan endurecido como para no acoger la Ternura? Si le abrimos la puerta, Él entra y nos revela que somos hijas/os de Dios. ¡Qué novedad tan inaudita! “Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura” (San Juan de la Cruz).
La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros. Dios se hizo historia nuestra, se atrevió a pensar en nosotras/os, se hizo confidente, amigo, compañero de camino. El amor le hizo pequeño. Se colocó como un siervo y nos regaló una dignidad nunca soñada. La aventura de la gracia comenzó en un pesebre. A tanto llegó la dulzura amorosa de nuestro Dios. “Y la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía” (San Juan de la Cruz).
Hemos contemplado su gloria. En el Niño Dios vemos la gloria de Dios, una gloria que nos embellece. Miramos a un niño para ver cómo es Dios. En Jesús descubrimos a un amigo. Al poner en el centro a Jesús ponemos en el centro a la humanidad y su historia, a las/os pobres y pequeñas/os. “Mi Amado, la noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora” (San Juan de la Cruz).  
                                   ¡Feliz Navidad! Sus amigos del CIPE - diciembre 2016

martes, 20 de diciembre de 2016

Domingo cuarto de Adviento



Lectura orante del Evangelio: Mateo 1,18-24
Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango por nosotros. Tú eres inmenso, y te has hecho pequeño; eres rico, y te has hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho débil” (Papa Francisco).
María esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. Entramos en la admirable espera de María, para esperar con Ella la acción del Espíritu. La Navidad es fruto del Espíritu, danza inacabable de su ternura, paz para un mundo tan herido por la violencia. El Espíritu nos enseña a esperar a Jesús. Con su fuerza y alegría, consentimos que el misterio de amor de Jesús se encarne en nuestra vida y embellezca el mundo con su bondad. Nos abrimos sin temor a la acción del Espíritu, que nos ayuda a entender que “el Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene este mundo” (Papa Francisco). Porque Dios se hace hombre por obra del Espíritu, el misterio último de la vida es un misterio de bondad, de bendición y de gracia. “Donde nace Dios, nace la esperanza. Donde nace Dios, nace la paz. Y donde nace la paz, no hay lugar para el odio ni para la guerra” (Papa Francisco).   
A José, su esposo…se le apareció en sueños un ángel del Señor. Entramos en la admirable fe de José, para participar confiadamente en el misterio de Dios que se hace cercano en Jesús y todo lo hace bien, incomparablemente bien. No queremos quedarnos sin Misterio por dentro, no queremos una Navidad sin Jesús. En medio de la noche, como san José, acogemos a Jesús: lámpara de nuestra fe, bondad de Dios que aparece ante nuestros ojos. Más allá de nuestras lógicas humanas, abrimos la puerta a Jesús, que trae la más alta sabiduría. ”Que el Niño Jesús dé consuelo y fuerza a nuestros hermanos, perseguidos por causa de su fe en distintas partes del mundo” (Papa Francisco).  
Le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’. Nos acercamos al icono de María para empaparnos del amor que Dios nos tiene, para entrar en la revolución de la ternura. Jesús es el Dios con nosotros, el Dios que habita nuestra interioridad. ¡Qué admirable cercanía! ¿Hay algo más bello y grande en esta vida? No estamos solos, no estamos perdidos en el mundo. Una corriente de amor, que atraviesa el tiempo y el espacio, viene a nuestro encuentro y toca lo más íntimo de nuestro ser. ¿Qué es  una Navidad sin nombrar a Jesús? Nuestra tristeza infinita solo se cura con un infinito amor. Donde nace Dios, florece la misericordia, que sana las heridas y vence el mal” (Papa Francisco).   
Cuando José se despertó… se llevó a casa a su mujer. Entramos en la casa de José y de María, la casa de la ternura y del perdón a manos llenas, la casa de la esperanza que colma todas nuestras fatigas, la casa de Jesús, manantial de alegría que mana sin cesar. Gracias a José y a María, también nosotros podemos llevar el misterio de Jesús a nuestra casa. Y al sentir cómo nos enamora y embellece, celebrar la Navidad con el gozo y la gratitud, la adoración y el anuncio misionero, la justicia y el servicio a los más pobres.Donde nace Dios, nace la esperanza, y donde nace la esperanza, las personas encuentran la dignidad” (Papa Francisco).  
                                                           ¡Feliz Navidad! Desde el CIPE – diciembre 2016

sábado, 10 de diciembre de 2016

Domingo tercero de Adviento



Lectura orante del Evangelio: Mateo 11,2-11
“Jesús no puede estar en un lugar sin irradiar” (Carlos de Foucauld).
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Con esta pregunta, de un Juan Bautista desconcertado, en la oscuridad de la cárcel, comenzamos a orar: ‘¿Eres tú?’. Es una pregunta honrada, necesaria, inquietante que hacemos en un mundo que ni niega ni cree en Dios: ¿Eres tú, Jesús, nuestro Tú? ¿Es a ti a quien tenemos que esperar? Hacemos la pregunta y nos quedamos en silencio, a la escucha de la palabra de Jesús, sin prisa: ¿Qué tiene que ver tu vida con la nuestra? ¿Eres tú quien puede darnos la alegría? ¿Eres nuestro Salvador? “Cuando descubrí a Jesús, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para Él” (Carlos de Foucauld).       
Vayan y anuncien a Juan lo que han visto y oído. ¡Qué pedagogía tan sorprendente la de Jesús! Nos regala la mirada de las/os pobres para verles y descubrir en ellas/os la presencia del Reino. Nunca hubiéramos imaginado que esta mirada fuera tan liberadora y que trajera tanto gozo. Jesús nos saca a la calle, como nuevo escenario de la oración itinerante. Nos invita a aprender los nombres de las/os últimos, a conocer sus historias y a mirarlas con ternura. Nos empuja a hacer lo mismo que Él hizo: compartir con las/os perdidos un cariño entrañable. Jesús se manifiesta en signos frágiles y pobres, y ahí debe ser buscado, amado y servido, visto y oído. Las/os pobres son nuestra escuela de oración; junto a ellas/os aprendemos a ser narradores de la alegría del Evangelio. “Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Si me preguntan por qué soy manso y bueno, debo decir: ‘Porque soy el servidor de alguien mucho más bueno que yo’” (Carlos de Foucauld).
¡Dichoso el que no se escandalice de mí! ¡Dichosas/os si no nos escandalizamos de la forma de amar de Jesús, tan divina, tan humana! ¡Dichosas/os si creemos en el misterio de la Encarnación y nos dejamos educar por esta nueva sensibilidad del Reino! ¡Dichosas/os si nos descalzamos ante el misterio del Otro, con mayúscula, y de las/os otras/os, con minúscula! ¡Dichosas/os si nos abajamos para ver, en quienes están abajo, el rostro del que se abajó, por amor, hasta nosotras/os! ¡Dichosas/os si nos decidimos a acentuar el Evangelio! ¡Dichosas/os si sabemos conjugar una vida eucarística de adoración con el reconocimiento de Jesús en las/os pequeñitas/os de la tierra! ¡Dichosas/os si preparamos la Navidad con un Adviento de misericordia! “¡Mañana se cumplirán diez años desde que celebro la Santa Misa en la ermita de Tamanrasset! ¡Y ni un solo convertido! Hay que rezar, trabajar y esperar” (Carlos de Foucauld). 
¡Feliz Adviento con todos los Narradores de Vida! Desde el CIPE – diciembre 2016